indestructible en el agua, su hábitat, un torpedo maravilloso bajo ella, nadador extraordinario que fue invencible en su generación, héroe nacional australiano, cuando menos uno de los mejores nadadores de la historia, antecesor del enorme Michael Phelps, que ultima su reaparición, Ian Thorpe (Sidney, 1982) se ahoga en tierra, lejos de la piscina. El infierno de una depresión que le ha agarrado por las solapas y de la que no encuentra sosiego desde que abandonara la pileta, asfixia al nadador, que boquea de dolor interno, preso de su mente, que precisa tratamiento psiquiátrico. En febrero, Thorpe deambulaba de madrugada por las calles absolutamente desorientado. Lo encontró la Policía. "Tomó medicamentos que le habían recetado, los analgésicos para el hombro y los antidepresivos. Pero es obviamente la mezcla de ellos lo que provocó la desorientación porque estuvo deambulando a las tres de la madrugada", describió su agente James Erskine. Pez fuera del agua, Thorpe fue internado en una clínica para tratar su depresión.

Al tormento de la mente, un misterio insondable, le persigue ahora el calvario físico. El sufrimiento continúa para Ian, al que duele el alma y el cuerpo. El pasado martes se supo que el exnadador había sido ingresado en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Sydney, en Australia. Allí, los médicos tratan de evitar que Thorpe pierda la movilidad en un brazo. Una dolencia que se deriva, según James Erskine, su agente, de un virus que el deportista contrajo durante una intervención en Suiza, donde ahora reside el australiano para serenar su ánimo, para proteger su mente del reloj del día a día. La monotonía de la vida sin agua noquea a Thorpe. Nadar le escudaba, le refugiaba, era su redención.

La alta competición, escaparate absoluto, caja de resonancia máxima, es una pira que calcina leyendas, que no respeta a nadie, tampoco a un campeón olímpico y mundial como Thorpe, doradísimo su palmarés, de tamaño museístico. Ocurre que no hay paz para Ian fuera del agua; una persona desconsolada, fundida a negro, hecha cenizas, preso en el laberinto de la depresión. Entregado durante años a una causa: ser el mejor nadador, Ian no tiene ahora ninguna competición que encarar, ninguna misión. El vacío se instala en muchos atletas cuando se retiran y tienen que aprender a vivir. "En el deporte de elite no hay espacio para la tristeza y a menudo la libre expresión de la tristeza nos vacuna contra la depresión clínica", argumenta el psicólogo deportivo Carlos Ramírez, no sin subrayar la idea de que "el deporte de elite no es saludable, ni a nivel físico ni psicológico".

Al parecer, en Thorpe, el agua, el olor a cloro, que le provocó alergia en sus inicios, la disciplina, los millones de largos, las interminables series, el crono y la rutina en el Instituto Australiano de Deportes (AIS), le sirvieron durante años como cloroformo, un anestésico para olvidar la enfermedad que siempre nadó a su lado. La natación amortiguaba las dentelladas de una depresión que se le ató desde la niñez, dijo en su autobiografía. "Cuando dejé la natación, cuando perdí la rutina de los entrenamientos cotidianos, había mañanas en las que no tenía ni fuerzas para levantarme de la cama. Ni fuerzas, un gran peso me oprimía el pecho, ni razones, solo miedo de enfrentarme al mundo, a las tareas más banales".

regreso frustrado La pileta -donde llegar a lo imposible durante años fue más sencillo que salir a por el pan para Thorpe- era el bálsamo de Ian, su alivio, su protección. Por eso, tras retirarse monarca en 2004, regresó a la piscina para seguir flotando, para respirar compitiendo. "Cuando volví a entrenarme, súbitamente todo pareció mucho mejor. La competición puede aumentar la presión, sí, pero cuando compito es cuando mejor puedo manejar la ansiedad y la depresión. Los peores días son los días normales. En términos deportivos, mi intento de volver en Londres fue un completo fracaso, pero me permitió volver a descubrir lo que amaba de un deporte que había dejado odiándolo. Encuentro una gran belleza y calma en la repetición de los entrenamientos, en sus ritmos, en sus rituales". En 2011, Thorpe miró a los Juegos Olímpicos de Londres, que se celebraban en 2012, competición a la que pretendía reengancharse. Pero la piscina, su amiga, su aliada, su amante, le negó. También sus rivales.

Lesionado, con el hombro lastimado, no pudo superar el listón que se le exigía para ingresar en el selecto club olímpico. Se despidió de su sueño y las pesadillas siguieron oprimiéndole el pecho. Detrás del mito, del coleccionista de medallas, del producto perfecto del Instituto Australiano de Deportes, una máquina de recolectar triunfos y récords, estandarte aussie, el ciudadano Ian, reconoció su adicción al alcohol en esos días fuera de la piscina, su hogar, o al menos así lo siente Thorpe cuando verbaliza sus sentimientos.

Sin embargo, existen voces críticas que contradicen los métodos espartanos de las factorías de campeones porque miran más a los resultados que a las personas. Por ahí se cuela la idea de la cosificación del deportista. De hecho, un estudio relaciona la natación de elite con la exigencia extrema, tanto en el plano físico, mental como emocional. "La doctora Melanie Lang, de la Universidad Metropolitan de Leeds, en un estudio con 17 equipos de natación del Reino Unido, puso de manifiesto las condiciones extremas de exigencia a las que se somete a los nadadores desde edades muy jóvenes", subraya Carlos Ramírez.

La natación, considera el terapeuta, "es un deporte particularmente duro por la deprivación sensorial que conlleva. La monotonía y la falta de estimulación sensorial (fundamentalmente visual y auditiva) durante las horas de entrenamiento que sufren los nadadores en la piscina puede generar cambios en la concentración, en el estado de ánimo, etc?". Ahora, al ánimo de Ian, el hombre de la sonrisa de anuncio, el nadador que convirtió el agua en oro, el orgullo de una nación, le estrujan las garras de la tristeza para llevárselo al pozo oscuro de la depresión. Allí donde no hay agua, solo el infierno de Thorpe.

Olímpico. El nadador australiano obtuvo cinco medallas de oro entre los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, donde logró tres, y la cita de Atenas 2004, en las que conquistó dos. Se proclamó campeón en las pruebas de 400 metros libres, 4x100 libres y 4x200 libres en Sidney. En Atenas se llevó el oro en 200 y 400 metros libres. Además contabiliza tres platas, dos en Sidney, y otra en Atenas, y un bronce en Atenas.

Campeonatos del mundo. Sumó 11 medallas de oro entre los mundiales de Perth (1998); con 2 títulos; Fukuoka (2001), con 6 triunfos y Barcelona (2003), con 3 victorias.