Aunque glorioso, Chris Froome pertenece al pasado desde que se su cuerpo estallara en el Dauphiné de 2019, quebrado tras un durísimo impacto contra un muro. El campeón quedó allí y desde entonces, a pesar de su prolongada y costosa rehabilitación con los mejores especialistas, no ha sido capaz de acercarse a lo que fue. El británico es un recuerdo. Una imagen en sepia de lo que fue. En la rampas de Port de Santa Fe del Montseny, una cota de primera, Froome se desvencijó. No se dejó porque su orgullo, la dignidad y la autoestima se lo impiden, pero al líder del Israel, la realidad le notificó que su tiempo ha pasado como el de las hojas caducas que amortiguaban su silencioso calvario. Froome arrastraba la cruz de los tiempos mejores, pedaleando en la nostalgia, congelado en el tiempo, fundido entre unas laderas donde la nieve recordaba el reciente invierno. Es primavera, pero Froome, en su segunda aparición de la campaña, no florece. Su invierno no acaba. Lograr el quinto Tour es una quimera. Un puerto que antes silbaba era un réquiem para él.

Froome se deshilachó en el momento en el que la carrera tomó algo de altura después de la aventura en la que se embarcó Gotzon Martin junto a Berhane, Taaramäe y Moniquet. El del Euskaltel-Euskadi demostró que es un ciclista valiente. No desperdició el ciclista de Orozko el ticket para salir del anonimato en el reestreno del Euskaltel-Euskadi en el WorldTour. El vizcaino mostró el carácter y la ambición de la formación naranja. Hacía ocho años desde la última carrera del equipo vasco en la máxima categoría del ciclismo. Gotzon Martin dejó su impronta. Mira al futuro. A Froome no le alcanza esa visión. Su estrella colgó del retrovisor. Apagón. Fundido a negro. El británico era un recuerdo conmovedor. Una imagen de otra era. Aquel fatídico accidente en Francia le arrancó del escaparate. Su fuerza de voluntad le recondujo a la carretera, pero a cada esfuerzo exigente, se acoda en el arcén, pedaleando la capitulación de su extraordinaria biografía ciclista. A Froome no se le espera.

Amortizada su figura a 50 kilómetros de meta, una vez el Movistar reemplazó al Bora en el pastoreo del pelotón y con la fuga tachada, Luis León Sánchez hizo palanca. El murciano abrió una pequeña grieta tras el descenso Port de Santa Fe del Montseny, el puerto que crucificó a Froome. El pelotón se tomó un momento para respirar y Luisle, escamado, arrugado por la experiencia, prefirió la apnea. El alemán Kämna, un buen rastreador, se agarró a la propuesta de Luis León, que se agitó en el instante preciso. También se sumaron Kron y Rochas. Se entendieron de inmediato mientras en el grupo de los mejores, aguardando la crono de este martes, arquearon las cejas y elevaron los hombros.

Esos instantes alimentaron a los fugados. Les vitaminaron. Tomaron una renta de 40 segundos y supieron gestionarla en paralelo a la costa, en carreteras sugerentes, sinuosas, con curvas. Solo el empeño de Ineos, que ordenó a Jonathan Castroviejo a dar velocidad al grupo, logró reducir algo el trecho. Demasiado tarde. El despertar, tardío, les condenó. En Calella se retó el cuarteto con el aire suficiente a su espalda. Solo preocupados por la victoria. En ese esprint a cuatro Andreas Kron repelió a Luis León Sánchez. El danés era un tipo feliz en meta. “Una victoria aquí es algo grande”, ha dicho Kron, el primer líder de la Volta a Catalunya. Los favoritos se agolparon en el mismo encuadre. Allí no estaba Froome. El melancólico británico asomó a 8:30 del vencedor. Froome caduca en la Volta.