No son grandes los desesperados, sino quienes, con plena serenidad y juicio, prosiguen un camino trazado y avanzan, sin que se precipite su pulso ni se enardezca su sangre. Fiel a la vieja fórmula de Pierre Brulat -"Basta un instante para hacer un héroe, y sólo alcanza una vida entera para hacer un hombre"-, cuando en 1959 José María Arizmendiarreta irrumpió en la sala de reuniones del Consejo de Dirección de Ulgor, su intención era la perpetuidad. "Tenemos que hacer un banco", dijo sin preámbulo alguno. La respuesta que obtuvo aún retumba, medio siglo largo después. "Márchese y deje de decir tonterías. Tenemos cosas mucho más importantes que hacer". El hombre abandonó la sala de juntas Lo bueno de los años es que restañan heridas y aquella impetuosa contestación cayó en el saco de los olvidos.

Viene al caso la historia como antesala de la historia que hoy tienen entre manos estas dos páginas. No por nada, apenas un año más tarde, Caja Laboral, aquel banco imposible que nació al abrigo del movimiento cooperativista, late con fuerza y es uno de los Hércules que sujetan las columnas de este país. Es verdad respaldada por los fríos números. No en vano, la Agencia de Rating Internacional FITCH, mantiene sobre el pecho de la entidad la escarapela A+, el distintivo que expresa solvencia y músculo. Tan es así, que Caja Laboral es hoy una de las diez, entidades más solventes del Estado, la primera en atención de servicio al cliente si se lee el informe de la Consultora Stiga, un Sherlock Holmes que pone bajo su lupa, año tras año, a 97 entidades financieras.

¿Era un visionario, un hombre con el don de la adivinación...? Para explicar el porqué de la clarividencia del personaje hay que viajar hacia atrás en el tiempo hasta detenerse en el 5 de febrero de 1941, cuando Arizmendiarreta, hijo de Markina-Xemein, llega a uno de tantos infiernos que burbujeaban tras la Guerra Civil: Mondragón. Era una premonición.

A caballo entre el idealismo y el talento pragmático, Arizmendiarreta, decidió trabajar a fondo por la convivencia y el desarrollo de fórmulas que permitan crear empleo solidario. El hombre de la eterna bicicleta (era su medio de transporte predilecto...) se amparó en el aliento cooperativista, aquel que nació en 1844, cuando se crea en Rochdale, Inglaterra, la cooperativa de consumo Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale. En 1943, Arizmendiarrieta crea una escuela profesional abierta a todos, que se convertiría con el paso del tiempo en un semillero de directivos, técnicos y mano de obra cualificada para las empresas del entorno y sobre todo para las cooperativas que surgían en aquellos años. Aquel era el embrión de la primera promoción de la Escuela Politécnica, el nido del que surgen los primeros talentos. De entre los integrantes, Arizmendiarrieta escoge a cinco hombres (Usatorre, Larrañaga, Gorroñogoitia, Ormaechea y Ortubay) procedentes de Unión Cerrajera . Son los fundadores, en 1955 de la primera cooperativa: Talleres Ulgor, acróstico de sus apellido y origen de lo que hoy es Fagor. Era la misma empresa que cuatro años después despreciaría su propuesta de crear un banco.

cuando se hizo la luz...

Volvamos a ese día de rechazos. Para los componentes de aquel consejo de dirección de Ulgor, procedentes en su mayoría del mundo del hierro y de las profesiones metalmecánicas (en definitiva: unos proletas...), la palabra banco despertaba un rencor sordo de resonancias inconfesables. Era sinónimo de avaricia, explotación, intereses abusivos, hipotecas, abuso de poder?. En definitiva, una especie de chupasangres . José María se marchó por donde vino sin decir palabra a sus reproches. No era, sin embargo, una toalla tirada. El objetivo que tenía claro con la fundación del banco era la aportación a las cooperativas de la prestación de "servicios sociales, económicos y empresariales".

Además las cooperativas precisaban de una red de seguridad, la tranquilidad de no sentirse avanzar por la cuerda del funambulista con un tenebroso abismo a sus pies. Era necesario, quiere decirse, resolver la cobertura de la Seguridad y Previsión Social, no cubiertas por la Seguridad Social del Estado. Para ello se puso en marcha la Comisión del Servicio de Provisión, fijando las bases de lo que hoy es Lagun-Aro. Estábamos a los pies de las raíces de Caja Laboral. En 1960 Arizmendiarrieta se presentó de nuevo ante el consejo de dirección de Ulgor. Era una visita bien distinta. En sus manos esgrimía un documento oficial en el que el Ministerio de Trabajo calificaba a Caja Laboral como Sociedad Cooperativa de Crédito, inscrita con el número 8.560. Los estatutos sociales estaban aprobados por orden del 16 de julio de 1959. El sueño era ya una realidad. Se había hecho la luz.

Pronto comenzó a comprobarse que Caja Laboral Popular, el nombre con el que se engrasó aquella primera locomotora, no era un banco a la antigua usanza. Empapado de los efluvios solidarios del movimiento cooperativista, el banco se convertía en el corazón de Mondragón a pasos de gigante, como si fuese el engranaje preciso que diese a la Corporación Mondragón la velocidad de crucero necesaria. No en vano, hoy en día la corporación, arraigada en toda Euskal Herria, da trabajo a más de 95.000 personas.

Era un bombeo de dinero, sí; pero también de esperanzas y de tranquilidades. Y era, sobre todo, una suerte de cordón umbilical que acercaba, aún más si cabe, al universo cooperativista a todas las calles y pueblos de Euskal Herria. Desde los legendarios calendarios, realizados por los hermanos Egiguren, iconos de una época, hasta la Fundación Gaztempresa que en 2009 contribuyó a la creación y desarrollo de 328 nuevas empresas y 510 puestos de trabajo directos ubicados en toda Euskal Herria, Caja Laboral se ha convertido en la segunda piel del pueblo vasco.

En el camino quedan historias a pie de calle como su implicación en la defensa del euskera, plasmada en el apoyo al nacimiento de ikastolas en régimen cooperativo o su defensa del cine vasco con la creación del programa Ikuskas (cortos de cine), una iniciativa de hace treinta años, realizada en colaboración del Instituto de Artes y Humanidades de la Fundación Orbegozo y que fue semillero de lo hoy conocido como cine vasco, con presencia de realizadores como Javier Aguirresarobe, Pedro Olea, Antton Merikaetxebarria, Montxo Armendariz y un largo etcétera.

historias a pie de calle

Sobresale, también, el hombro prestado para el proyecto más ambicioso de Kepa Junkera o la edición de Dantzak, un clásico agotado, que contenía notas sobre las danzas tradicionales de los vascos, obra del folclorista Juan Antonio Urbeltz y publicado en 1978. Caja Laboral financió Euskal Idasleak gaur, la obra de José Mari Torrealdai que se reconoce como la historia social de la lengua y literatura vascas o el libro Euskal Herria, publicado en 1985, coincidiendo con el 25º aniversario de la entidad y que contó con la participación de más de 120 personalidades de las artes, la ciencia, la antropología o la política.

A ello hay que añadir su implicación en cientos de pruebas deportivas y ha tomado el pulso a la sociedad vasca con la institución de diversos premios, entre los que destaca el del Vasco Universal, el Principe de Viana a la Solidaridad, etc.

Medio siglo después de que un hombre tuviese un sueño, hoy la realidad coloca a Caja Laboral en la proa de las entidades financieras pegadas a la tierra.