Devorador de kilómetros
ULTRA TRAIL | El azkoitiarra Imanol Aleson viene de hacer el récord en la peculiar Chartreuse Terminorum y busca retos para el futuro, entre ellos, quizás, una ultra brutal que recorre Austria, Alemania y Chequia
Azkoitia - Viene de correr durante 48 horas y 44 minutos, tiempo en el que recorrió 190 kilómetros para batir el récord de la Chartreuse Terminorum, pero a Imanol Aleson se le ve fresco. Nadie diría que se pasó todo el fin de semana sin dormir para dejar una nueva muesca en su impresionante palmarés como atleta de ultra fondo. “Recupero rápido”, dice. Está acostumbrado a esfuerzos que parecerían imposibles a cualquier otro. El monte es su hábitat. Allí devora kilómetros, en largas sesiones de entrenamiento y carreras de todo tipo, siempre de larga distancia. El azkoitiarra, de 46 años y que trabaja de bombero, es un devorador de kilómetros. “He calculado que en un año puedo hacer 5.000 entre carreras y entrenamientos”. Su último reto fue una peculiar carrera al norte de Grenoble en la que, además de una resistencia brutal, hay que tener sentido de la orientación. Nadie nunca la ha terminado (son 300 kilómetros) pero nadie ha llegado más lejos que Imanol Aleson: hizo 190 kilómetros.
La Chartreuse Terminorum es una prueba organizada por Benoit Laval y se trata básicamente de una copia de la Barkley Marathon, mítica prueba de 160 kilómetros y 20.000 metros de desnivel en el parque Frozen Head de Tennessee (Estados Unidos), en la que la dificultad para encontrar el recorrido correcto hace que, desde 1985, apenas un puñado de corredores haya logrado completar la distancia en menos de 60 horas. Las peculiaridades de la Chartreuse -que se celebra desde 2017- comienza desde el sistema de inscripción, tal y como cuenta Aleson: “En la web te indica que solo un día estará visible el correo electrónico al que mandar la solicitud de inscripción. El año pasado era el día en el que cinco números son iguales, es decir, el 11 del 11 de 2018. Ese día entrabas a la mañana en la web y al día siguiente ya no estaba”.
Los interesados envían una solicitud en la que exponen sus motivos para disputar la prueba: “Te presentas. Soy Imanol Aleson, he corrido esto y lo otro... Puse que quería participar en una nueva aventura y que sabía que era casi imposible acabarla, que no había participado nunca en una carrera así. Ellos ven las solicitudes y escogen 40 participantes. El 25 de diciembre te llega el correo de si estás admitido, pero solo te mandan tu nombre, porque no hay una lista pública de inscritos. Te dicen que ha sido muy difícil elegir a 40, pero no te dan los motivos de por qué te han escogido a ti. Supongo que investigarán un poco la trayectoria de los corredores, porque hace falta tener experiencia para afrontar una prueba así”. A partir de ahí, los elegidos van recibiendo correos con el reglamento e información de la prueba y avisos como la prohibición de publicar mapas o fotos de dentro del circuito. Al ser una prueba basada en la navegación, los organizadores no quieren dar ninguna pista a futuros participantes.
60 kilómetros, catorce libros La siguiente peculiaridad es que los participantes no saben a qué hora empieza la carrera. “La salida es entre las doce de la noche y las doce del mediodía. Suena una trompeta y, desde ese momento, tienes una hora para prepararte y tomar la salida”, explica Aleson. Ante esa incertidumbre, el azkoitiarra decidió acostarse pronto, a las nueve y media de la noche: “Tenía esperanzas de empezar la carrera a las cinco o así, era la mejor hora porque amanecía a las 5.20, pero sonó la trompeta a las 7.23. A las 8.23 salimos”.
Había descansado “bien”. Y arrancó una carrera en la que los participantes solo pueden avituallarse cada 60 kilómetros -al acabar cada vuelta-, así que deben llevar todo lo que necesiten en su mochila. “El material obligatorio es un botiquín pequeño, agua y lo que quieras para hidratarte y comer”. Y la brújula y el mapa, claro, ya que los corredores no pueden llevar GPS. Para asegurarse de que los participantes no toman atajos y completan los 60 kilómetros, debían arrancar la página correspondiente a su dorsal en los catorce libros colocados en el circuito y marcados en el mapa
“No es fácil encontrar los catorce libros, ¿eh? Te tienes que salir del camino y algunos están bien escondidos. Te indican dónde están en unas hojas que te da la organización, pero luego no es fácil. Por ejemplo te pone: Llegarás a un punto donde encontrarás un árbol muerto, cuando lo pases encontrarás a su derecha una pared de piedra de dos metros, detrás un árbol marcado y detrás otra pared donde hay un círculo rojo y ahí está el libro. Te acercas allí, miras y no ves nada. Al final te fijas y lo ves”, explica Aleson, cuya táctica fue colaborar con otros dos atletas: “La primera vuelta la di con dos franceses y entre los tres andábamos buscando los libros. Estando solo tiene que ser una locura. En ese momento te lo pasas bien, ya sabíamos que a la primera no lo íbamos a encontrar. Te lo tomas como si fuera la búsqueda del tesoro”.
A la búsqueda de los libros, que es la mayor dificultad de la primera vuelta -a partir de la segunda el atleta ya sabe dónde están- se une la propia dificultad de encontrar el camino y hacer los 60 kilómetros de cada vuelta. “He corrido alguna carrera de orientación, pero no tengo una gran habilidad en eso”, comenta el azkoitarra, “pero tampoco había tantos puntos de cambios de sentido y así, no era tan difícil, no había que ir todo el rato con la brújula”.
Aleson hizo “bastante bien” la primera vuelta. Las dificultades comenzaron en la segunda. “Salí solo y era de noche. Era el mismo recorrido de la primera vuelta pero en dirección contraria. Iba bien hasta que llegué a un punto en el que sabía que a la derecha había un hito de piedra y a la izquierda dos hitos de piedra y tenía que pasar entre los dos para coger el camino bueno y continuar. Sabía que estaba ahí, pero no lo veía con la luz frontal”. Aleson perdió en ese tramo tres horas, en las que hizo unos cuantos kilómetros de más: “Era un tramo de 200 metros, fui adelante y atrás varias veces pero no lo veía, así que al final seguí la pista, di una vuelta de varios kilómetros, alrededor de diez, y volví al mismo sitio. Al llegar vi a lo lejos unas luces de algún corredor que había salido por detrás y había cogido el camino correcto. Eso me salvó. Me pasé tres horas atascado ahí”. Este retraso le impidió poder descansar al término de la segunda vuelta: “Había calculado hacer cada vuelta en catorce horas y dormir dos, pero no pude”.
El atleta azkoitiarra comenzó la tercera vuelta a las dos y media de la tarde. Cuando entró la noche había recorrido la mitad de los 60 kilómetros y, con la oscuridad, volvió a perderse: “Fue en el mismo punto de la segunda vuelta. Era un tramo de un kilómetro, la distancia entre un libro y otro. Tenía una referencia, pero subía y bajaba una cuesta y no veía la salida. No sé cuántas veces subí y bajé. Grité a ver si venía alguien (a esas alturas apenas quedaban otros cinco atletas en liza) y nada. En una de esas subí y encontré el árbol con una placa que buscaba. Me pasé dos horas y pico ahí”.
cansancio y alucinaciones El final de la tercera vuelta fue agónico para Aleson: “La bajada hasta la base iba dormido. Tuve alucinaciones. Ya me ha pasado otras veces y no es bueno, porque vas al límite. ¿Qué alucinaciones? Pues veía caracoles grandes blancos y fosforitos, las ramas en el suelo pensaba que eran bolis o rotuladores, las piedras parecían móviles, o veía personas saltando y escondiéndose entre los árboles”. El azkoitiarra bajó andando hasta la base: “Tenía hora y media. Iba cerrando los ojos a ratos. Pensaba en llegar y dormir, no me podía arriesgar a dar otra vuelta de 60 kilómetros. No era cansancio, era sueño, me dormía de pie. Llegué a la base 20 minutos antes de la hora límite. Me dijeron: Solo quedas tú, si quieres batir el récord puedes salir, coger un libro y traer la hoja. Con eso te vale. ¿Un libro?, les pregunté. Si está ahí mismo, lo he pasado en la bajada. Estaba a cinco kilómetros. Me dijeron que tenía 20 minutos para tomar y café y cambiarme de ropa, porque estaba lloviendo. Pero ni descansar ni nada, cogí los bastones y a correr. Subí cinco kilómetros, cogí el libro y bajé. Tardé 53 minutos. Tenía fuerzas, pero me dormía”.
En total invirtió 48 horas y 44 minutos para recorrer esos 190 kilómetros y situar el nuevo récord en la prueba. Un tiempo en el que no pudo dormir ni siquiera un rato. “Para mí el límite es el sueño”, dice Aleson: “Imagínate que voy a dar esa cuarta vuelta, me quedo dormido, me caigo y me mato. En la mochila llevas el móvil envuelto en una bolsa y puedes hacer la llamada de emergencia. Te descalifican, pero te vienen a buscar porque llevamos un GPS, pero no me podía arriesgar”. El atleta guipuzcoano ya había alcanzado ese límite en el Tor des Géants de 2017, mítica prueba de 330 kilómetros en la que acabó quinto. “Fue el año que Javi Domínguez hizo el récord”, cuenta Aleson: “En la última vuelta iba bajando y me caí, me di una leche tremenda porque me había dormido. ¿Se pueden hacer los 300 kilómetros de la Chartreuse? Si no pierdes tiempo, sí. Esas dos veces que me quedé atascado son las que me jodieron porque perdí el tiempo de sueño que necesitaba. Estuve dos noches sin dormir, pero ya una tercera...”.
¿chartreuse o barkley? Atento al desarrollo de la carrera estaba Lazarus Lake, figura muy conocida en el mundo de las carreras de larga distancia, ya que es el organizador de la Barkley Marathon. “Fue el que dio la salida. Al acabar me dijo: ¿Te gustaría venir a la Barkley? Le dije que sí. Me preguntó si tenía las piernas preparadas. Le respondí que las piernas sí, pero la cabeza igual no. Luego me comentó: Tienes que mejorar la orientación”.
Lo cierto es que la Barkley tienta a Aleson. El sistema de inscripción también es curioso: “Tienes que escribir al correo electrónico de Lazarus, y nadie lo sabe. Tienes que leer mogollón de artículos de la carrera y en uno de ellos aparece el correo”, explica el azkoitiarra, que ya tiene esa dirección. “Sí, la he encontrado”, dice con una sonrisa. “Lo tienes que mandar el 1 de noviembre. No sé si voy a enviar la solicitud. Es en febrero, debe hacer mucho frío y yo soy muy friolero. Allí la orientación es más difícil, en la Chartreuse más o menos hay sendas, hitos... allí es arriba y abajo sin caminos, guiándote con la brújula. La Barkley tiene más nombre, pero me apetece más volver a la Chartreuse. Se pueden hacer las cinco vueltas”. Si se apunta para la edición de 2020, tendrá la ventaja de conocer el terreno, aunque “los libros cambian de sitio, esa es la dificultad. Hasta que alguien no consiga dar las cinco vueltas no se va a cambiar el circuito”.
retos distintos Con algo más de 20 años disputando pruebas de larga distancia y un palmarés ya muy abultado, Aleson busca “cosas distintas”. “Siempre digo que las ultras, cuando empecé, eran como una familia, ganaba el que llegaba a meta, no había pique. En cambio, en las carreras más cortas la gente iba a saco y ahora está pasando algo así en las carreras largas. Vas a la Ehunmilak y te preguntan: ¿Vas a acabar en 24 horas? Es para responder: ¿Te parece poco acabar? Me gusta hacer cosas como la Euforià -carrera de 230 kilómetros en Andorra que se disputa por equipos y que Aleson ya ganó en 2019 junto al toledano Julián Morcillo-, que es por parejas y la participación es limitada. Es como una familia otra vez”.
“Cuando te pones un dorsal quieres hacerlo lo mejor posible, pero no vas a machacar al rival. Das agua al de al lado. Buscas amistad, pasarlo bien, disfrutar, estar ahí en el camping. Me gusta eso. También me gustan las carreras por etapas. He hecho la Costa Brava Stage Run (tres días), la Carlos Sá en Portugal (antes ocho días, ahora siete) y la Pyrenees Stage Run (siete días). Hay algunos que acaban la etapa y se meten al hotel a descansar y a darse un masaje. A mí me gusta comer ahí con los demás e irnos por la tarde a tomar un café, una cerveza o un vino, y charlar, disfrutar del ambiente”.
Tras la Chartreuse, Aleson tiene previsto participar del 12 al 14 de julio en la Ehunmilak, prueba que ha ganado ya tres veces. Llevaba un par de años sin disputarla, pero vuelve porque es la décima edición: “Corrí siete seguidas. La primera la gané y en la última hice séptimo. Ahí vi que ya no estaba para ganar pruebas así. La voy a hacer por equipos con Julián Morcillo e Ixaka Oñederra. Y a finales de agosto hago la PTL (ultra trail del Mont Blanc por equipos) con Morcillo y con Nahuel Passerat. Son 312 kilómetros”.
megarace 1.001, spine race... Imanol Aleson trabaja de bombero en Azkoitia. “Trabajamos un día 24 horas seguidas y luego libramos tres”, explica. Un turno que le permite entrenar muchas horas. “Con otro trabajo sería imposible hacer lo que hago. Puedo salir a entrenar los días que quiera y, además, estar en casa. Hago alrededor de 5.000 kilómetros al año. El monte me apasiona. No tengo un cuerpo musculoso, pero no suelo tener lesiones ni nada y recupero bien. Tampoco he tenido problemas serios en articulaciones. Si empiezas con lesiones, lo dejas”, dice.
Además de regresar a la Chartreuse, pensar en la Barkley y citas como la Ehunmilak, la PTL o la Euforià de Andorra, Aleson tiene en mente retos de mayor calado. “Hay una carrera muy, muy curiosa que es en septiembre de 2020, la Megarace. Es la primera vez que se hace. Son 1.001 kilómetros y recorre Austria, Alemania y Chequia. El circuito hace como un ocho y hay una base cada 160 kilómetros. Así que solo puedes avituallarte más o menos cada 24 horas, lo demás lo tienes que llevar contigo”. Una barbaridad. “También me llama la atención la Spine Race en Gales (431 kilómetros). Es durísima, se disputa en invierno y el tiempo suele ser muy malo. Este año la ha ganado una chica, Jasmin Paris. Hay otra carrera en Alemania, de 461 kilómetros, que es cruzando un bosque... pero todo no se puede. Al año como mucho se puede hacer una de estas y ya tengo 46 años. Me estoy haciendo viejo para estas cosas. ¡No me da tiempo a correr todo lo que quiero!”