Igeldo ha perdido uno de sus locales de referencia, el Mendizorrotz. Uno de esos restaurantes clásicos, en los que disfrutar de unas buenas alubias, de unas croquetas caseras, de una ensalada con productos buenos y de proximidad, y de una carne o un pescado hechos en la parrilla de carbón. Vamos, lo que viene siendo cocina de toda la vida, “cocina tradicional”, como defiende Nekane Echeveste, que ha llevado las riendas del negocio durante los últimos diez años junto a su hermano Víctor y a la mujer de este, Esperanza Remiro.

La falta de relevo provoca que el Mendizorrotz bajara la persiana hace un mes. Los tres dueños tienen entre 65 y 67 años y les ha llegado la hora de jubilarse. “Tengo un hijo que vive en Murcia y las hijas de mi hermano tampoco lo van a coger. Nuestra otra hermana falleció en 2013 y sus hijos tampoco están por la labor”, explica Nekane a este periódico. Su idea es “vender” el local, aunque no descartan el alquiler. Eso sí, acaban de hablar con una inmobiliaria porque hasta el mismo 25 de septiembre, día en el que cerraron (el 26 hicieron una despedida con clientes habituales y amigos) no han parado: “Ni tiempo para pensarlo hemos tenido. Ahora veremos”.

Nekane relata la trayectoria del Mendizorrotz, que abrió sus puertas en 1958: “Lo fundaron los aitonas. Empezó como un bar de pueblo, en el que la amona preparaba las cazuelas. A veces incluso venía la gente con comida y aquí se le servía la bebida”. Como anécdota, relata que también se vendía “tabaco y alpargatas”. “Suena un poco raro, pero era así”, se ríe. Además, la familia tenía la sidrería Calonge (otro clásico de Igeldo que continúa abierto). “El aita hacía las chuletas a la parrilla en el bar y mi hermano las llevaba del bar a la sidrería. Todo el día arriba y abajo cuando era un chaval. Es que toda la vida hemos estado ahí echando una mano”. Los padres de Nekane y Víctor son la segunda generación del Mendizorrotz: “Ellos hicieron la reforma en 1970”, convirtiendo lo que era un bar en el restaurante. Y en 2012 se hicieron cargo del negocio los dos hermanos y Espe.

En esta última década, han tratado si cabe de reforzar las raíces del negocio. “Hemos intentado hacer las cosas bien y seguir lo que nos enseñó la ama, que es la comida clásica. Hemos ido metiendo cosas nuevas, pero platos como la sopa de pescado, las alubias… esos platos que han sido de toda la vida lo hemos mantenido tal y como lo hacían la ama o la amona”. “Vamos, cocina tradicional, que es lo que querían los clientes. No hemos sido nada de modernidades”, resume Nekane.

LA PARRILLA DE CARBÓN

El Mendizorrotz cerró sin revelar el secreto de su famosa ensalada de tomate. “Todo el mundo nos preguntaba cómo preparábamos la ensalada y el aliño, hasta que un día a una camarera se le ocurrió responder que era como el secreto de la Coca Cola, que no lo podía decir… y hoy es el día que no lo hemos dicho aún, pese a que me lo siguen preguntando. También nos preguntan por las croquetas, pero por ahora no soltamos prenda”, dice con una sonrisa Nekane, que si se tiene que quedar con un aspecto característico de la cocina del restaurante, elige la parrilla de carbón: “Ha sido muy importante para nosotros. En Donostia hay pocas parrillas de carbón, en muchos sitios son eléctricas, que no están mal, pero no es lo mismo. Ahí hacíamos la chuleta, el pescado… con ajito y aceite, no hace falta nada más. Eso sí, con buenos productos”. Tampoco descuidaban los postres: “Eran caseros. Los que más gustaban a la gente eran la cuajada, el flan, el arroz con leche y la tarta de queso”.

Dice Nekane que “por ahora” no siente pena por haber cerrado el restaurante: “Igual pasado un tiempo lo echamos de menos, pero ahora mismo no. Mi hermano está aprovechando para ir a cazar y yo he ido a pasar unos días a Murcia, que mi nieto está ahí. Son cosas que vamos a poder hacer tranquilos ahora, como bajar a Donostia a hacer recados y charlar tranquilamente, antes siempre andábamos con prisas. El trabajo que hemos tenido es muy bonito porque nos gustaba y nos ha valido para conocer a mucha gente, pero también complicado, porque trabajas mientras los demás están de ocio”.

Más pena tendrán algunos clientes fijos del Mendizorrotz: “Hay algunos que venían todas las semanas. Solo fallaban cuando se iban de vacaciones. Y teníamos muchos clientes que venían a menudo. El 26 de septiembre hicimos una pequeña despedida con pintxos y bebida, y fue una locura, no sé ni cuánta gente vino, no se podía ni aparcar. Era una manera de agradecerles todos estos años”.