Kartajanari, el notario vasco del Karakorum
La Fundación Emmoa conserva el legado de libros, fotos y fichas que Javier Eguskiza elaboró durante más de 40 años
Javier Eguzkiza Aretxabaleta (Bilbao, 1940-2018) nunca pisó un ochomil ni del Himalaya ni del Karakorum, pero conocía las montañas más altas del mundo como la palma de la mano. Bajo el sobrenombre de Kartajanari (Comedor de mapas) y desde la discreción, durante años amasó una ingente cantidad de datos, libros, mapas y fotos que están a buen recaudo en las instalaciones de EMMOA, la fundación que salvaguarda los tesoros del montañismo vasco.
Durante años, los ascensos con éxito a los ochomiles no finalizaban con un brindis en el campo base. Elisabeth Hawley, más conocida como Miss Hawley, fallecida en 2018 a los 94 años, entrevistó desde 1963 a 2016 a todas las expediciones que viajaban a Nepal, antes y después de subir y bajar de los colosos blancos. Conocida como la Notaria del Himalaya, documentó decenas de expediciones con minuciosidad e interrogó a decenas de montañeros para comprobar si habían logrado o no su objetivo. A pesar de que ella jamás pisó un ochomil, era quien daba fe de que se había hollado tal o cual cima y quien documentaba los datos de la expedición. Y lo cierto es que su criterio era respetado en el mundo alpinístico.
Por teléfono
Xabier Eguzkiza, prácticamente desde el anonimato, llevaba a cabo la misma labor que Miss Hawley pero en los ochomiles de la cordillera del Karakorum. Kartajanari expedía los certificados extraoficiales de ascenso al K-2, Nangna Parbat y demás montañas sin ni siquiera mantener un contacto cara a cara con los expedicionarios. Lo hacía en unas interminables llamadas de teléfono que se convertían en “un interrogatorio casi policial”, explica Antton Iturriza, cronista de la historia del montañismo vasco, amigo de Eguskiza y miembro de EMMOA.
Iturriza nos muestra el legado de Kartajanari, junto al también voluntario de EMMOA Juan Mari Ansa, en Donostia, en una de las sedes en las que están repartidos los libros, objetos, fotos y un sinfín de joyas que deberían figurar en el ansiado Museo del Montañismo Vasco que se prevé levantar en Tolosa.
Eguskiza, de hecho, solo había estado una vez en Nepal. Fue en la primavera de 1974. Como dominaba el inglés, viajó como apoyo de la expedición Tximist. A partir de entonces comenzó a elaborar datos estadísticos con todo lujo de detalles sobre las expediciones al Karakorum. Residente en Inglaterrra desde 1971, Kartajanari telefoneaba a cada alpinista que ascendía un ochomil y le preguntaba por todo tipo de detalles. Luego, redactaba a mano las fichas de cada montañero, las mismas que guarda EMMOA tras recibir de manos de su familia todo su legado alpinístico. En las cartulinas se leen al detalle los logros de referentes de la historia del montañismo como Reinhold Messner, Jerzy Kukuczka, Ueli Steck, y emblemas del alpinismo vasco como Juanito Oiarzabal, Edurne Pasaban o Alberto Iñurrategi. Además de esas joyas alpinísticas, Kartajanari donó a EMMOA más de 4.000 libros, entre ellos una de las mejores bibliotecas sobre el himalayismo.
Figura discreta afincada en Inglaterra
Sin embargo, su figura apenas ha trascendido más allá de la comunidad del montañismo. Su carácter reservado y el nulo afán que tenía por darse a conocer públicamente (nunca concedió una entrevista) era diametralmente opuesto a la relevancia que tenían sus estadísticas e informes. “Conocía las montañas con una precisión extraordinaria”, explica Iturriza, que destaca “su gran capacidad intelectual”. “Era un superdotado y un perfeccionista patológico, con una memoria prodigiosa. Cualquier cosa que se pusiera a estudiar, al cabo del tiempo era el que más sabía de ese tema”, recuerda.
Kartajanari telefoneaba a los alpinistas desde su casa en Worcester (Inglaterra), donde residía con Jenny Hooben, su mujer, que recientemente expuso en la sede del Club Vasco de Camping, en Donostia, una serie de acuarelas sobre los ochomiles. Sus pormenorizados informes y su sabiduría sobre el Himalaya y el Karakorum le permitieron publicar artículos en las más prestigiosas revistas de montaña del mundo. De hecho, cuando falleció, el 3 de marzo de 2018, esas mismas publicaciones editaron obituarios sobre su trayectoria y su vida.
A principios de este siglo comenzó a sufrir una enfermedad degenerativa, lo que llevó a trasladarse en 2001 a su Bilbao natal. Durante sus últimos años se empeñó, pese que la enfermedad seguí avanzando, en completar el conocido como Concurso de los Cien Montes, que consiste en subir un centenar de cimas de Euskal Herria en diez años. Culminó su reto el 2 de julio de 2011. Durante este tiempo también publicó el libro Los techos municipales de Bizkaia.
Su enorme legado de fichas estadísticas y libros, sobre todo, se guarda en un almacén de EMMOA en Donostia, a la espera de que en el futuro se haga realidad el ansiado museo del montañismo vasco que se preveía levantar en Tolosa, pero que de momento no avanza como estaba previsto.