n esta temporada comprimida, por causa del COVID, se superponen unas carreras con otras. Esta semana, mientras el Giro abandonaba Sicilia y el sur de Italia, Alaphilippe vencía en la Flecha Brabanzona, desquitándose del amargor de la derrota sufrida en la Lieja-Bastogne-Lieja. Se imponía, pero a punto estuvo de cometer el mismo fallo de Lieja, alzó los brazos antes de la línea de meta y casi le adelanta Van der Poel. Tenía ganas de exorcizar el gesto, para que no le quedara ningún trauma. Psicológicamente es un acierto, porque no hay que dejar que se instalen manías en el cerebro, donde la única magia que debe anidar es la poesía, los sentimientos, no las supersticiones. Deportivamente es otra cosa, y su entrenador debe corregirle ese impulso narcisista, de gustarse tanto en la victoria. Y ayer, coincidían dos clásicas, la Gante-Wevelgem y la Paris-Tours. Las dos ganadas por dos Pedersen, daneses, Casper en Tours, y Mads, el antiguo campeón del mundo, en Wevelgem. En la clásica de Tours, ciudad donde se fundó el partido comunista francés, antaño uno de los más grandes del mundo, se han puesto a la moda y han introducido muchos tramos de caminos de tierra, caminos de viñas. Es cierto que dan más emoción a la carrera, pues la irregularidad del piso dificulta ir a rueda y aprovecharse aerodinámicamente, lo que produce una lucha menos táctica; pero también lo es que suceden más averías, caídas, pinchazos, que desvirtúan deportivamente la carrera.

En mi artículo La barba de Engels, alababa el trabajo de la escuela de Mánchester, su centro nacional de ciclismo, que había forjado grandes corredores. Lo hice porque tras el resultado de la contrarreloj inicial del Giro, los mejores entre las figuras eran los británicos de esa escuela, Geraint Thomas y Simon Yates. Ahora ya no está ninguno de los dos, y debo rectificar mi pronóstico. Aunque han sido causas extradeportivas las que los han desbancado. Thomas se cayó al pisar el botellín que un compañero perdió en un bache, fisurándose la pelvis. Es un gran corredor, resistente, guerrillero, como le llamé, porque consiguió llegar a la meta en el volcán Etna con la pelvis dañada. Al día siguiente, la evidencia de la rotura en una radiografía, le obligaba a irse a casa. Thomas tiene mala suerte en el Giro, pues lo mismo le ocurrió en 2017, cuando también era uno de los favoritos. Yates fue víctima del COVID, dando positivo y viéndose forzado al abandono y a ponerse en cuarentena. Es el primer caso de un corredor en la carrera, y da miedo pensar, en este momento de repunte del virus, qué va a pasar en adelante, cuando la prueba llegue al norte, donde los números de la pandemia son perores.

La carrera discurre sin demasiado brillo. Las dos llegadas en alto, en el Etna, y ayer en los Apeninos, en Roccaraso, no despejaron ninguna duda ni permitieron ver nada sobresaliente, llegando los favoritos muy cerca unos de otros. En esa tesitura, el líder, el portugués Almeida resiste con la maglia rosa. Cuidado con él, es muy joven pero un gran corredor, ya lo demostró en la Vuelta a Burgos, y como ayudante de Evenepoel. Entre los veteranos, a Nibali se le ve ambicioso, activo con su equipo en la cabeza del paquete, pero en las montañas parecía justo de fuerzas. Y Fulgsang, el gran tapado, puede tener su oportunidad. Agazapado, no se deja ver, pero está cerca, y la clase que tiene es incuestionable. Su exhibición en el Giro de Lombardía fue espectacular; como lo fue la de Lieja el año pasado, y anteriormente las de la vuelta a Suiza y el Dauphiné Liberé. Todos ellos momentos excelsos de ciclismo. Otra cosa será el recorrido, pues en las enormes montañas dolomíticas, en los Alpes, en el Stelvio, en el Agnello, en el Izoard, ya está nevando, y dentro de diez días, cuando llegue la carrera por allí, puede ser peor. Lo que obligaría a suspender etapas, o pasos, y activar un plan B, pero ya sabemos que los planes B, en todo, nunca son buenos.

Con la llegada de Thomas a la cima del Etna, con la pelvis rota, pensé en la fatalidad, en la adversidad, tan frecuente en el ciclismo. Un deporte donde las caídas, las enfermedades, consecuencia de la prolongada intemperie, son decisivas. Y quien elige este deporte debe saber que eso es así. No puede arrepentirse, es su esencia. Recordaba la anécdota contada por Javier Bueno, director del diario socialista asturiano Avance. Me la contaba Marcelo Usabiaga, que compartía prisión con él, tras ser derrotada la insurrección obrera asturiana de octubre de 1934. Un día, la policía sacó a Bueno de la cárcel, junto a un compañero, y los llevaron a un descampado, donde les mandaron cavar una fosa. Estaba claro que les iban a fusilar y enterrar en ese agujero. Entonces, su compañero, muerto de miedo, empezó a gritar, abdicando de todo lo que le había guiado en la vida, de su compromiso, de sus ideas, suplicando el perdón. Bueno le contestó: “Calla y cava, hay que ser consecuente y coherente con el camino que se ha elegido”. Pues eso, Thomas, buen ciclista, volverá a correr, a arriesgarse en el pelotón, en las bajadas, como si nada hubiera pasado, porque es su camino de ciclista. Por suerte, no les fusilaron.

A rueda

Las dos llegadas en alto, en el Etna, y ayer en los Apeninos, en Roccaraso, no despejaron ninguna duda ni permitieron ver nada sobresaliente