Vega de Pas: retrato de una estafa
Un pequeño pueblo de Cantabria ejemplifica la ruina de las preferentes, que atraparon a la mayoría de sus vecinos
A finales del mes de marzo, un lujoso todoterreno, un Volkswagen Tuareg de color negro y asientos de alcántara, abandonó precipitadamente Vega de Pas, el valle de los pasiegos, en Cantabria. El huidizo vehículo pertenece a José Ramón, cajero de Caja Cantabria durante casi dos décadas. "Se fue porque no le quedaba otra, era lo mejor que podía hacer. Si no, se hubiera llevado una buena, por estafador y engañador", dice lacónico Joaquín Oria sentado sobre una piedra en la tregua de la sombra, al otro lado de la entidad financiera que dejó sin ahorros a cientos de vecinos del pueblo por las preferentes. Vega de Pas es un municipio que se acuna entre montañas escarpadas y carreteras que culebrean por sus perfiles.
Leire Díez, teniente de alcalde, la persona que está aglutinando las demandas para recuperar el dinero de los ahorradores fija la cifra de afectados. "De una u otra manera, les ha tocado a casi todos en el pueblo. Más del 80% está afectado por las preferentes". A razón de 20.000 euros de media por vecino afectado en un pueblo con un censo que parpadea alrededor de los 840 habitantes.
Joaquín es uno de ellos. Pantalón de mahón, camisa blanca, el cigarrillo en la comisura de los labios, la cara esculpida por el tajo, las manos agrietadas de una vida como ganadero, las preferentes le dejaron sin 6.000 euros. "Me dijeron que se trataba de un plazo fijo, que podría sacar el dinero cuando quisiera, que solo tenía que avisar dos o tres días antes para recuperar el dinero".
Lorenzo González escucha la historia de Joaquín, que es la suya, la misma de tantos otros, bajo el número 20 de la calle Doctor Pizarro, donde se concentra Vega de Pas. Un palmo basta para situarse frente al drama. Cuenta Lorenzo su caso mientras busca un cigarrillo de tabaco negro. "Trabajaba en el monte, pero no hay trabajo y se me ha acabado el paro. Tengo retenidos 14.000 euros, pero no puedo disponer de ese dinero". Aunque su situación personal le haría acreedor de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI), ese depósito al que no tiene acceso, porque se lo cortó la caja, se lo impide. "Cosas de las leyes", suspira Lorenzo, los ojos almendrados, tristes, la barba de tres días despuntándole el rostro sonrojado por el sol. Las manos, una fotocopia de las de Joaquín.
"A nadie le sobraba el dinero. Son nuestros ahorros", subraya José Manuel Martínez, otra víctima de la codicia financiera, de la inmoralidad de la banca. 20.000 euros es la cantidad que José Manuel dejó en Caja Cantabria. No ha vuelto a saber de ellos. "A los trabajadores fijos de las cajas los están rotando para que no coincidan con los clientes. De José Ramón no sabemos nada. Se dice que está en Corrales", agrega José Manuel, también ganadero, una profesión que endurece la biografía en una orografía salvaje. "Sinceramente, creo que la caja sabía lo que hacía. Todo empezó en febrero cuando un vecino que quería retirar los 7.000 euros del banco no le dejaron sacarlo", detalla. La mosca, detrás de la oreja. "No nos daban ninguna explicación hasta que se descubrió el pastel", dice José Manuel.
El pastel envenenó a casi todos. Sin distinciones. "Éramos clientes de la caja desde hace muchos años", cuenta Joaquín. Por eso la indignación se abre paso en la charla de los pasiegos, engañados sin escrúpulos con el test de idoneidad que jamás rellenaron. "Confiábamos en ellos y nos han engañado", enarbola Lorenzo. La entidad financiera, una oficina a dos brazadas del ayuntamiento, estaba muy arraigada en el humus de Vega de Pas. Es parte del paisaje, como las cumbres o los adoquines.
"Aquí las cuentas pasan de padres a hijos, de abuelos a nietos", expone Lorenzo, que lanza: "¿cómo no nos íbamos a fiar de lo que nos decía el cajero?". Ese fue el señuelo. Así que contrataron lo que les aconsejaban en la caja, como había sido siempre en una relación familiar en la que no existían secretos. Hasta que los hubo. "Nadie sin conocimientos financieros puede entender esa clase de documentos", tercia Leire Díez, dispuesta a "pelear hasta el final" para que sus vecinos recuperen el dinero, que ahora, Liberbank, la antigua Caja Cantabria, ha canjeado de forma ventajosa para sus intereses mediante obligaciones y acciones ante el requerimiento de los ahorradores.
EL ENGAÑO "Nos mintieron. Lo que buscaban era la firma, nada más. A nadie se le ocurriría meter el dinero con esas condiciones", indica Joaquín sobre un contrato a perpetuidad que ofrecía el 3% de rentabilidad y que variaba en función del dinero que se depositara en la caja. "Solo te preguntaban si podías meter más dinero", atribuye Joaquín entre calada y calada. "Nos quedamos sin porvenir", desliza José Manuel, atado a un producto financiero cuya letra pequeña apenas era legible por lo diminuto de su tamaño y lo técnico de su contenido. "Es casi imposible leerla y comprender lo que se dice es más difícil todavía", argumenta Leire, la catalizadora de las denuncias que un bufete de abogados llevará a cabo de forma desinteresada. "Nadie sabía lo que ponía allí, solo ellos. Solo les interesaba que llevaras dinero", incide Lorenzo. "Nadie veía las nubes. Te das cuentas de todo cuando la lluvia te cae encima". Eso ocurrió en el desagüe de febrero.
Cinco meses después, a unos pasos de la plaza, donde una iglesia blanca con el reloj escorado anuncia el mediodía, descansa del sol Bernabé Pelayo, un anciano de 87 años que perdió sus ahorros por las preferentes, el producto que ha intoxicado al pueblo hasta el tuétano. Bernabé, la mirada inquieta, curiosa, aniñada en su senectud, es sordo. La víctima perfecta. "No oye nada. Está sordo como una tapia y a él también le vendieron las participaciones preferentes", expone Leire Díez, encendida ante semejante atropello porque "se han cebado con los más indefensos". Bernabé, que recorre el pueblo en zapatillas de casa, posee más dignidad que cualquier salón noble de los consejos de administración desde donde salió la ruina. Bernabé saluda y sonríe desde la vejez.
Para comunicarse con él es necesario acercarse y gritarle al oído derecho, del que cuelga un sonotone, su conexión con el mundo. Aún así es complicado. Bromea Bernabé, que vive solo desde que falleció su hermano, cuando habla sobre su edad, pero no es posible mantener una conversación más allá de unas palabras sueltas e intercalar algunos gestos, un trozo de complicidad y un apretón de manos para desearle suerte. En Bernabé, su palo de avellano, su boina, su camisa de cuadros, descansa la inocencia de alguien que ahorró lo que pudo, de lo poco que le sobraba, y simplemente se fió de lo que le dijeron.
A él, posiblemente, se lo gritaron. "¡Firme aquí!". A Pilar Abascal, 90 años, que vive a tres kilómetros de la plaza del pueblo, las preferentes le arrancaron 90.000 euros, los ahorros de una vida, el precio que tendrá un piso de protección oficial que proyecta el Ayuntamiento. Además de la caja de la fatalidad, el pueblo también dispone de una oficina de Banesto, que no colocó ni una sola preferente. Lo asegura un empleado de la misma que prefiere mantenerse en el anonimato. "Es verdad. Allí nunca las ofrecieron. Nada que ver con Caja Cantabria", recuerda Joaquín y lo reafirma Leire.
UN PARAÍSO INTOXICADO Vega de Pas es un pueblo montañés, la cola de una valle con forma de Y donde las cabañas de pastoreo de la ganadería trashumante cubre penachos de un paisaje exuberante; verde en el fulgor de julio, blanco en el frío y duro invierno. Los pasiegos son hombres pegados a la montaña, acostumbrados "a madrugar y ordeñar mucho para poder sobrevivir", dice Joaquín sobre una sociedad que ha vivido décadas prestándose el dinero entre sí hasta que aparecieron las entidades financieras. "Esto es un paraíso, un lugar donde vivir tranquilo, en plena naturaleza... hasta que ha pasado esto", advierte Rafael San José, el médico del pueblo, que ha detectado un "mayor grado de agresividad" entre los pacientes debido al estallido de las preferentes, asunto que debe resolverse en los tribunales en los próximos meses.
"A algunos les da vergüenza contar que les han engañado", cuenta la teniente de alcalde. Rafa, el médico, opina que la forma de comportarse de los pasiegos "está directamente unida a su forma de vida. Muchos viven aislados y no bajan de las cabañas en todo el mes".
Las noticias las trae el boca a boca. Así sabrán que las primeras sentencias están siendo favorables a los ahorradores. Tal vez por eso, en Vega de Pas la rabia se impone a la desazón y la depresión.
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