En París habla Bernard Hinault: "Los franceses aman a los segundos. Yo también lo he vivido. Fui más popular cuando perdí. Después de mi primer Tour, en 1978, todo eran felicitaciones y alabanzas. Pero cuando gané el siguiente, muchos empezaron a decir que aquello no era normal. Dudaban. Ya no era tan querido. Cuando abandoné en el tercero, en 1980, Francia estaba dividida. Algunos decían: Pobre, ¡qué mala suerte! Otros: Le está bien empleado, por bocazas. Y así sucesivamente durante toda mi carrera. Los franceses no son admirativos ni a veces respetuosos con los vencedores".
Bernard Hinault, puro coraje, la mirada negra, el semblante desafiante, ganó cinco Tours de Francia entre 1978 y 1985, ocho años durante los cuales sus mayores rivales fueron sus problemas en la rodilla, la demoledora irrupción de Laurent Fignon y, sobre todo, el rechazo de la afición francesa que repudiaba el sello de soberbia que imprimía a todas sus victorias; a Anquetil le traicionaron las formas, la desesperante sensación de que ganaba con la más absoluta facilidad, lo que hizo que Francia le silbara y tomara partido por Poulidor, el admirado vencido, el campesino abnegado, el ciclista del pueblo al que perseguía la mala suerte; Merckx desquiciaba porque lo ganaba todo y, paradójicamente, nunca fue tan admirado como cuando fue segundo en el Tour de 1975 detrás de Thevenet, el rival al que honró continuando en carrera pese a correr con el maxilar destrozado por una caída; a Indurain se le recriminó su manera calculadora de correr, su aparente falta de ambición, las etapas no disputadas, y sólo al final se hizo un hueco en el corazón de los aficionados franceses, rendidos ante el campeón más sencillo de la historia; Armstrong goza ahora, en su último Tour, del cariño que se le negó durante su era de aplastamiento.
El tercer triunfo de Alberto Contador, la quinta victoria consecutiva en grandes vueltas, donde lleva imbatido desde 2007, le ha situado también en el mismo escenario desapacible que sus predecesores. En el primer Tour, el chico de Pinto se encontró con el amarillo tras la exclusión de Rasmussen y lo defendió a la desesperada en la crono de Angouleme ante Evans; el segundo fue un Tour físico y mental, exigido en la carretera por Andy Schleck y en el hotel por Lance Armstrong; el tercero, el que le equipara en el palmarés a Thys, Bobet y Lemond y le coloca en la senda del panteón ciclista, ha sido el más sufrido. Tanto que sin los 39 segundos de Luchon, el día de la avería de Andy en el Port de Balés, no lo hubiese ganado -las milésimas hubieran dado vencedor al luxemburgués-. En aquella etapa el público silbó a Contador, de amarillo sobre el podio. Fue la catarsis. La transformación definitiva de Contador en campeón ciclista, incomprendido como sus antecesores. Cinco paisajes explican el desencuentro con la afición francesa.
Spa
Silbidos al pelotón
Camino de Spa, en el mítico Stockeu y ante la mirada de Eddy Merckx, el busto que recuerda que el belga es el hombre que más veces ha ganado la Lieja-Bastogne-Lieja, el pelotón patina. La lluvia se ha mezclado con el rastro de gasoil que ha dejado una moto accidentada y los ciclistas caen irremisiblemente. Armstrong lo describe como el escenario de una guerra. Sólo unos pocos afortunados se libran. Los auxiliares que salen a socorrer a los damnificados tienen problemas incluso para mantenerse en pie. De los líderes, Andy Schleck y su hermano Frank son los más damnificados. Llegan a perder hasta cuatro minutos con el grupo delantero, donde Cancellara organiza una tregua que divide luego a la opinión pública. Hay quien no lo entiende. Contador viaja con Armstrong en el segundo grupo, donde RadioShack pretende eliminar a Andy y es Contador el que manda parar. "Es lo que yo hubiese querido que hicieran por mí", dice el chico de Pinto. Cuando todos los favoritos se han reagrupado y Chavanel marcha escapado, el pelotón, incompresiblemente, se frena y neutraliza la etapa. Entran lentamente en la meta de Spa. Los aficionados, que llevan esperando bajo la lluvia durante horas, no comprenden y silban a los corredores. Cancellara es el centro de la polémica, que tendrá consecuencias más adelante.
Mende
Un día gris
"Cuando el maillot amarillo se queda… Alberto no tenía otra opción", trata de serenar los ánimos Giuseppe Martinelli, director del Astana, en la meta de Mende, donde Contador ha atacado a Andy y ha recuperado los 10 segundos que éste le sacó en la llegada a Avoriaz. Pero lejos de la euforia, hay tensión en torno al equipo kazajo. Sobrevuela el recuerdo del desencuentro fatal del año anterior con Armstrong. Cuando Alberto ataca en la cuesta empinada de Mende, su compañero Vinokourov marcha por delante camino de una victoria redentora. Es el propio Contador, que le supera a 200 metros de la cima, el que acaba con ese sueño. "No ha sido Alberto el que ha arrancado, sino Joaquim Rodríguez", explica Martinelli. Es cierto, pero luego es el madrileño, al ver que Andy se queda, el que toma la iniciativa y caza a Vinokourov. Al pasarle, Contador duda. Sabe que la situación es delicada, que pisa un terreno pantanoso por el que ya ha pasado anteriormente. La duda es su peor aliada. El resultado lo refleja: sólo diez segundos a Andy y la etapa para Purito. Vinokourov no sonríe en meta, pero tampoco carga las tintas. Las opiniones chocan en Mende. Hay quien dice que no tenía otra opción, que es lo correcto; otros piensan que Alberto sigue siendo impulsivo y que la amistad de Vinokourov no valen diez segundos. Al día siguiente, el kazajo, pura raza, da una lección magistral en los kilómetros finales de la etapa y gana en Revel. El destino no se ceba con Contador, que se abraza a Vino en meta. La herida de Mende queda cerrada entre ambos, pero los aficionados franceses apuntan.
Ax 3 Domaines
El absurdo
En los Pirineos se espera que la batalla entre dos escaladores deliciosos como Andy y Contador, separados por 31 segundos en la general, estalle en toda su dimensión. Hay terreno. Los Pirineos centenarios son una orgía montañosa. La primera llegada, Ax-3Domaines, en cambio, decepciona. En Pailherés nadie ataca y el puerto final no es lo suficientemente duro para hacer daño. Se da cuenta Contador tras dos ataques espumosos pero baldíos que desencadenan una situación absurda. Andy es una lapa. Sigue al madrileño a donde quiera que vaya. Lo hacen mientras sus rivales se van hacia la cima. Es el absurdo total. Hay quien ve un desprecio hacia sus rivales que no disimula el propio Andy, quien dice en meta que Menchov y Samuel no son rivales. En la cima pierden 14 segundos con el ruso y el ovetense.
Luchon
El detonante
En 1971, en Luchon, Merkcx llega a meta, es el nuevo líder del Tour, pero se niega a subir al podio. La razón: el maillot amarillo, Luis Ocaña, se ha quedado tirado en una curva del col de Mente, la lluvia empapando su cuerpo, un final dramático para el conquense. El belga, que conoce el peso de los gestos, el enorme valor de la nobleza en el ciclismo, le honra dejando hueco el lugar del líder en el podio. 29 años más tarde, el mismo escenario, Luchon, lo envuelve un aire cargado de odio. Schleck ha perdido el amarillo y rabia es lo único que siente, la ira que corre por sus venas la dirige en una mirada de fuego a Contador, nuevo líder que en el podio recibe la desaprobación de la afición francesa. La cuestión: el honor. Andy ha atacado en el Port de Balés con una fortaleza tan tremenda como su mala suerte, pues mientras descarga toda su fuerza en los pedales, un bache hace que su cadena se salga, de varias pedaladas al aire y finalmente tenga que bajarse de la bicicleta para devolverla a su sitio. En el instante en el que se la sale la cadena es Contador el que contraataca, se marcha con Samuel y Menchov y en meta saca a Andy 39 segundos y le despoja, por ocho, del maillot amarillo. "¿Por qué en Spa me esperaron y hoy no?", brama el luxemburgués. Alberto, los silbidos atronándole, rasgándole el alma, dice que no se percató que a Andy hubiese tenido algún percance -las imágenes de televisión dicen lo contrario- y que cuando se lo comunicaron por radio iba ya por delante y no iba a parar. Tiene razón, era una circunstancia de carrera y no había por qué parar, pero el público galo se aleja del campeón, al que silba, y se postula del lado del perdedor. Contador no ayuda a arreglar las cosas. Por la noche graba un vídeo en el que reconoce que se ha equivocado atacando y pide disculpas. Al día siguiente, en Pau, se abraza a Andy y el asunto entre ellos queda, aparentemente, zanjado. Los silbidos, menos que el día anterior, se vuelven a escuchar en la meta de Pau. El desencuentro entre el campeón y la afición es palpable. El destino volvió a ser caprichoso: el Tour lo ganó Contador con esa misma diferencia sobre Andy, 39 segundos, tras una crono agónica.
Tourmalet
La patraña de niñatos
En la cima del Tourmalet concluye la etapa más legendaria del Tour. Cien años de historia contemplan a los ciclistas. A 2.115 metros de altitud espera Miguel Indurain, uno de los gigantes a los que se refería Jacques Goddet, periodista y director del Tour desde 1936 a 1986, cuando hablaba de los ciclistas que forjaron la leyenda del ciclismo. En la última etapa de montaña se espera una batalla épica entre Andy y Contador. No llega a suceder. Un ataque del luxemburgués a diez kilómetros de meta deja a ambos solos en cabeza. Luego, no pasa nada más. Apenas un acelerón del líder a falta de cuatro kilómetros y la puntilla: Contador no disputa la etapa y se la cede a Andy. Luego se abrazan. Los históricos se revuelven. Creen que es un desprecio al Tourmalet, a la leyenda, a todo lo que representa el Tour. Carlos Sastre, que ataca al principio de la etapa y desoye al propio Contador que le dice que pare porque ha habido una caída importante, se desahoga esa misma tarde. "Estamos haciendo del ciclismo una patraña de niñatos". El líder responde al día siguiente: "No lo comparto, no somos menos hombres que los ciclistas de antes".