Martin asalta el muro
LA LLEGADA EN EL | Muro de Bretaña abre grietas en Dumoulin y bardet
donostia - Básicamente existen tres modos de encarar un muro: rodearlo, saltarlo o atravesarlo. Dan Martin, un irlandés obstinado, siempre dispuesto al ataque, escogió derribarlo. A cabezazos pudo con el Muro de Bretaña. Martin es un ciclista tozudo, irreductible, de ideas fijas. “Ataqué de lejos. Tal vez la adrenalina, no sé”, se defendió. El irlandés subio a todo gas. Así Aleix Espargaró, piloto de motos y su amigo. Martin escaló ligero. Solo con el peso de la ambición porque su maillot era una pluma. No tenía cremallera. Mono de carreras. Una segunda piel. En la epidermis late el árbol genealógico de Stephen Roche, su tío. Martin, ritmo eufórico el suyo, no cedió ante el acoso de Latour, que atacó tarde. Valverde tampoco eligió bien. Otra vez cerca, pero no lo suficiente. Al palo. Martin entró hasta la portería después de que fuera segundo en 2015, la última vez en la que el Tour se posó sobre el Muro de Bretaña. Martin empeñó sobre la empalizada bretona para conquistarla desde lejos.
En la ascensión, corta pero rotunda, se agitó el avispero: revuelo, nervios y vigilancia. El Muro de Bretaña era la mesa de autopsias y determinó que el Tour es demasiado parejo, que apenas existe aire entre los favoritos. Mikel Landa rascó algunos segundos en el Muro. Cinco segundos sobre Froome, ocho sobre Urán, 50 con Dumoulin, que se fueron a 1:10 tras ser sancionado por un grosero trascoche, y 27 con Bardet. Así, poco a poco, arañando, logró la libertad el Conde de Montecristo. En una carrera que es un roca, a la espera de la chispa que detone la dinamita en las montañas o alguien sea lapidado por los adoquines camino de Roubaix, Landa, 12º en la general, avanza con el martillo y el cincel hacia París del mismo modo que Miguel Ángel creó el David partiendo de un bloque de mármol.
En la empalizada bretona, la primera arista de la carrera, se le cortaron las alas a la mariposa de Maastricht. Dumoulin perdió color antes del asalto definitivo a la pared. El holandés, que lucía su egregia figura, se estampó en la mala fortuna. Sufrió una avería bajando a un par de palmos de la llegada. Su compañero de equipo no le pudo dar su rueda porque no encajaba con el freno de disco que emplea el holandés. Disco rayado. Al Muro de Bretaña llegó con la cabeza gacha, al rebufo de Kragh Andersen, su socorrista y con una derrota tasada en 50 segundos. “Fue solo mala suerte. Simon Geschke me paso una rueda y tratamos de remontar lo más rápido posible al final, pero sabía que no volvería, así que se trataba de limitar la pérdida de tiempo”, dijo Dumoulin. Para conectar y minimizar pérdidas, el holandés se refugió en el rebufo del coche de equipo. Su trascoche resultó ruborizante. La organización le penalizó después con 20 segundos de castigo.
A Romain Bardet el cepo le cazó poco más tarde. Otro pinchazo. Psssstttt. El silbido del infortunio. El estribillo de los problemas. Eso le desconectó de lo mejores. Perdió más de 20 segundos en el alto. Entre el resto de jerarcas, el Muro de Bretaña fue una invitación al abrazo, todos hermanados salvo Froome, al que le faltó una pizca de impulso, al igual que Urán. Los demás se dieron la mano a la espera de guerras más cruentas. El Muro de Bretaña fue un armisticio solo alterado por la irrupción de Dan Martin, un especialista en llegadas con la frente alta del orgullo. “Tras varios segundos puestos, ganar aquí es un éxito”, expuso el irlandés.
Al desenlace, al que le faltó trama porque Martin se apresuró a falta de un kilómetro y el resto solo pudo saludarle en el meta, se llegó tras un relato con varias capítulos que alteraron el pulso a más de uno. Sopló el viento de costado que produce escalofríos aunque le sol sea de aluminio entre los campos ardientes de Bretaña. El Quick-Step, el equipo mecido para las clásicas, afiló las tijeras y cortó la calma del pelotón, que había dado carrete a la fuga del día, con Pichon, Turgis, Smith , Gaudin y Grellier. El tirón de la formación belga descosió el grupo, que se deshilachó entre las ráfagas de viento. Al Movistar de Landa y Quintana y al Astana de Fuglsang les seccionaron el cordón umbilical. Se tuvieron que apresurar para restablecer el hilo de vida que les une al Tour. Tardaron 30 kilómetros en recobrar la compostura.
Reubicados, asomó el vuelo de reconocimiento sobre el Muro de Bretaña, que tenía previstas dos pasadas. El viento aplastaba los rostros, arrugaba las narices. Realizado el reconocimiento se aceleró. Pedal a fondo y turbo. Dumoulin maldijo la mala suerte. Pinchazo. Encallado. Bardet también tuvo que parar. El Quick-Step pensaba el Alaphilippe, el dorsal al que se planchó Omar Fraile. El santurtziarra tuvo que ceder. Se cruzaban las miradas. Kwiatkowski protegia a Froome y Geraint Thomas le esperaba. Por un momento, en la ascensión creció una duda. Asomó un instante de incertidumbre como en una mesa de póquer. Dan Martin rompió la baraja, dobló la apuesta y ganó por la mano. A todo gas. Adrenalina para asaltar el Muro de Bretaña.