Todavía algunas tradiciones perviven, inmutables, a la aceleración y las prisas. Como si las costumbres fueran ajenas a la modernidad y a los cambios deparadigma. Nada más clásico que Alejandro Valverde, que a un dedo de los 41 años demostró su capacidad de reinvención otra vez. Habían pasado 582 días desde su último triunfo. Fue el 30 deagosto de 2019. En su otoño, Valverde es jovial y primaveral como la generación de imberbes que están tomando al asalto el ciclismo. El murciano, repleto de las arrugas de la experiencia y de los pliegues de la gloria, de su estante con más de 100 victorias, fue capaz deelevarse sobre el resto en el G. P. Miguel Indurain. "Es un triunfo que da alegría y confianza también para la Vuelta al País Vasco. Ojalá allí nos acompañe el tiempo, de piernas creo que estamos bien y tenemos un gran equipo. Quiero dedicar también esta victoria a nuestro gran amigo Gary Baños; allá donde esté, seguro que la ha recibido con muchísimo cariño", ha analizado en la meta de Lizarra Valverde.

El Bala acertó en la diana otra vez. La tercera en la clásica navarra. La puntería no se pierde con la edad. Pasan las estaciones, el almanaque amarillea, los recuerdos adquieren tonos sepias, pero permanece, inalterable el espíritu del indomable Valverde, todavía el estandarte del Movistar, que al fin descorchó una victoria en un curso apagado hasta que se iluminó el incandescente Valverde, que tachó a Luis León Sánchez y Lutsenko para exhibir su algarabía tras un triunfo rotundo. Valverde lo celebró con un grito. Fue un acto de fe y de reivindicación. Valverde recibió la felicitación de sus rivales. Honraron al mito.

En el G.P. Miguel Indurain, la clásica que se sitúa el Campo Base de la Itzulia, nadie hace prisioneros. La fuga del día fue la escapada de siempre. No recuerda la memoria la carrera sin aventureros. Ciclistas con aspecto de reos y barnizados de utopía. En ese viaje se reunieron Mikel Aristi (Euskaltel-Euskadi), Jon Irisarria (Caja Rural), Ángel Madrazo, Oronte, Carvalho y Albanese. La escapada del día es un clásico, un imprescindible. En jornadas así, también ocurren sucesos inesperados, como la caída de Enric Mas tras el descenso de Ibarra. El mallorquín se raspó el cuerpo y sufrió abrasiones desde el hombro hasta la cadera. La prudencia le invitó a echar pie a tierra. La Itzulia es uno de sus focos de atención. No convienen los riesgos. El Movistar pensaba en Valverde, principio y final de todo. La escuadra telefónica candó las esperanzas de la fuga, que perdió el horizonte cuando la clásica entró en el territorio de los jerarcas camino de Lezaun.

Ion Izagirre, último campeón de la Itzulia, agitó el avispero en el puerto. El de Ormaiztegi se arrancó el óxido con el acelerón y provocó el efecto dominó. Se formó un enjambre de una docena de dorsales. De ese grupo se forjó la unión entre Luis León Sánchez, Ben Hermans, Ben Swift y Jefferson Cepeda, que forraron de ilusión las alforjas. Lograron una ventaja que fluctuó en el minuto. El cuarteto superó el repecho de Ibarra, pero en Eraul olía a tormenta, aunque el cielo era un muestrario de pantone azul calmo. Celestial. El pelotón, donde residían Valverde, Aranburu, Fraile, Lutsenko, Izagirre, Mollema y Pello Bilbao, entre otros, mordía. Colocaron las sirenas de persecución. A Cepeda, la ascensión a Eraul le cuarteó.

En realidad, solo Luis León Sánchez soportó las vibraciones que llegaban de entre los favoritos. De ese terremoto surgió la energía de Valverde, el infinito. El murciano de 40 años, a un palmo de los 41, reconoció al instante que ese era el momento para subir los decibelios.Valverde y Luis León se soldaron para encarar Ibarra, donde Lutsenko, el kazajo compañero de Luis León, convirtió el dúo en un trío. Valverde estaba en inferioridad numérica, pero el Bala posee pólvora. Su detonación cegó a Luis León y Lutsenko, que solo pudieron ver el rastro del humo que dejó la explosión de la ambición de Valverde. Ese puñado de pedaladas, ese reprís, certificó la liberación de Valverde. El murciano se desató para festejar su tercer triunfo en el G.P. Miguel Indurain. De paso, abrió la vitrina anual del Movistar, canino hasta que Valverde cumplió con la tradición. Valverde no caduca.