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La zurda mágica

Ferenc Puskas, lastrado por una inoportuna lesión, se quedó a un paso del título mundial que habría coronado a la mejor Hungría de la historia. Brillante y certero, el húngaro es considerado como el máximo goleador del siglo XX.

La zurda mágicaG.N:

"eN el primer partido contra ellos fue en el que más me pegaron. No es una excusa, pero no me recuperé de una lesión que me dejó al margen de los cuartos de final y de la semifinal". Ferenc Puskas (Budapest, 2 de abril de 1927) recordaba con amargura la gran oportunidad que Hungría, el equipo conocido como los Magiares mágicos, había desperdiciado en el Mundial de Suiza de 1954. Ese encuentro al que se refería el mítico delantero de Budapest fue el de octavos de final contra Alemania Federal del que los húngaros, sobre todo Puskas, salieron físicamente tocados y los germanos, moralmente reforzados rumbo a su primer título mundial.

Puskas, con el rango de teniente coronel del ejército por su pertenencia al Honved, era el líder goleador de uno de los grandes equipos de la historia, al que muchos aluden quizás porque fue el primero al que se pudo ver en directo. Esa Hungría, que abrió la galería de campeones morales, era una máquina de hacer goles y tenía en Cañoncito Pum al jugador que ponía la guinda a un juego de muchos quilates. Su zurda era un prodigio de precisión para los pases y de potencia en el disparo que lo mismo dominaba el balón que una pastilla de jabón.

En los primeros 50, Hungría dominaba el fútbol mundial y Puskas estaba considerado el mejor jugador del mundo desde la exhibición que ofreció en la mítica victoria ante Inglaterra en Wembley por 3-6. Sus cifras evitan discusiones: marcó 83 goles en 84 partidos con la selección magiar. La Federación Internacional de Estadística e Historia del fútbol le tiene catalogado como el máximo goleador del siglo XX, con 512 goles en 528 encuentros en las máximas divisiones de Hungría y España. Por algo su apellido -el original era Purzceld, de origen alemán- significa escopeta en húngaro.

Camino de dificultades Pero la carrera de Ferenc Puskas, como la de otros futbolistas, se vio marcada por circunstancias ajenas al deporte. En su caso, la invasión soviética de Hungría en noviembre de 1956 le llevó a desertar, junto a compañeros como Kocsis y Czibor, durante el viaje que hizo el Honved a Bilbao para enfrentarse al Athletic en la Copa de Europa. Puskas se quedó en Viena, no regresó a Budapest y su familia tuvo que salir del país con la ayuda de contrabandistas.

Tras cumplir una sanción de dos años impuesta por la FIFA tras la deserción, Ferenc Puskas recaló en un gran Real Madrid, con 31 años y esa tendencia al sobrepeso que ya no le abandonó y que puso en peligro su fichaje. Pese a ello, demostró durante ocho temporadas que seguía teniendo mucho fútbol en sus pies. La desgracia se transformó en dicha y vestido de blanco, pasó a ser Pancho y formó una delantera legendaria con Kopa, Rial, Di Stefano y Gento que dio al madridismo cinco Ligas y tres de las Copas de Europa de las que tanto presume. En la final de 1960, la del 7-3 ante el Eintracht Frankfurt en el Hampden Park de Glasgow, Puskas hizo cuatro goles y la Saeta Rubia, los otros tres.

Con 38 años puso fin a su carrera como jugador y empezó la de entrenador cuya primera escala tuvo lugar en el Deportivo Alavés en las temporadas 1968-69 y 1969-70, donde ejerció de entrenador y secretario técnico. "Puskas recaló en el Alavés porque el dinero que le ofrecimos fue suculento", reconoció el ex presidente babazorro Juan Gorospe. Probablemente, esa necesidad económica fue la que marcó la trayectoria en los banquillos del húngaro que pasó por sitios tan dispares como Chile, Egipto, Grecia -al Panathinaikos lo hizo subcampeón de Europa-, Paraguay, Arabia Saudí o Australia.

Y es que uno de los rasgos que definían la personalidad de Ferenc Puskas era su generosidad, su desprendimiento, rozando la ingenuidad. "Tenía un agujero en la mano por la que se le iba el dinero", contaban sus compañeros del Real Madrid. Eso y algunas malas inversiones le llevaron a vivir sus últimos años en los límites de la indigencia una vez que regresó a Hungría con todos los honores, deportivos y militares, propios de quien había sido un mito del deporte en el país. Pero la época postcomunista no era la mejor para mantener a los héroes y menos a quienes como Puskas dieron con sus huesos en un hospital por culpa del alzheimer. El 17 de noviembre de 2006, después de seis años en los que apenas salió a la calle, falleció en Budapest y Hungría se sintió huérfana. Desde entonces, el Estadio Nacional se llama Estadio Ferenc Puskas en honor a una de las mejores piernas izquierdas que ha conocido el fútbol mundial, a un hombre que formó parte de algunas de las alineaciones más brillantes de la historia y quedó marcado por aquel Mundial de 1954 que debió ganar Hungría, pero pasó de largo.