Basso arranca su "maglia" a Arroyo
El Italiano, nuevo líder tras otra exhibición con Nibali y Scarponi, que gana en ApricaEl toledano tuvo una espectacular recuperación al bajar el Mortirolo, pero Evans, Sastre y Vino no ayudaron a su causa
Donostia. David Arroyo engrandeció, por el fondo y la forma, despiadada, cruel y agónica, el maleficio del binomio Mortirolo-Aprica. En toda su historia, en sólo siete ediciones el Giro de Italia superó la pared de 1.852 metros para finalizar en la meta apricensi, y en tres de ellas un corredor estatal se jugaba la carrera: en todas ellas, el negro tiñó el rosa. En 1994, Miguel Indurain sufrió una pájara en el Válico de Santa Cristina cuando virtualmente había arrebatado la maglia a Evgeni Berzin. En 1996, Abraham Olano cubrió en solitario los 31 kilómetros entre el Mortirolo y Aprica, para ceder casi tres minutos a Pavel Tonkov, vencedor en Milán. Ayer, Arroyo coronó el también conocido como Passo de la Foppa a 1:55 de Ivan Basso, Vincenzo Nibali y Michele Scarponi; se jugó el tipo en una bajada peligrosa por sus curvas, su estrechez y la lluvia, en la que fue alcanzando y soltando a Evans, a Gadret, a Sastre, neutralizó a Vinokourov y llegó abajo con sólo 36 segundos de pérdida sobre el trío de cabeza, a falta de 14 kilómetros. Sin embargo, la ascensión a Aprica fue su tumba, al igual que la de Evans, Sastre y Vinokourov -reagrupados junto a Gadret a pie de la ascensión final-, que apenas le dieron una bocanada de oxígeno con unos míseros relevos, lo que, a falta de lo que dictamine la etapa reina de hoy, los aleja del podio. El bravo talaverano sigue agarrado al cajón, y ahora es segundo a 51 segundos de Basso. Nibali y Scarponi están ya a 2:30 y 2:46, respectivamente.
Arroyo no perdió el maillot de líder, sino que se lo tuvo que arrancar, a dentelladas, el mejor Basso tras sus dos años de sanción por la Operación Puerto. Curiosamente, la misma pena que también debió cumplir Scarponi, vencedor ayer en Aprica.
En el Mortirolo se estamparon los supervivientes de la fuga del día -Duque, Rodríguez, Failli y Samoilau- y también Garzelli, que buscó la épica desde lejos, al estilo de Claudio Chiapucci en 1994, cuando Marco Pantani culminó lo que no pudo El Diablo, su capo entonces. El veterano varesino había atacado en el Trivigno y llegó a la cabeza con la ayuda de Failli, que lo esperó.
Las rampas del Mortirolo y la exhibición del Liquigas se tragó la escapada y dinamitó el pelotón. El joven Richie Porte cedió pronto, y a más de 10 kilómetros de la cima lo hizo Arroyo -que encontró la colaboración, mientras pudieron, de su compañero Urán y el amigo de éste, Mauricio Ardila, ambos de la grupeta de Pamplona-. Cuando Arroyo se quedó, en el pelotón sólo iban diez ciclistas: Sastre, Vinokourov, Evans, Scarponi, Gadret, Mollema y cuatro Liquigas (Basso, Nibali, Szmydt y Kiserlowski). Sobran las palabras para definir la tiranía del Liquigas, que ha garantizado su continuidad para dos años más, con Basso y Nibali.
El treno infernal de los italianos sólo lo soportó Scarponi. Vinokourov coronó a 55 segundos, Evans a 1:40 y, casi como una aparición, entre los coches de equipo, se hacía sitio, a manotazos por la estrechez de la carretera, un Arroyo de menos a más, sostenido por su amor propio.
Desde el Mortirolo hasta Aprica, se vació sin pensar en guardar para hoy, al contrario que sus compañeros de viaje, a los que se les escapaba el podio, que siempre duele menos que perder un Giro a dos días del final. Basso le arrancó de su sueño.