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Ocho siglos de vida entre llamas y cenizas

Las calles estrechas de la primitiva Donostia y las construcciones de madera facilitaron la propagación de incendios en la ciudad. Los donostiarras renacieron de unos cuantos antes de la devastación de 1813. texto H.F.

Ocho siglos de vida entre llamas y cenizasfoto: gorka estrada

desde su primera edificación, Donostia ha sufrido innumerables fuegos y posteriores reconstrucciones. El último fue, precisamente, el que se recordará dentro de dos años, cuando se cumpla el bicentenario del asalto inglés que arrasó la ciudad y que dejó únicamente en pie la Basílica de Santa María, San Vicente y 36 casas de la calle Santa Trinidad (actualmente, 31 de agosto).

Fermin Muñoz Echabeguren explica en su último libro, San Sebastián, origen y desarrollo de una ciudad, que el primer fuego del que se tiene conocimiento se remonta al año 1266, "sin que se pueda precisar la fecha, sufriendo la población daños de consideración". Más de una década después, el 28 de octubre de 1278, llegó otro más, también importante. "Empezó en la casa llamada Ichaske que estaba en la tripería, calle de Zurriola, y se quemó toda la villa, en términos de haberse caído hasta la portada de la iglesia de Santa María", expone Muñoz.

El autor continúa enumerando en su obra hasta doce de aquellos fuegos que obligaron a la reconstrucción, parcial o total, de la ahora capital del territorio. Por ejemplo, relata cómo en la noche del 28 de enero de 1489 se produjo el séptimo incendio documentado. Una de las criadas de la casa de Miguelco Joan de Aguirre, Blancaflor, que se encontraba en la calle de Santa María, produjo el fuego, según los testimonios recogidos. "Redujo a cenizas toda la población y sólo pudieron salvarse en toda la villa tres casas-torres", asegura el autor.

Los primeros años del siglo XVI, en 1512, las tropas francesas invadieron Gipuzkoa y sitiaron la ciudad. Fueron los propios donostiarras los que quemaron entonces 166 arrabales para que el Ejército enemigo no pudiese hacer uso de ellos.

Ante tanto fuego, las autoridades municipales se vieron obligadas a tomar medidas en los siglos posteriores: "Después de tantos y tan importantes incendios, eran rigurosas las precauciones que se tomaban en la población para evitar su repetición, como vemos en las diferentes ordenanzas municipales; la alarma del vecindario llegaba a su límite cuando las campanas de Santa María y San Vicente anunciaban con sus tristes ecos el principio de un nuevo siniestro".

Uno de los fuegos más recordados, junto al de 1813, es el que aconteció el 23 de enero de 1738, "cuando se declaró un violento y formidable incendio en la casa número 4 de la plaza Nueva, hoy plaza de la Constitución, esparciendo instantánea alarma que puso en pie a todo el vecindario", según relata Muñoz.

Se abrieron todas las puertas de la ciudad para permitir que los vecinos que vivían extramuros acudiesen a la llamada de auxilio. Las guarniciones militares también ayudaron. "De pronto, todos los trabajos quedaron en suspenso, prosternándose de rodillas los concurrentes y, al bullicio propio de las faenas que se estaban realizando, sucedió un silencio aterrador, solo interrumpido por el rugido de las llamas y el estrépito de los materiales que se derrumbaban" narra Muñoz, al tiempo que añade que "a la luz de aquella inmensa hoguera hacía su aparición por un lado de la plaza la Virgen del Coro, conducida en procesión a la casa concejil por el vicario de Santa María".

Este hecho es recordado porque tras la aparición de la efigie de la virgen comenzó una fuerte lluvia que impidió, en gran medida, que el fuego se propagase más. A la mañana siguiente solo "dos casas habían desaparecido fruto de las llamas".

1813

Bicentenario

75 años después tuvo lugar el último asalto y la última reconstrucción de la ciudad, de los que se cumplirán 200 años en 2013. Un comité ciudadano trabaja para preparar la conmemoración del bicentenario de aquel fatídico 31 de agosto.

Ese día explotó un polvorín en la ciudad, que se encontraba tomada por fuerzas napoleónicas. La explosión provocó el incendio y desconcertó al Ejército francés, lo que permitió a las tropas anglo-portuguesas entrar en la ciudad. Los franceses se refugiaron en el castillo de La Mota hasta que se rindieron el 8 de septiembre. Entre tanto, la ciudad sufrió incendios y saqueos y muchos donostiarras fueron violados y asesinados a manos de británicos y portugueses. Fue la última vez que Donostia tuvo que volver a renacer.