El chico que odiaba el tenis
Andre Agassi repasa su apasionante trayectoria profesional y personal en la biografía Open
parece difícil de creer, pero Andre Agassi asegura en su autobiografía que odiaba el tenis. Y lo dice varias veces, por si no quedaba claro. Recuerda pasajes de su vida en las que confiesa a amigos: “Odio el tenis”. “No es verdad”, le respondían todos. “Sí, es verdad”, insistía él. Y es difícil de creer, porque Agassi, retirado en septiembre de 2006, es considerado como uno de los grandes tenistas de la historia, poseedor de un currículum difícilmente igualable: ocho Grand Slam, una medalla de oro olímpica, dos Copas Davis y una Copa Masters, además de haber sido durante 101 semanas el número uno mundial.
Agassi cuenta ese odio al tenis y muchas más cosas en la autobiografía Open (Abierto). Y es que el exjugador nacido en Las Vegas el 29 de abril de 1970 abre su corazón y muestra sus sentimientos en cada momento de su vida hasta que cumple los 36 años y deja las pistas de tenis. Una vida muy intensa, en la que la gloria y el infierno se suceden sin descanso. Triunfos y fracasos tenísticos y también personales que le hacen más fuerte. Cuando los demás pensaban que ya no volvería a ser el mismo, él se empeñaba en volver a las pistas con más fuerza aún, lo que convierte a Agassi al final del libro en un ejemplo a seguir por su tenacidad, mucho mayor que esa aversión al deporte que lo encumbró.
El libro -escrito por el periodista estadounidense J.R. Moehringer, cuyo nombre no sale en la tapa por propia decisión aunque Agassi le dedica buena parte del capítulo de agradecimientos- comienza con el final, con el US Open de 2006 que clausuró su trayectoria tenística. Para entonces, los dolores de espalda apenas dejaban jugar a Agassi, que recuerda su batalla de segunda ronda ante el chipriota Marcos Baghdatis, al que acaba superando para poner punto final a su carrera contra el alemán Benjamin Becker, contra el que casi no podía “ni estar de pie”. Agassi bromea con el nombre de su último contrincante. “¿Cómo puedo acabar ante un tío que se llama B. Becker?”, se pregunta, recordando la furiosa rivalidad que había mantenido en su momento con Boris Becker.
Eso sucede 32 años después de que Agassi comenzara a jugar en la pista que su padre había construido en la parte trasera de la casa familiar, la pista donde, con apenas siete años, le obligaba a golpear 2.500 bolas al día. “Dale más fuerte, más fuerte”, escuchaba una y otra vez Agassi, obligado a entrenar un día sí y otro también contra su voluntad. Así se entiende ese odio por el tenis. “Si golpeas 2.500 bolas al día, golpearás cerca de un millón al año, y un chico que hace eso será imbatible”, razonaba su padre, obsesionado con convertir a su hijo en el número uno.
Todo ese entrenamiento se traduce en que Agassi empieza a destacar muy pronto y entra en la prestigiosa academia de Nick Bollettieri, situada en Florida, donde se gana el favor del dueño porque tenísticamente es muy superior a los demás. Pero entre los estudios y los entrenamientos, los internos apenas tienen tiempo libre y Agassi empieza a revelarse poniéndose un pendiente o luciendo peinados estrafalarios. Un día juega una final de un torneo con pantalones vaqueros y la gana, lo que no impide el castigo de Bollettieri por una “falta de respeto” a los valores de su escuela.
En plena adolescencia, Agassi quiere salir de la academia, pero su padre no le deja. La vía de escape es de lo más inesperada. Un sábado que tenía libre va con un amigo a unas ferias, donde gana un oso de peluche gigante. Volviendo en autobús, una niña se enamora del oso de peluche y resulta ser la hija de Bollettieri, que cita a Agassi al día siguiente en su despacho para decirle cuánto dinero quiere por el peluche. Aconsejado por su hermano Perry, hace una contraoferta a Bollettieri: darle el oso de peluche a condición de que le deje disputar torneos Futures y Challengers. El director de la academia acepta.
Poco a poco, Agassi va subiendo en el ranking mundial acompañado de su aspecto de chico rebelde que él niega en el libro, donde dice que era su manera de demostrar lo incómodo que estaba sometido siempre al juicio de los demás. Sus finales de Grand Slam perdidas y una campaña con Canon en 1990 en la que el slogan es “La imagen lo es todo” hacen el resto. Es tachado de jugador talentoso, pero errático y débil a la hora de la verdad. Su triunfo en Wimbledon en 1992 acaba con esa percepción, pero tras ese primer gran éxito le llega un bajón anímico y tenístico que cubre con Brad Gilbert, que pasa a ser su entrenador desde marzo de 1994 hasta comienzos de 2002.
Junto a Agassi ya estaba Gil Reyes, que comenzó como su preparador físico y acabó convirtiéndose en el mayor apoyo en todos los sentidos del tenista. En el libro narra cómo su relación era paterno-filial, ya que Agassi encuentra en Reyes el cariño paterno que nunca tuvo. Brad Gilbert se une a ese grupo de trabajo y la unión encuentra sus frutos pronto. Gilbert trata de hacer entender a Agassi que no tiene que buscar la perfección en cada golpe. “Solo tienes que ser mejor que un rival, el que tienes enfrente”. Al principio les cuesta adaptarse el uno al otro, pero mientras Agassi duda, Gilbert lo tiene claro. “Van a pasar grandes cosas pronto”, le dice. Y el tiempo le da la razón ya que ese mismo año gana el US Open y al comenzar 1995 consigue en Australia su tercer Grand Slam.
Cuando está en lo más alto, llega otro bajón, y es que su vida es como una montaña rusa. Su fallida relación con la actriz Brooke Shields y la enfermedad de la hija de Gil Reyes le hacen descentrarse totalmente y en 1997 toca fondo, enlazando derrota tras derrota. Hasta que Gilbert le habla claro. “Vale ya. Hay que empezar de cero. Vamos a jugar Challengers contra jugadores que no hubieran imaginado ni en sus mejores sueños que iban a poder enfrentarse a ti”. Y Agassi empieza de cero con un empeño encomiable. Se separa de Brooke Shields y se pone a entrenar duro. Su objetivo es Roland Garros, donde había perdido las finales de 1990 y 1991, pero unas molestias en el hombro le hacen ser duda hasta última hora. Decide competir y, contra todo pronóstico, juega un gran torneo y en la final remonta dos sets en contra ante Andrei Medvedev y se alza con la corona que parecía imposible para un tenista que había crecido jugando siempre en pista dura.
Ese triunfo le impulsa a una segunda juventud y entre 1999 y 2001 gana otros tres torneos grandes, totalizando siete, un botín que podría haber sido mayor de no coincidir en la misma época con Pete Sampras, con quien reconoce que nunca llegó a congeniar pese a coincidir infinidad de veces en diversos torneos. Para entonces Agassi ya está con Steffi Graf, con quien tiene dos hijos.
En 2002 Gilbert decide dejar de entrenar al tenista de Las Vegas, que confía en Darren Cahill para la recta final de su carrera. La espalda empieza a causarle más problemas de los deseados -cuenta que a veces prefería dormir en el suelo para que su espalda no se resintiera- y su nivel baja, aunque aún tiene tiempo para ganar en 2003 en Melbourne su tercer Grand Slam. La final del US Open de 2005 -que pierde ante Roger Federer, de quien en ese momento dice que será “el mejor de la historia”- es su último gran resultado, en el mismo escenario donde puso punto final a su carrera después de dos décadas de profesional. Una brillante carrera tenística, en la que cada golpe o revés es superado con una tenacidad ejemplar. Agassi se abre en su autobiografía y es difícil no querer a ese chico nacido en Las Vegas y que, pese a todo, odiaba el tenis.
Open: Mi historia
Autor: J.R. Moehringer
Editorial: Duomo
480 páginas