Aitor Arozena, nacido hace 54 años en una saga familiar de txistularis de Oiartzun, es el nuevo director de la Banda Municipal de Txistularis de Donostia, un puesto que ha aceptado con agrado y el apoyo de sus compañeros. Para él, la agrupación musical que ahora dirige “es un servicio público” que hace la vida “más alegre y llevadera”.
¿Desde cuándo forma parte de la Banda de Txistularis?
Entré en 1993, estuve cuatro años en sustitución de un compañero. Luego estuve un año en la banda de Vitoria y retorné a la de Donostia en 1997 hasta hoy.
Fue designado director tras la jubilación de Jose Ignazio Ansorena, que fue también su maestro
Sí, soy director, en comisión de servicios hasta que el Ayuntamiento saque la plaza. Estoy desde septiembre, porque se jubiló Jose Ignazio.
Supongo que es txistulari porque lo lleva en sus venas.
Sí, pertenezco a una saga de txistularis, que viene de Lizartza, y somos la cuarta generación. Son habituales las sagas familiares de txistularis. La nuestra viene del siglo XIX. Mi abuelo era de Lizartza y su tío Juan Antonio, que era el que empezó la saga, era el padrino de mi padre. En la banda municipal de Donostia hemos tenido también a Agustín Laskurain, de una saga de Villabona-Irura, y hay otras en Tolosa, en Bergara... Hay familias, como los Goikoetxea o los Laskurain, que durante varias generaciones se han dedicado al txistu. Por ejemplo, Isidro Ansorena, padre de Jose Ignazio fue profesor de mi padre y yo estudié con Jose Ignazio.
¿Le hace ilusión estar al mando de esta institución centenaria?
Me lo propusieron y lo consulté con mis compañeros, que apoyaron mi nombramiento. Te da cierta satisfacción, al igual que el agradecimiento del público con sus aplausos. Cuando los domingos tocamos la diana, la gente sale a las ventanas a escucharlos. Alguno que otro nos ha tirado cositas, pero la mayoría agradece el trabajo que hacemos. En los conciertos también nos dan las gracias y la gente se muestra muy interesada. Recuerdo, por ejemplo, a una señora de Canarias que estaba de vacaciones y ha estado viviendo a los conciertos de Santa María.
¿Cómo definiría la Banda Municipal de Txistularis de Donostia?
Somos un servicio público y nuestro cometido es acompañar las distintas festividades de la ciudad y los actos del Ayuntamiento, que son bastantes. Hacemos las funciones de heraldo y acompañamos musicalmente actos como la entrega del Tambor de Oro, la de las Medallas al Mérito Ciudadano, los homenajes... Entonces vamos con nuestros uniformes de gala, los trajes de golilla. Luego, todos los domingos tocamos la diana por las calles, una costumbre de hace mucho tiempo. En ella, el txistulari hace la llamada al pueblo diciendo que es fiesta. Salimos de la Parte Vieja y llegamos hasta el Buen Pastor y Reyes Católicos, por el eje peatonal, para volver a la Parte Vieja. Estamos para hacer la vida más alegre y más llevadera. Como decía un compañero, somos funcionarios que funcionan (risas).
¿Qué orígenes tiene la banda donostiarra?
Se creó a finales del siglo XIX, con cuatro instrumentistas: dos txistularis, un silbote y atabal. Más tarde se amplió a ocho componentes y ahora somos diez, incluidas dos trompetas. Los clarines han acompañado a los txistus desde siempre. Cuando en 1922 llegó a la banda donostiarra Isidro Ansorena, que era de Hernani, se fortaleció la agrupación.
¿Cuándo nació esta flauta vasca?
El txistu como instrumento se creó en el siglo XVIII, pero la flauta recta que se toca con una mano, acompañada de un tambor que se toca con la otra aparece en el siglo XII y se expande como la pólvora por Europa. Se puede ver en cuadros antiguos, tapices, capiteles... Los tamboriles, flautistas, juglares... estaban en las fiestas. Desde el siglo XVI, están documentados en los archivos músicos que amenizan las fiestas de los pueblos y tocan en todos los actos públicos.
Formación, de casa al conservatorio
¿Dónde se formó como intérprete?
Empecé con mi padre, Juan Antonio Arozena. Cuando vio que aprendía me envió al conservatorio de Errenteria, Errenteria Musikal, y luego al de Donostia para acabar el grado medio con Kepa de Miguel. Luego cursé los estudios superiores con Jose Ignazio Ansorena.
¿Como nuevo director, quiere aplicar alguna novedad o seguir la senda de su predecesor?
El trabajo de Jose Ignazio se ha adecuado a los tiempos perfectamente y nos va a dar juego para muchos años. Cuando el Ayuntamiento convoque la plaza de director, el que la coja tendrá que decir si va a seguir la estela de Jose Ignazio. Yo me encuentro a gusto con lo que hacemos desde 1997, aunque nada es inamovible y siempre va cambiando.
¿Ha habido muchos cambios en los últimos años?
Sí, claro, desde el repertorio hasta los actos. La kantujira, por ejemplo, en la que participamos dos o tres veces al año, es una novedad. La banda está en continuo cambio. Es como una rolling stone. Si la miramos con perspectiva ha sufrido muchas variaciones. Desde los miembros de la banda, la estructura, ahora usamos teclados, percusión, bajo eléctrico...
Usted toca el bajo eléctrico, además del txistu.
Sí, yo soy txistulari, pero en los conciertos puedo tocar el bajo eléctrico. Ahora estoy como director, pero en los conciertos de la plaza de la Constitución de los domingos al mediodía seguiré con el bajo y otro compañero dirigirá. Otro txistulari también toca el teclado, otro la marimba, otro la flauta baja... Somos poliinstrumentistas y tenemos esa faceta a favor de los sonidos que aportan a la banda. Aunque en la diana siempre vamos con la formación tradicional.
¿La labor de la banda se extiende todos los domingos del año?
Tocamos todos los domingos, excepto el de Pascua. También tenemos quince días libres en Navidades y en agosto. Empezamos la temporada con las Regatas y Euskal Jaiak y seguimos hasta el domingo anterior a Navidad. Después, tocamos también el día de Reyes, el domingo de Ramos y el domingo siguiente a Pascua de Resurrección (hoy) hasta el día de San Ignacio.
Los domingos, junto a la Biblioteca
Además de la diana dominical, ofrecen también sus clásicos conciertos en los arkupes de la plaza de la Constitución.
Sí, con las restricciones tras la pandemia tuvimos que revisar esto y empezamos a tocar en Santa María. Nos ofreció esa oportunidad la parroquia y tuvo un éxito enorme. Teníamos que poner sillas y separadas y estaba casi siempre lleno. Además, en invierno la gente estaba resguardada y sentada. Hemos hecho una prueba durante varios años, desde Reyes hasta Pascua, y ha gustado mucho. Pero este domingo (hoy) volvemos al sitio natural de los txistularis, en los arkupes de la Biblioteca, a las 12.15 horas.
¿Donostia tiene una posición especial en el mundo del txistu?
–En Donostia, el movimiento txistulari ha tenido un pilar muy importante con Isidro Ansorena. Cuando vino de Hernani a Donostia mejoró el trabajo, la calidad y la presencia de la banda en la ciudad. Amplió su repertorio y su público y Jose Ignazio lo multiplicó. Además, Isidro Ansorena fue uno de lo precursores de que la asociación volviera a refundarse así como la revista Txistulari, el boletín oficial de la Asociación de Txistularis de Euskadi, que se suspendió con la guerra de 1936 y retornó en 1955.
¿Hay muchas bandas como la donostiarra en Euskal Herria?
Hay en Vitoria, Bilbao, Pamplona, Azpeitia, Hondarribia, Hernani... Y han sufrido muchas vicisitudes. Según las épocas y las autoridades, las han apoyado, defenestrado o no les han hecho caso. Algunas han desaparecido y otras se ha reforzado, como es el caso de Errenteria, donde resurgió. En Irun también había banda municipal y por decisiones políticas no existe como tal. Hay una banda que cumple esas funciones pero no son funcionarios. En Bilbao, por ejemplo, son trabajadores laborales del Ayuntamiento.
¿Qué futuro le ve al txistu en Donostia?
– Aunque la bajada de la natalidad afecta a todos los instrumentos que no son mayoritarios, como el piano o la guitarra, el txistu en Donostia no solo tiene presente y sino también, futuro. Si no hay una tercera guerra mundial, claro.