Como ya es tradición, después de los fuegos artificiales que reúnen a miles de curiosos en la playa de la Concha, llega el turno de los niños, y de los que no lo son tanto, que corren delante y detrás del toro de fuego. Con el olor de la pólvora del espectáculo pirotécnico previo aún presente, seis hombres cargan con seis toros de madera que suelta chispas al aire. Otros seis monosabios les guían en su camino.

Detrás de esta costumbre que lleva más de tres décadas en activo se encuentra una cuadrilla que se junta cada año para organizar el icónico festejo donostiarra. 

Momentos previos

El reloj marca las 22.45 horas y los arenales donostiarras comienzan a poblarse de visitantes que toman asiento para ver los fuegos artificiales. Mientras, los doce hombres que animarán la fiesta posteriormente se cambian a escasos metros, en los vestuarios del voladizo de La Concha.

El sanpedrotarra Jon Erauskin es el responsable de reunir cada Semana Grande a las doce personas que saldrán las siete noches. El jefe del grupo lleva tres décadas en la organización de esta fiesta y asegura que “reunir a la gente ha sido más complicado que otros años”.

Junto con Jon, está otro veterano en esto de llevar la estructura de madera. Para Gorka Sagastume es toda una tradición salir con el zezen suzko, ya que ha participado en más de 20 ediciones: “Es una gozada cargar con el toro, pero te tiene que gustar”, indica el donostiarra, mientras se pone su habitual chándal lleno de agujeros originados por los chispazos de las cargas. 

La figura del monosabio siempre ha acompañado a los grandes protagonistas. Los toros necesitan a alguien que les guíe por el camino. Pedro Campos lleva veintitrés años vistiéndose de pastor cada noche de Semana Grande. Como él define, el trabajo de mozo consiste en “abrirles el paso y que nadie les empuje”. 

Ser el responsable de portar el toro de fuego implica estar en forma y tener gran agilidad para esquivar los obstáculos. Para ello, la preparación es una fase fundamental. 

Mientras el público de La Concha disfruta asombrado de una demostración pirotécnica de luces y pólvora, nuestros protagonistas salen concentrados a estirar los músculos para evitar lesiones y sustos y favorecen que no se den contratiempos en la intensa carrera. 

Jon cuenta una anécdota que se le ha quedado grabada. “Antes nos cambiábamos en el Hotel Londres, en una habitación que tenía unas vistas privilegiadas para ver los fuegos artificiales, y mientras que la gente veía el espectáculo en la playa, nosotros calentábamos en la terraza de la habitación”. 

Este año el organizador de la cuadrilla ha tenido que echar mano de los jóvenes de su pueblo. Algunos noveles. La mayoría son conocidos de San Pedro. Entre ellos se encuentra Unai Serrano, alumno de educación física de Jon Erauskin. Es el primer año que Unai toma la responsabilidad de llevar el zezen suzko y espera la hora de salir con ganas y nerviosismo a partes iguales: ”Quiero salir ya, el primer día fue muy accidentado ya que me caí, pero tengo muchas ganas”, indica Serrano.

Preparación antes de salir con el toro de fuego Javier Colmenero

Cada vez falta menos para encender las chispas. Los responsables de llevar el toro de fuego ya están preparados y han entrando en calor a pesar de que el mercurio marca 23 grados. El olor a pólvora de los restos que han dejado los fuegos artificiales, aumenta la adrenalina a Jon y todo su grupo. 

Antes de salir, Gorka Sagastume recuerda el día que fue hospitalizado por que un desconocido lo placó como si de un jugador de rugby se tratase. “A pesar de que llevar el toro es muy seguro, siempre puede haber alguien que te empuje o, como fue mi caso, que te eche al suelo”, apunta.

Una vez subida la rampa de La Concha, la Plaza Cervantes se encuentra completamente vallada y cerrada al público. Los seis toros se encuentran guardados bajo llave en una cúpula de cristal en la misma plaza. Todo va con más retraso del habitual. Cada uno empieza a sacar las estructuras de madera que van a llevar a los hombros. Los pastores, que visten una faja y un pantalón de tejido de mahón, apartan las vallas para que los más jóvenes de la familia casi puedan tocar las figuras. 

El momento de la verdad

Moisés, el responsable de poner las cargas, lanza el primer cohete en señal de aviso y en el momento en el que el segundo retumba en toda la manzana salen los zezen suzko a las 23.32 horas. Les acompañan los seis monosabios que llevan una vara de madera en la mano. 

Uno a uno empiezan a salir los toros, mientras se encienden las cargas y se prenden y estallan los primeros cartuchos. 

Los niños más pequeños, impresionados por el fuego originado por las chispas, corren hacia sus madres y padres en busca de cobijo. Los más mayores, en cambio, intentan que no les pille el toro. La calle Hernani se convierte en la Estafeta pamplonesa por unos momentos. Dos bovinos se cruzan y se juntan las chispas. Después de diez minutos de intenso sprint se da por terminada la fiesta con el estruendo del cohete final delante del Ayuntamiento. 

Los niños se quedan con ganas de más, pero para ello habrá que esperar a la noche siguiente. 

Objetivo cumplido

Otro día más el encierro ha finalizado con gran éxito y los protagonistas, cansados y con el corazón acelerado por la carrera, se acercan al bar La Iguana donde celebran todas las noches, con un mojito entre manos, que las cosas han salido según lo previsto. 

Para Gorka Sagastume, estos descansos y momentos de relax e intercambio de opiniones “son el secreto” para que puedan “estar frescos” y “preparados para correr el siguiente día”.