No es nada fácil hoy en día para los comercios locales estar abiertos durante 100 años, una cifra redonda que, a los pocos que la alcanzan, les otorga un estatus especial. Uno de ellos es la joyería González Larrauri, un clásico de Donostia con una “identidad y estilo propios” forjados a lo largo de un siglo por hasta cuatro generaciones familiares.

La historia de esta joyería surge a comienzos del siglo XX. “Uno de mis abuelos se instala en Gros como relojero en una relojería suiza, que era un negocio clásico de la época, y en 1923 abrió su propio negocio en la calle Miracruz, una joyería-relojería, porque mi abuelo era relojero. Ahí trabajaron mi abuelo, mi abuela y luego mi padre, que veía más futuro en la joyería y pensó en dar el salto al Centro, así que compró un local pequeño y comenzaron ahí”, relata Esteban González Bastida, que es ya la tercera generación familiar en un negocio que lleva él junto con su hermana Virginia. Las hijas de esta, Ane y Amaia, forman la que es ya la cuarta generación.

“Entonces había enfrente otras tres joyerías, y una de ellas abría solo en verano”, añade Esteban, lo que da idea de la popularidad que tenía por aquel entonces este negocio: “Era una zona comercialmente buena. Mis padres y mi tía tuvieron durante muchos años abiertos los dos negocios, pero compraron el local de al lado en la calle Urbieta y vendieron el de Gros”. Surge así lo que es en la actualidad la joyería González Larrauri.

Durante años el negocio ha forjado su propia “identidad y estilo”, comenta Esteban: “Nos hemos especializado en un tipo de joyería viajando a ferias de países como Italia o Suiza, y alguna nacional. En el negocio tenemos nuestro nombre y se podría decir que nuestro prestigio por la forma de trabajar. Puedes ir a ciudades grandes y ves los mismos comercios en Madrid o Milán, nosotros buscamos nuestra propia identidad. Elegimos todos nuestros productos uno a uno, lo cual te da un gran trabajo, pero también damos muchas opciones para los clientes y productos más exclusivos”.

Esta personalidad propia parece, por tanto, la clave de que el negocio sobreviva entre la multitud de opciones que tienen los clientes: “Con el comercio digital, lo que está claro es que si no ofreces un valor añadido, estás frágil. Tienes que tener algo que puedes defender. Que la gente venga porque puedes tener cosas que no encuentre en otro lado, un valor añadido. Eso lo tenemos nosotros”.

Aunque es un negocio que no conserva la pujanza que podía tener a mediados del siglo XX, sigue teniendo su público. Y Esteban aprovecha para aclarar que las joyas no tienen edad, aunque hace un inciso. “Es que igual hay gente que saca joyas de hace 40 años, que eran de su madre, y dice que su hija no se las pone. Es como si sacas de un baúl unos zapatos o un abrigo de visón de hace 40 años. No te los pones porque te parecen horrorosos. Puede haber algo intemporal como un brillante de dos o tres quilates puesto de forma sencilla, pero a poco que tenga algo de diseño, tiene su época. Hay cosas que están requetepasadas”.

Detalle de varias joyas de González Larrauri. Iker Azurmendi

¿Y qué se lleva ahora en joyería? “Hay de todo para llevar en el tiempo en el que estamos”, responde el dueño de González Larrauri: “A una chica de 20 años no le puedes poner, por ejemplo, una pieza grande, pero hay cosas modernas a precios estupendos: pendientes, collares con cuero o sin cuero… Hay cosas que ahora ya no se llevan. Quizás ahora las joyas sean más ligeras, por decirlo así. También es porque el oro ha subido y los diseñadores tienen que trabajar mucho para ser más eficaces. Los pendientes que antes te costaban una cantidad ahora pueden valer una tercera parte más por la subida del oro y otros conceptos”.

Regalos especiales

Para Esteban, las joyas se vinculan con momentos especiales de la vida de una persona, una tradición que sigue muy vigente: “Son regalos por un nacimiento, una boda, un aniversario o cualquier otra celebración que se confirma con una joya. Muchas joyas son parte de la vida de las personas. O, por qué no, de vez en cuando te pegas un homenaje porque te apetece y te gusta”.

Reconoce Esteban que su clientela es de “cierto poder adquisitivo”: “Es un negocio un poco premium, se podría decir. No es que seamos un restaurante con tres estrellas Michelin, pero nos diferenciamos respecto a otros comercios”. Su clientela, aunque también atienden a turistas, suele ser guipuzcoana, especialmente “gente de la provincia, que es donde está el dinero, lugares como Goierri, Azpeitia, Azkoitia, Eibar…”.

Aprovecha el dueño de González Larrauri para lamentar las dificultades de acceso que tiene el Centro de Donostia: “Para la gente de la provincia ahora mismo el acceso es muy malo, el tráfico es un follón y eso es un problema. Antes igual venía el industrial de la provincia a hacer una gestión o porque tenía una comida, pero ahora solo viene si es absolutamente necesario. A Garbera se puede ir en coche, pero al Centro no. Parece que el Ayuntamiento lo pone cada día más difícil, no podemos hacer nada ante eso”.

En cualquier caso, esta joyería clásica de Donostia, uno de esos negocios que sobreviven a las modas y a las épocas con esa identidad “propia” de la que los dueños se enorgullecen, tiene futuro, asegura Esteban: “Vamos por la cuarta generación. Estamos mi hermana y yo, aunque la que realmente lo lidera es mi hermana, y sus hijas, Ane y Amaia, que son gente joven que le gusta lo que hace. Las dos entienden y tienen gusto. Estamos encantados con este relevo generacional”.