La concesión del Premio Alfaguara 2020 de novela al escritor mexicano Guillermo Arriaga (México DF, 1958) por la novela Salvar el fuego le pilló mientras practicaba su afición favorita, la caza, "en un rancho prácticamente en medio de la nada" en el que apenas tenía cobertura para entender que el jurado le había designado como ganador del galardón, dotado con 175.000 dólares y una escultura del artista español Martín Chirino.

Durante las últimas semanas Arriaga atiende decenas de entrevistas promocionales de su nueva novela "con mucho orgullo", incluida la que ha servido para la redacción de este reportaje que tendrá su reflejo en páginas especializadas sobre la actividad cinegética, de la que es un aficionado desde la infancia. A pesar de estar inmerso en la vorágine de entrevistas y presentaciones para realizar el lanzamiento de la obra, atiende con amabilidad a todas las cuestiones que se le plantean.

Reconoce que la concesión del Premio Alfaguara le produjo una "inmensa" satisfacción, a pesar de que no pudo estar presente físicamente en su entrega debido a la pandemia del coronavirus que también afecta a México. Por eso, realizó una presentación del libro que fue, probablemente, una de las más que ha tenido un mayor número de espectadores, ya que "ha tenido más de 113.000 seguidores a través de Twitter", asegura Arriaga.

La novela 'Salvar el fuego', además de ofrecer una excelente oportunidad a los lectores para disfrutar con un texto que el jurado que le ha premiado define como "una novela polifónica que narra con intensidad y con excepcional dinamismo una historia de violencia en el México contemporáneo donde el amor y la redención aún son posibles", constituye un buen recurso para sobrellevar estos días de confinamiento.

Múltiples temas

De hecho, el propio Arriaga subraya que esta novela "que trata muchos temas", desarrolla en gran medida "una reflexión sobre el encierro, ya que uno de los personajes está en la cárcel y por varias razones cada vez estará más encerrado por las autoridades, hasta llegar al extremo más brutal del encierro y lo único que le salva es el arte, la creatividad y el amor".

El protagonista responde al perfil de "una persona extremadamente culta; es hijo de un intelectual indígena, que habla varios idiomas y que entabla una relación con una mujer que acude a un taller literario que se imparte en la cárcel. Ella pertenece a la clase más adinerada pero no necesariamente la más culta, ya que reconoce que sus amigas leen el Hola y las revistas del corazón, pero que con ese hombre habla de arte, de literatura y de política", apunta el propio autor.

Aunque en su anterior novela, El salvaje (2016), incluyó más aspectos autobiográficos, en Salvar el fuego reconoce haber incorporado también "algunas reflexiones sobre el arte que vienen desde distintos personajes y cada uno de ellos muestra, a veces, una visión contradictoria del otro. Incluye además reflexiones en torno a los problemas de desigualdad, de impunidad, de corrupción o del racismo que existe aquí y que es bastante constante pero sutil, muestra al hombre que abusa física y mentalmente de su familia, y aborda la infidelidad, entre otros muchos temas".

Antes de ser reconocido con el Premio Alfaguara, el escritor mexicano había publicado un buen número de cuentos y novelas que, en muchos casos nacían "sin saber qué dirección iba a tomar el texto. Aunque la mayor parte de las historias que cuento llevan muchos años madurando en mi cabeza, eso no significa que tenga claro de qué voy a escribir porque nunca lo sé".

Hasta la concesión del premio, la faceta literaria más reconocida de Arriaga está propiciada por la escritura de guiones cinematográficos ya que incluye la exitosa trilogía en torno a la muerte integrada por los títulos de Amores perros, 21 gramos y Babel y que Alejandro González Iñarritu llevó a la pantalla con gran éxito. Además, es autor de Los tres entierros de Melquiades Estrada que dirigió Tommy Lee Jones o de su ópera prima como director, The Burning Plain, que aquí llegó a las pantallas con el título de Lejos de la tierra quemada.

Tras reconocer que "todo mi trabajo es sobre la caza y todos mis personajes se comportan como cazadores", Arriaga se define como "un urbanita enamorado de los animales y del reino animal desde que tenía dos años y medio o tres, cuando de chico veía el programa de televisión Reino Salvaje. Nunca me lo perdía y a esa edad yo ya sabía que quería ser cazador, protector de los animales y veterinario".

Aunque no cursó esa carrera, sino que se decantó primero por las Ciencias de la Comunicación y después por la Historia antes de centrarse en la escritura, reconoce que heredó de su padre su afición por la caza. Tal vez por eso entiende la actividad cinegética como "una pulsión que viene aparejada con un gran amor por los animales, tal y como nos enseñó nuestro papá" y que sigue practicando con el objetivo de "comer aquello que cazo".

Es posible que por esa razón comparta con Miguel Delibes la máxima de que es "más un cazador que escribe que un escritor", aunque en el caso de Arriaga decidió hace algunos años dejar de lado las armas de fuego de las que se valía para cazar aves como el ganso "que era la que más me gustaba", aunque también le motivaban la paloma de ala blanca y la paloma huilota "que es muy difícil de cazar", o la codorniz. La decisión de abandonar esa práctica estuvo motivada porque "en México se complicó mucho el uso de las armas de fuego", lo que le llevó hace muchos años a decantarse por practicar únicamente "la caza mayor solo con arco y flecha".

Entre las especies que el escritor disfruta cazando cuando se toma un respiro de sus obligaciones profesionales, incluyen el venado cola blanca (Odocoileus virginianus) o el marrano alzado cuyo origen sitúa Arriaga en "el marrano doméstico que escapó en época de la conquista, pero que lleva 450 como especie salvaje y que tuvo algún cruce con jabalíes europeo".