Terminó la Vuelta de las catedrales igual que empezó, con el triunfo de Roglic. Arrancó con su victoria frente a la catedral de Burgos, y se fue con otra frente a la de Santiago, en la plaza del Obradoiro. La última etapa concitó dos emociones, la del tercer puesto del podio, que, tras su conquista la víspera por el australiano Haig, estaba al alcance del británico Yates; y la del triunfo de etapa. Las contrarrelojes finales en una vuelta de tres semanas son distintas y a veces surge en ellas la sorpresa, pues los líderes se han desgastado mucho en su lucha por la general, y hay especialistas que, sin haberse exigido en las montañas, han reservado fuerzas. Es lo que casi ocurre, aunque finalmente Roglic impuso su clase sobre el danés Nielsen.

Si el día de los Lagos de Covadonga comenzaba el artículo con la afortunada frase de Roglic, “sin riesgo no hay gloria”, con la que el esloveno describía su actitud en la carrera, en este resumen final debería arrancar con otra: “Capitanes sin gloria”, aludiendo a lo que vivimos con el abandono injustificado de Miguel Ángel Lópezabandono injustificado de Miguel Ángel López, exsuperman. Conviene repasar las escenas principales de la película de aquella etapa. La secuencia continua de puertos, cortos pero duros, del recorrido por Galicia, desató una tremenda lucha que dejó al pelotón diezmado en los últimos sesenta kilómetros, cuando aún quedaban tres cotas. En la subida a Mougas atacaron repetidamente los corredores del Ineos, Bernal y Yates, recibiendo la réplica de todos los favoritos. Hasta que a un ataque de Yates respondieron sólo Roglic, Haig del Bahrain, y el Movistar Mas, descolgándose López. Ese cuarteto encontró por delante a Mäder, coequipier de Haig, que, viendo la posibilidad de desbancar del podio a López, se exprimió, abriendo un hueco cada vez mayor con el grupo del resto de líderes, del cual sólo tiraba López, pues el resto llevaba intereses delante. Padun, otro Barhein que iba por delante, esperó a su jefe y los tres compañeros relevándose, abrieron una brecha insalvable. A falta de treinta kilómetros, López, que circulaba a más de tres minutos, vio definitivamente perdido el podio, y decidió retirarse. Una decisión inaudita, desconocida, y poco deportiva. Despreciando el trabajo que sus compañeros del Movistar hicieron por él durante toda la Vuelta. Y transmite a los aficionados, a los jóvenes, unos valores nada edificantes. El pundonor es la ética del deporte.

Recuerdo casos antagónicos que resultan ejemplares. En la Paris-Niza de este año, cuando Roglic iba de líder y tenía la prueba ganada, se cayó en la etapa final de la prueba. No tenía compañeros que le ayudaran, pero pedaleó en solitario los muchos kilómetros que quedaban hasta meta. Hay capitanes con los galones ganados en la batalla y otros en las oficinas. Perdió la carrera pero dio una lección de entrega, de respeto a la prueba, al equipo. Otro, el de Luis Ocaña cuando se cayó en el Tour de 1969, en la etapa con meta en el Ballon d’Alsace. Ocaña, orgulloso, fiero, montó en su bici, y, empujado por sus compañeros, ensangrentado, terminó la etapa.

Y otro más lejano, el de un ciclista de la FUE (Federación Universitaria y Escolar), en ese otro ciclismo de los tiempos del República, un ciclismo impregnado de los valores y luchas de la sociedad en la que vivía, y no ajeno a ellas. Un ciclismo donde se enfrentaban los sindicatos estudiantiles. En una de las carreras que disputaban, con meta en Donostia, subían varias veces la cuesta de la Guitarra, en Ventas de Astigarraga. Llovía, el suelo estaba muy resbaladizo, y en la última vuelta, bajando la Guitarra, se cayó el ciclista de la FUE que iba en cabeza. Se levantó muy dolorido y siguió. Llegó el segundo a la meta, y, tras atravesarla, se desplomó sin sentido. Rápidamente fue curado y llevado a un hospital de la Cruz Roja, donde le atendió una monja enfermera, a la que le parecía increíble que hubiese terminado la carrera con esa herida, pues era tan profunda que se le veía hasta el hueso de la cadera.

Esa es la actitud del deportista, que da lo mejor de sí en un esfuerzo puro y honesto. El corredor deja su sello sobre la bicicleta. Igual que el escritor en sus libros, el pintor sobre su lienzo, el obrero en su fábrica, o el hombre primitivo pintando sobre las paredes de la cueva. Son testimonios de su saber, su legado, y es lo que constituye el ejemplo de su compromiso como seres humanos.

Despedimos la Vuelta como despedimos el verano, con nostalgia, con los recuerdos ya pugnando por arrebatarnos cuando el presente aún no se ha ido. Queda volver a lo ordinario, lo que también nos construye. Una cosa y la otra, lo que rompe y lo que continúa, como el sueño y la realidad, se entretejen para hacer lo que somos, nutriéndonos de experiencias. A punto de cerrar el paréntesis estival, nos habitará también el recuerdo del ciclismo, de la Vuelta, porque, como canta Serrat en “Mediterráneo”, “mi niñez sigue jugando en tu playa”, nuestra niñez seguirá jugando en la playa del ciclismo. Así se hace inolvidable la vida, y los hermosos recuerdos se vuelven sueños, aspiraciones, animándonos a seguir, a aspirar a más, y también a volver.

A rueda

López vio definitivamente perdido el podio, y decidió retirarse. Una decisión inaudita, desconocida y poco deportiva. Y transmite valores poco edificantes