Con el alza de precios constante en los supermercados las marcas blancas están experimentando un notable auge de ventas al marcar en las estanterías unos precios en la mayoría de los casos sensiblemente menores que los de las marcas reconocidas. Son productos fabricados para la cadena de supermercados que los vende, con su nombre y su logotipo. Y muchas veces con la misma calidad y controles que los mismos productos de la marca tradicional.

Este concepto de marca blanca es ampliamente conocido por los consumidores y muy recurrido a la hora de llenar la cesta de la compra.

En cambio hay otro concepto, el de marca negra, desconocido para la mayoría, ya que incluso son los propios fabricantes los que prefieren no publicitar que tienen toda o parte de su producción subcontratada (o de uno de sus productos de su amplia gama de ofertas) y no son los responsables únicos de fabricar ese producto y ponerlos a disposición de las grandes cadenas de supermercados y distribución.

Así pues, la marca negra es el artículo que un fabricante (de marcas muy reconocidas y consumidas) comercializa con su nombre, logotipo y formatos habituales y se vende en la mayoría de los supermercados pero que está elaborado por otra empresa que no se identifica en el producto que compra el consumidor.

Detrás de esta decisión de las grandes empresas que practican esta política de fabricación está el ahorrar costes para ser más competitivos, abaratar precios, ajustar márgenes comerciales y, en definitiva, incrementar sus ventas. O porque son especialistas en una determinado producto o gama. Danone, Heinz, Bimbo, Nestlé o Kellogg’s son algunas de las firmas que recurren a este método.

La subcontratación de la producción es una práctica extendida en muchos sectores económicos (uno de los más evidentes es la industria automovilística) en los artículos de la cesta de la compra es menos apreciable y conocido.

La calidad no sale resentida en estos procesos por que tienen detrás reconocidas y prestigiosas marcas que son las responsables finales del producto y en ese sentido no escatiman medios ni controles de calidad. Los productos pues no tienen peor calidad. Entre otras causas porque no pueden poner en entredicho el prestigio de la propia marca ganado durante muchos años.

Pero sí la transparencia, ya que los consumidores no siempre conocen el origen de los ingredientes de los productos que compran porque no tienen la obligación de informar en sus etiquetas dónde se fabrica. Se suele reseñar el país de producción, aunque no es obligatorio. La normativa europea sólo obliga a indicar si está fabricado dentro o fuera de la Unión Europea.

También porque estas empresas parecen ante el consumidor final como fabricantes, cuando en realidad no lo son. Y muchas veces lo ocultan.