Hace ya 25 años, veía la luz el libro de Michael E. Porter La Ventaja competitiva de las Naciones. Con él, Porter reforzaba su liderazgo intelectual, ya ampliamente acreditado en sus dos grandes éxitos previos -Estrategia Competitiva y Ventaja Competitiva- que habrían revolucionado el pensamiento estratégico empresarial, trascendiendo de la Academia desde su solidez y rigor investigador e influyendo en las decisiones de políticas públicas y empresariales.
La nueva contribución de Porter iba más allá del mundo de la empresa para construir un nuevo paradigma al explorar aquello que hacía que las naciones, más allá de sus empresas e industrias, prosperasen. Su trabajo rompía la hasta entonces bicentenaria teoría de la “ventaja comparativa de las naciones” para dar paso a la “ventaja competitiva”. Una nueva y clarificadora respuesta abría las puertas a nuevas vías para la competitividad internacional. Porter empezaba su libro con una simple pregunta: ¿Por qué determinados grupos sociales, instituciones, entidades económicas y naciones avanzan y prosperan?
Como el mismo Porter explicaba entonces, su principal atención en años precedentes había sido la empresa y sus grandes éxitos nos dotaron de marcos de análisis y estudio, hoy todavía no solo vigentes sino esenciales para cualquier aproximación o entendimiento de la empresa, las industrias y mercados en los que operan, así como sus diferentes interacciones en las ya entonces señaladas por él como industrias y firmas globales. Su Cadena de Valor, su Diamante competitivo, su esquema de Las Cinco Fuerzas, su diferenciación estratégica empresarial, parecen haber llegado para quedarse y sobre sus bases esenciales nuevos profesores, empresarios, líderes y estrategas construyen matizaciones, alternativas, nuevos modelos, marcos y apuestas.
Hasta entonces y con ese enorme y cualificado bagaje, el trabajo de Porter había concedido un escaso protagonismo a los gobiernos y limitada apuesta por su rol principal e imprescindible ante una cierta visión negativista y generalizada sobre quienes hasta entonces consideraban la política industrial un juego de ganadores y perdedores a discreción de la elección política, con una determinada interferencia en el buen hacer de los mercados libres, arrastrando una confusa interpretación del concepto de competitividad, escasa medición de su impacto en el desarrollo económico y de los territorios y países, reforzado en un nulo compromiso real entre los silos académicos, políticos, empresariales y sindicales.
En este viaje, Porter anticipa un nuevo marco de análisis, El Diamante Competitivo (de las Naciones) en el que los diferentes niveles de gobierno incidieran, de desigual forma pero siempre relevante, en cada uno de los cuatro vértices convergentes que lo contenían (la importancia de los factores de la demanda, la orientación decisiva a los mercados y la manera de afrontarlos, las estrategias, rivalidad y configuración-comportamiento de las empresas en un espacio determinado, y el grado de integración de la necesaria constelación de cadenas de valor en el propio territorio en cuestión), sometidos al doble impacto de las políticas públicas (existentes o no) y del momento (suerte, cadena de acontecimientos externos tractores o no de la estrategia, etc.). Entonces, la relevante importancia de las políticas sociales no cobraba la importancia que a lo largo del tiempo y hoy, más que nunca, resulta evidente y esencial.
En Euskadi hemos aprendido (y seguimos aprendiendo) muchísimo de Porter. A su vez, él también ha aprendido de nuestro trabajo conjunto. Juntos hemos reforzado el rol a jugar por los gobiernos en diferentes modelos estables de competencia público-privada y público-público; hemos entendido el verdadero rol y organización permanente de la clusterización de la economía, que rompe el clasicismo del sector industrial determinado por conceptos de mercado-producto del pasado y da paso a concepciones diversas, pluridisciplinares, multindustria y diferenciables mercado a mercado; hemos comprendido el impacto competitivo de la identidad y el sentido de pertenencia; hemos profundizado y logrado el desarrollo conjunto -a la vez- de las políticas y redes de bienestar (educación, sanidad, servicios sociales?) y económicas y la importancia en no separar su ejecución temporal, dejando el reparto de la riqueza a los resultados excedentarios del buen hacer económico.
Veinticinco años después, celebramos -con gratitud- el éxito y contribución de tan importante legado activo. Y, sobre todo, observamos con ilusión que esto, lejos de ser historia autocontemplativa, no es sino la sólida fortaleza para afrontar el futuro. Hoy Michael Porter, abandera todo un nuevo paradigma a través de las “iniciativas de valor compartido y progreso social”. El nuevo Índice de Progreso Social que lidera, su coliderazgo con Mike Kramer en la Shared Value Initiative y su continua labor como “formador de formadores” para la competitividad y la prosperidad desde la red MOC (Microeconomía en Competitividad) con una extensa implicación de 120 Universidades en los cinco continentes (red en la que el caso del País Vasco ocupa un lugar destacado en su material de estudio desde su prestigioso Instituto de Estrategia y Competitividad en Harvard, paraguas de su obra), y desde sus contribuciones diferenciadas en el nuevo Health Value (el valor de la salud para el paciente) en su largo e intenso compromiso con los nuevos sistemas de salud para todos, suponen los ejes vectores de lo que él llama “la nueva etapa de la Competitividad”. Una etapa que, en sus propias palabras, predice que “los modelos de negocio de éxito en el futuro, serán aquellos que satisfagan las necesidades sociales” del mundo.
En Euskadi, hoy, 25 años después, contemplamos su extraordinaria herencia y disfrutamos de su guía e impulso en las nuevas iniciativas y corrientes de futuro. Hace veinticinco años, en escenarios de crisis y ruina, necesitábamos un nuevo paradigma.
Su Ventaja Competitiva de las Naciones nos ayudó a recorrer un nuevo camino hacia la prosperidad. Hoy, creemos entender y saber por qué las naciones, como las empresas, las industrias, instituciones y sociedades, prosperan. El camino es largo y complejo, pero conocemos la trayectoria a recorrer. Tenemos las ideas, recursos y compromisos necesarios para desbloquear todas aquellas llaves, candados y obstáculos que bloquean nuestra competitividad. Es tiempo de abrirlos.
Hace 25 años, uno de los grandes maestros de la estrategia y premio Nobel de Economía, Robert M. Solow, desde el otro lado del río Charles, “frontera más que física”, separadora de su MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y su competidora Universidad de Harvard, presentaba el libro de Porter destacando que el “nuevo paradigma que propone se basa en la clásica manera de formularlos: sólida investigación, probado rigor académico y práctico, compañeros de viaje responsables de diseñar y aplicar sus recomendaciones”. Simplemente eso.