Duración: 2 horas y 41 minutos.

- Da igual en primavera o en otoño, al aire libre o con el techo cerrado, con calor o con frío. Roland Garros sigue siendo la tierra prometida de Rafa Nadal casi cada año desde 2005 cuando batió a Mariano Puerta con 19 años para levantar su primer título. Ayer, con 34, destrozó a Novak Djokovic en una final perfecta para lograr su victoria 100 en París en 102 partidos, que supone su decimotercer título en el torneo francés y su vigésimo Grand Slam para igualar a Roger Federer en esa carrera que hace unos años parecía acabada, pero se ha animado a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI.

Nadie ha ganado tantas veces el mismo torneo, no uno cualquiera, sino uno de la máxima exigencia. Y Nadal lo consiguió sin ceder un solo set y tras hacer que el número 1 del mundo pareciera poca cosa sobre la superficie ocre de París, que se mimetiza con las hojas caídas del Bosque de Bolonia que acoge la Philippe Chatrier, que hubo que cerrar por miedo a una lluvia que al final no apareció en la capital francesa. Nunca se había jugado una final de Roland Garros a cubierto, ahora a salvo del frío, la humedad y el viento parisino, pero ni siquiera eso molestó a Nadal cuando se dispuso a restar por primera vez el saque de Djokovic.

El de Manacor ejecutó su plan con metódica precisión y con una entereza física y mental que rompió los esquema del serbio, más apagado que de costumbre, sin esa fiereza competitiva que hace aflorar cuando las cosas no le van bien. Nadal logró romper los dos primeros saques de Djokovic y cogió una iniciativa que nunca abandonó. El primer parcial fue un rosco, pero no reflejó la igualdad en el duelo. De los diez primeros juegos, ocho llegaron al deuce, al 40 iguales, y siete cayeron del lado de Nadal, que fue agrandando la brecha con una actuación impecable, jugando con profundidad y elevando la bola hacia el revés de su enemigo, que era incapaz de definir los puntos y abundaba en fallos. En cambio, cuando ganaba por 6-0 y 5-1, el de Manacor solo había hecho tres errores no forzados.

El serbio trataba de explotar su buena mano para las dejadas, que otros días fueron un buen recurso, pero que ayer fueron un síntoma de debilidad, de cierta desesperación y disgusto ante la falta de otros argumentos para derribar a Nadal, que movía de lado a lado a su rival para definir generalmente con su portentoso golpe de derecha. El balear sirvió para adelantarse con 4-2 en el tercer set, rumbo a una paliza aún más dura, pero entonces apareció, al fin, el Djokovic más combativo, que logró su primera rotura después de dos horas y diez minutos de juego y gritó, exteriorizó su rabia, como suele hacer cuando quiere intimidar a quien tiene al otro lado de la red.

Pero Nadal lo sabía y pudo frenar la reacción del balcánico, que habría sido peligroso de haberse llevado el tercer set. El balear no quería alargar el asunto más de lo necesario, siguió apretando y en el duodécimo juego sacó para seguir agrandando su leyenda. No le tembló la mano y cerró el partido con un juego en blanco gracias a un saque directo. Después, se arrodilló sobre la tierra de París mientras todo el mundo del deporte, incluidos los propios Federer y Djokovic, se ponía de rodillas ante él, ante una leyenda que ya ha sobrepasado ese calificativo y se sitúa entre los más grandes deportistas de la historia.

Cien, trece, veinte, son los números que dejó ayer Rafa Nadal, con el que no ha podido ni este maldito año del COVID-19 que ha debilitado al deporte mundial. El gigante de Manacor se mantuvo en pie ante la falta de motivación, renunció al US Open y puso el foco en París, en un otoño extraño y unas fechas que para él suelen ser poco propicias. Pero Roland Garros, que se resistió con polémica a ceder al virus, es un amor eterno, una de esas historias irrepetibles que quedarán para siempre en la leyenda.

ATP. Nadal admitió ayer que no sabe si va a jugar más en lo que queda de año. No lo sabe él, probablemente no lo sabe nadie, porque el calendario ha quedado muy tocado por una pandemia que no remite, al contrario. Toda la gira asiática y la Copa Davis se cancelaron y solo se mantienen el Masters 1000 de París-Bercy y las Finales ATP de Londres como objetivos apetecibles. Por eso, Nadal puede tomarse descanso hasta 2021. Los ATP 500 de San Petersburgo y Viena y los ATP 250 de Colonia, Cerdeña, Amberes, Nur-Sultan y Sofía, todos en pista cubierta, son los torneos que cierran hasta finales de noviembre el menguado calendario, si el virus lo permite.

WTA. Peor están las cosas en el circuito femenino de la WTA, que tendrá su siguiente cita la semana que viene en Ostrava, que ha aparecido al rescate. Garbiñe Muguruza, que reside habitualmente en Ginebra, estará en la ciudad checa y, probablemente, también en Linz (Austria), entre el 9 y el 15 de noviembre. Estos dos torneos y el de Limoges a mediados de diciembre son todo lo que les queda hasta final de año a las mujeres, que en el último trimestre suelen tener su base de operaciones en Asia.