"En Amara 35 hay una gran churrería, Marcelino Celigüeta de fama reconocida. En churros y chocolates, cafés y buenas bebidas, y un salón de gran confort para las niñas bonitas. Es verdad, sí señor, para las niñas bonitas...» .

Se la saben de memoria los nietos y bisnietos de Marcelino Celigüeta, fusilado en el cementerio de Hernani el 24 de octubre de 1938, apenas un mes después de que las tropas nacionales entraran en Donostia.

Funcionaba la churrería de Amara Zaharra de tal forma que Marcelino Celigüeta, un emprendedor y gran y trabajador llegado de Cintruénigo en torno al año 1896, decidió también animarse con las churrerías ambulantes, que se instalaban en lo que hoy es el parque de Araba, que en la década de 1930 albergaba un recinto ferial.

Tras abandonar su municipio natal, Marcelino Celigüeta se instaló en la calle de la Salud y “se trae a sus otros dos hermanos”, que empezaron a trabajar de camareros. “Uno de ellos llegó a montar el café del Norte, que logró cierto renombre en su día”, explica Ángel Celigüeta, nieto de Marcelino.

Pero antes, su abuelo “vio un local en Amara” y decidió montar una churrería- chocolatería que en poco tiempo “tomó auge”. Tanto que acababa siendo el lugar donde daban fin a los encuentros familiares a “altas horas de la madrugada”, sobre todo tras las presentaciones en sociedad de la jóvenes de la época, algunos miembros de las clases “pudientes” de la ciudad.

Hasta allí se acercaba mucha gente, ya que estaba ubicada justo en el límite de la ciudad, donde comenzaba una zona de arenales y marismas que ya no pervive ni el recuerdo de los más mayores.

No faltaba la animación en la churrería Celigüeta, situada en un enclave “con ambiente variopinto”, cerca de dos locales de aquellos que se conocían como “de mal vivir”.

Trabajó, y mucho, Marcelino Celigüeta y publicitó sus negocios, como su nieto ha podido comprobar en alguna revista de la época. A una cuña radiofónica de publicidad corresponde la copla anteriormente citada.

Pero es que además de sacar adelante la churrería Celigüeta, Marcelino se dedicó a echar una mano a mucha gente que lo necesitaba.

Con la casa madre funcionando viento en popa, hasta dos puestos gestionó, con un amplio equipo, Marcelino Celigüeta en las citas festivas del barrio. Vendían chocolate con churros, el eje fundamental del negocio, y “buñuelos estilo Zaragoza”.

Ángel Celigüeta tiene el mismo nombre que su tío, el hijo de Marcelino, que puso en marcha el negocio que acabó llamándose Patatas Celigüeta, antes Aperitivos del Norte, que surtió de los conocidos snacks a muchos establecimientos hosteleros de la época en la ciudad.

El nieto no llegó a conocer a su abuelo, al que fusilaron cuando tenía poco más de 40 años, pero sí ha escuchado las historias de un hombre “volcado con el barrio”, Amara Zaharra, y trabajador incansable. Fue también una persona solidaria, ya que en la recogida de fondos para algunas causas el número de teléfono de contacto era el de la churrería Celigüeta.

Fue vicepresidente de la sociedad Donosti Berri, que recientemente conmemoró el centenario de su fundación. En Amara Zaharra luce ya una placa en la que se le recuerda y en la que se evoca su esfuerzo a favor de la sociedad y de las gentes necesitadas.

Fusilado en Hernani

El día en el que se descubrió la placa fue especial para sus familiares. Nietos y bisnietos acudieron a una cita en la que el barrio y los representantes municipales recordaron a Marcelino Celigüeta.

Cuenta el nieto de Marcelino que nadie sabe a ciencia cierta qué pasó en octubre del 1936, aunque se sospecha que un vecino “envidioso” del éxito logrado por el navarro a base de trabajo “dio su nombre”.

Marcelino no se podía imaginar que algo así iba a suceder. Cuando sus hermanos abandonaron la Donostia ya tomada él decidió seguir en la ciudad trabajando.

Y después ocurrió lo que en tantas otras veces en la Guerra Civil. Fueron a buscarle y se sabe que pasó por la cárcel de Ondarreta. “De allí desapareció y sabemos que acabó fusilado en el cementerio de Hernani junto a otras personas. Allí le enterraron”, explica su nieto.

Cuando su mujer supo lo ocurrido “desesperada quiso recuperar el cuerpo” y no lo conseguía. Muy aficionada al tarot, se empeñó en buscar su pista a través de las cartas.

Sus hijos, inmersos en la búsqueda, acudieron al Gobierno Civil, entonces ubicado en la calle Okendo, donde les dijeron : “Este ya no está aquí, se habrá ido para casa”. Nunca volvió.

Sus dos hijos se hicieron cargo de la churrería, que tras un tiempo pasó a ser un bar. Pero, asegura Ángel Celigüeta, no era este el negocio de su vida. Eran muy jóvenes. No lo mimaron lo suficiente y finalmente pasó a otras manos una vez falleció su madre, en 1945, también muy joven.

Pero Ángel Celigüeta, hijo de Marcelino, de alguna forma retomó el camino andado. Inicialmente en un local situado en la plaza de la Constitución puso un puesto de patatas que, posteriormente, trasladó a un local de la calle San Lorenzo, donde montó una churrería-chocolatería con venta de patatas, más o menos a la altura de lo que hoy es el bar Ordizia.

En un momento dado decidió surtir de patatas a establecimientos de la ciudad. Recuerda Ángel Celigüeta haber ayudado en el reparto.

El relevo

Fue la siguiente generación, el nieto de Marcelino, la que decidió ampliar la empresa de patatas fritas y frutos secos, que echó a andar en Hernani.

Y empezó a tomar impulso y a venderse a cadenas de supermercados desde una empresa que se montó en Araia bajo el nombre de Patatas Celigüeta, que hasta entonces se llamaba Aperitivos del Norte y que acabó desapareciendo.

Pero lo que quedó en la memoria de mucha gente fue la coplilla promocional. Tanto es así que el Orfeón Txiki la recuperó junto a otras cuñas publicitarias. También Urko, vecino del barrio, la ha cantado en algunas citas concretas.

Pese a los recuerdos, lo que los descendientes de Marcelino Celigüeta no han podido encontrar es una foto de la churreria-chocolatería madre en el número 35 de la calle Amara.