Donostia - No ha cumplido la edad de la jubilación pero lleva casi medio siglo trabajando. Ciriaco Arandia, popularmente conocido como Xiri, profesional de la hostelería y coleccionista de arte, celebró el pasado domingo una fiesta con sus amistades para poner fin a su carrera profesional, “aunque muchos dicen que no se creen que vaya a dejar el trabajo”. Y no es extraño, ya que son numerosos los clientes que han hablado de tú a tú con Xiri, le han contado sus problemas y han escuchado sus consejos. “Soy hostelero de vocación y me ha gustado mucho el contacto con el público; he querido a mis clientes”, dice para añadir: “He sido psiquiatra en la barra y aún sigo ejerciendo con muchos pacientes”.
El último establecimiento en el que ha trabajado ha sido el bar Xiri, de la calle Idiakez, que volverá a abrir en pocos días. Allí se quedarán en depósito dos grandes cuadros de Zumeta y Goenaga, que sus sucesores dejarán colgados. Se ha llevado, sin embargo, varios lienzos de Ruiz Balerdi, el pintor con el que le picó el gusanillo de adquirir arte. “El primer cuadro se lo compré a Ruiz Balerdi; el segundo, también; y el tercero, también”, recuerda. “Zumeta me gustaba, pero al principio no compraba”, añade. Ahora, la gran colección de artistas vascos que ha ido atesorando en sus largos años de trabajo está cedida al museo de San Telmo para que el centro cultural la exponga o la guarde, según sus necesidades, y la tenga a buen recaudo. El escultor Nagel y el pintor Ameztoy, entre otros, forman parte de su completa colección de arte vasco, de cuyo número de piezas prefiere no hablar.
Xiri nació en Amezketa, pero su corazón se siente de Alegia, adonde sus padres se trasladaron cuando él era muy pequeño. Juanita y Martín, cada uno de ellos con un negocio, tuvieron once hijos. “Soy de una familia que venía de la nada, pero muy negociante y estoy muy orgulloso de ella”, destaca. Su aita Martín regentaba un negocio de piensos, cereales y vino mientras que su ama Juanita abrió una cafetería, pastelería y heladería, con productos traídos del comercio Ibáñez (Tolosa). Más tarde, el negocio de Juanita, ya en manos de Xiri, se convirtió en espacio de referencia de la comarca de Tolosaldea. El Guria, donde trabajó hasta los 30 años y al que dio un toque especial con la colaboración del decorador Carlos García, también tenía música gracias a una sinfonola, lo que era una novedad en la comarca. “Abría hasta las dos y las tres de la mañana, lo que hoy sería impensable”, recuerda.
El hostelero confiesa que desde muy joven le llamaron la atención la estética y las vanguardias, a pesar de haber lucido siempre un aspecto clásico. A los catorce años estuvo trabajando durante un año en la pastelería Mari y Merche, de la calle Secundino Esnaola de Gros, y cuando retornó a Alegia, por problemas de salud de su padre, ya había bebido de la estética de los cafés del centro donostiarra, que entonces habían empezado ya a languidecer, y se había fijado en los objetos artísticos que le llamaban la atención. Los viajes a los que se fue aficionando a lo largo de los años fueron añadiendo gustos estéticos y conocimiento. “Soy de pueblo pero muy urbanita. Todo lo que se ve en las grandes ciudades, como Nueva York, mi favorita, termina llegando”, recalca.
Cuando retornó de Alegia a Donostia, hace 33 años, ya muy curtido en las labores de hostelería, le ofrecieron el bar Zazpi de la calle San Marcial, que era de la formación política Euskadiko Ezkerra, y lo compró. “Era un poco minimalista, aunque también tenía algo de barroco, y un poco frío. O sea que había que calentarlo”, señala en alusión a los cuadros coloristas con los que fue animando las paredes y que permanecen aún en el local, regentado ahora por otros empresarios.
A este primer bar en la capital le siguió un segundo, el cercano Meltxor, y hace doce años, el de la calle Idiakez, en el que ha querido poner fin a su carrera profesional. No contento con estos tres negocios hosteleros, Xiri es también propietario del Palacio Lopetegi, de Baliarrain, donde se celebran ahora eventos y conciertos privados, en una nueva etapa hostelera.
Entre sus posesiones más queridas se encuentra el cuadro que encargó a Javier Mina, en el que sale retratado junto a una de sus famosas tortillas, con la imagen al fondo del general Zumalakarregi, a quien se relaciona con el origen de este popular plato. Xiri, que defiende la conexión carlista del popular plato, ha decidido donar la obra al museo de Ormaiztegi.
La tortilla de patatas de su local, sabrosa y sencilla, es la metáfora de la vida laboral que ha llevado el hostelero. Es su bocado más famoso, sale en distintas guías y es alabado por muchos, “aunque no tiene nada de especial; solo tiempo, que ahora es muy caro”, dice el hostelero. “No he sido de hacer muchos pintxos; eso sí, han sido tirando a clásicos y de calidad”, añade. Para este especialista, el sector está tomando ahora una deriva más industrial, en la que las patatas de las tortillas salen directamente del congelador a las freidoras.
“Han cambiado las cosas, la bebida ha perdido protagonismo. Ya no se puede tener un bar abriendo chapas y con el cañero. Y la noche ha desaparecido, por lo que con dos noches y media a la semana es muy difícil mantenerse y algunos las están pasando canutas”, explica. A su juicio, “ahora hay que andar en la cocina, tiene mucho pringue, y se puede hacer de tipo artesanal o industrial, con lo que se gana más”. Por ello, según el experto, “aunque digan que la hostelería es cara, no lo es tanto. En comparación con otros lugares, damos productos de calidad a precios regalados”.
En su nueva etapa sin obligaciones, el hostelero y coleccionista tiene una agenda llena de viajes, que le ayudarán a seguir cultivando su espíritu y sus amistades. “Yo no he leído un libro en mi vida ni he ido al gimnasio”, dice, “pero he tenido muchas personas de relevancia que me han apoyado”.