eliud Kipchoge, tras bajar de las dos horas en maratón el pasado domingo en Viena, aludía al “espíritu Bannister” como una de las motivaciones para derribar la barrera que parecía imposible en los 42 kilómetros y 195 metros. Se refería el keniata a Roger Bannister, histórico atleta inglés que el 6 de mayo de 1954 se convirtió en el primero en bajar de los cuatro minutos en la distancia de la milla. Una historia que recoge de forma concienzuda el periodista Neal Bascomb en el libro La milla perfecta y que ha sido traducido al castellano por la Editorial Melusina.
A principios de los años 50, la milla (aproximadamente 1.600 metros) en cuatro minutos “ejercía fascinación” entre los atletas, los aficionados y los medios de comunicación, tal y como dice Neal Bascomb a modo de introducción en su libro. Cuatro vueltas, cuatro cuartos de milla, cuatro minutos, era la carrera redonda. Se percibía, además, como una prueba que requería un equilibrio entre velocidad y resistencia que nadie era capaz de encontrar. Muchos atletas intentaban bajar de esa barrera, pero sin éxito. Parecía un límite infranqueable y especialistas de la época llegaron a decir que era “físicamente imposible” completar la milla en menos de cuatro minutos. Tres atletas -el inglés Roger Bannister, el estadounidense Wes Santee y el australiano John Landy- se empeñaron en ser los primeros en bajar de cuatro minutos.
Bannister, Santee y Landy compitieron en los Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki, sin demasiado éxito salvo el cuarto puesto del inglés en los 1.500 metros. Pero fue a raíz de su participación en la cita olímpica cuando decidieron volcar sus esfuerzos en la milla, cada uno en una punta del mundo y compaginando sus estudios y trabajos con los entrenamientos. Por un lado, querían recuperarse de la decepción olímpica, una cita en la que habían volcado muchos esfuerzos; por otro, querían pasar a la historia como los primeros en derribar la barrera de los cuatro minutos, que empezaba a ser ya mítica. No en vano, en los años 40 varios atletas se quedaron relativamente cerca de batirla -entre ellos los suecos Hagg y Andersson-, pero nadie remataba la faena. Los tres se veían capaces de conseguirlo y entrenaron muy duro para inscribir su nombre en los libros de historia.
Santee, Bannister y Landy, cada uno en una punta del mundo, trazaron un exigente plan de entrenamientos para bajar de los cuatro minutos y lo cumplían sin excepciones. Todos ellos estaban en buena forma, pero luego, en las carreras en sus respectivos países, no alcanzaban su objetivo. O la primera vuelta era demasiado lenta, o el viento estropeaba el intento de hacer la marca, o había llovido y la superficie no estaba bien, o habían apretado tanto en las tres primeras vueltas que en la última faltaba ese aliento final para hacer unos últimos metros históricos... el caso es que la barrera no caía y la atención mediática en Inglaterra, Estados Unidos y Australia crecía. “Hoy puede ser el día”, “La barrera está a punto de caer”, “Una noche perfecta para la milla de John” eran titulares habituales en la previa de cada carrera que afrontaba uno de estos atletas.
En 1952 no cayó la barrera de los cuatro minutos. Tampoco en 1953, pese a que Landy, Bannister y Santee bajaban cómodamente de los 4:05 y muchas veces rondaron los 4:02. La presión crecía y los tres eran conscientes de que el tiempo se acababa porque eran atletas amateurs y pronto tendrían que dejar las pistas para dedicarse a sus trabajos. Fue finalmente en mayo de 1954 cuando uno de ellos consiguió correr la milla en menos de cuatro minutos. Lo hizo Bannister en Oxford, en un día lluvioso que estuvo a punto de obligarle a cancelar el intento. Pero el británico se sentía en forma, la pista estaba en buenas condiciones, el sol empezó a lucir por la tarde y Bannister completó la milla en 3:59.4 ante el entusiasmo de los alrededor de 3.000 aficionados que se habían dado cita en la pista.
La noticia de que Bannister había sido el primero en derribar la mítica barrera no desanimó a Santee y Landy, que también querían correr por debajo de los cuatro minutos. En junio de 1954 el australiano lo consiguió, haciendo además una marca de 3:58.0. Santee hizo un tiempo de 4:00.5 antes de ser reclutado por la Escuela del Cuerpo de Marines, así que ya no pudo bajar de los cuatro minutos, con la consiguiente decepción. Tampoco pudo participar en los Juegos de la Commonwealth que acogió Vancouver en agosto de 1954 y cuya expectación recayó en el esperadísimo duelo entre Bannister y Landy en la milla. El ganador fue el inglés, pero el australiano también bajó de los cuatro minutos, por lo que la carrera fue denominada como La milla perfecta. Fue el punto final a ese duelo a tres bandas que durante más de dos años acaparó la atención del atletismo.
En el epílogo del libro, Neal Bascomb relata el recorrido posterior que tuvo el récord de la milla. En 1958 se bajó primero a 3:57.2 y después a 3:54.5. La progresión fue paulatina hasta el 3:43.13 conseguido por Hicham El Guerrouj en 1999, en una distancia que poco a poco ha ido perdiendo el interés. “Para cuando El Guerrouj se hizo con el récord, casi mil individuos la habían corrido por debajo de los cuatro minutos. Vaya con la barrera infranqueable”, escribe el autor. Lo cual puede aplicarse a las dos horas en el maratón. El 1:59.40 de Kipchoge no figura como marca oficial y el récord sigue estando en 2:01.39, en posesión del propio atleta keniata, que en cualquier caso confirmó que la barrera caerá tarde o temprano, tal y como expresó una de sus liebres, Henrik Ingebrigtsen: “Esperábamos desde hace mucho este momento Bannister del maratón. Este será el primero de muchos maratones por debajo de dos horas. Eliud Kipchoge simplemente ha demostrado que es posible”.
‘la milla perfecta’
Autor: Neal Bascomb.
Editorial Melusina.
Páginas: 349