Amaral es el nombre de un cráter en el planeta Mercurio. Pero pocos saben que la Unión Astronómica Internacional se lo puso en homenaje a Tarsila do Amaral, pionera del modernismo en Brasil y referente en Latinoamérica, que revolucionó el arte con sus monstruosas, pero cautivadoras figuras. El Guggenheim se abrirá al mundo de Tarsila do Amaral a partir del próximo viernes, 21 de febrero, con una ambiciosa exposición que permitirá descubrir la obra de esta creadora, basada tanto en la imaginería indígena y popular como en las dinámicas modernizadoras de un país en plena transformación. La exposición reúne más de 150 obras de esta importante figura del modernismo brasileño, en las que los visitantes descubrirán la evolución de su estilo, mezcla de cubismo, primitivismo y visiones modernas de Brasil. Paisajes de vivos colores, pinturas abstractas y geométricas, y cuadros que reflejan su compromiso político y que podrán admirarse en el museo bilbaino hasta el próximo 1 de junio.

La muestra, organizada por el Grand Palais y el Museo Guggenheim Bilbao y comisariada por Cecilia Braschi, viajará directamente desde París, donde se ha podido ver hasta hace unos días. Aunque Tarsila do Amaral goza de un amplio reconocimiento, las exposiciones dedicadas a ella en el extranjero siguen siendo escasas. Esta primera retrospectiva pretende colmar esta laguna. Integran la exposición la etapa parisina, la del movimiento antropófago –uno de los cimientos de la identidad brasileña que abogaba por enriquecerse de su propia cultura y de la occidental–; el periodo comunista y la fase dedicada al desarrollismo de Brasil.

Cambiar el arte establecido

Tarsila nació en 1886 en el seno de una familia de grandes terratenientes de São Paulo. Durante su adolescencia, vio que lo suyo era el arte tras un viaje a la Barcelona Modernista. Años más tarde, la artista pasó un primer año en la capital francesa, de 1921 a 1922, una estancia de la que, como ella misma confesó, regresó “sin ninguna información interesante pero sí con algunos lindos vestidos”. Fue a partir de su vuelta a São Paulo​cuando el talento de Tarsila explotó.

Allí conoció a Anida Malfatti, Oswald de Andrade, Mário de Andrade y Menotti Del Picchia, que habían organizado la Semana de Arte Moderno, un hecho histórico fundamental en el desarrollo del modernismo en Brasil. Los jóvenes querían cambiar el arte establecido, demasiado conservador para un país tan moderno en otros aspectos. En la exposición de Bilbao se podrán ver dos autorretratos de Amaral realizados en 1923 y 1924, en los que se muestra la influencia parisina, pero también el inicio de un inconfundible estilo exuberante por sus colores y sus contundentes formas.

Tarsila acabó casándose con el poeta y ensayista Oswald de Andrade, formando el binomio del modernismo brasileño. Ella, en la pintura y él, en la literatura. En esos años tuvo un gran éxito internacional, algo parecido a lo que le pasó a la mexicana Frida Kahlo.

Inspirado por Amaral, Andrade escribió su Manifiesto Antropofágico, que literalmente llamó a los brasileños a devorar los estilos europeos, librarse de todas las influencias directas y crear su propio estilo y cultura. En lugar de ser devorados por Europa, devorarían a Europa ellos mismos.

A Cuca (1924), Carnaval em Madureira (1924) y Urutu (1928) son algunos de los cuadros que recogen el costumbrismo y el folclore brasileño que se convertirían en base de la identidad cultural del joven país.

Durante la presentación de la exposición en París, la comisaria Cecilia Braschi llamó la atención por la manera en la que representaba a las personas negras. “Su manera de plasmarlas crea polémica hoy en día. Algunos lo ven como un estereotipo racista y sexista. La pintora lo hace desde una perspectiva en la que los negros tenían un puesto de subordinación”, expuso Brachi.

Un ejemplo es A Negra (1923), un óleo con trazos del primitivismo en el que está retratada una negra de enormes pechos inspirada en una antigua esclava que amamantó a Tarsila.

Tras acabar su relación con Oswald de Andrade, la pintora entró en una nueva fase, marcada por su viaje a la Unión Soviética con su nueva pareja, el psiquiatra Osório César. Coincidiendo con el crash bursátil de 1929 y el hundimiento de la economía occidental, pasó a un tono más sombrío y pesimista influido por el realismo social y el muralismo mexicano.

Operarios (1933), un homenaje a la clase obrera de un São Paulo en plena revolución industrial, es uno de los emblemáticos lienzos de esa fase. “En esa época Tarsila ya no contaba con el apoyo de su padre, que había muerto, y tuvo problemas económicos. Tuvo que ponerse a trabajar, algo que nunca había hecho antes”, explicó en París Cecilia Braschi.

Desarrollo de la ciudad

En 1931 viajó a la Unión Soviética. Al volver a Brasil su arte se haría un poco más social y su política un poco más activa. Por ello sería encarcelada durante un mes, por ser simpatizante comunista e ir contra el dictador Getúlio Vargas.

En su último periodo artístico, coincidiendo con el inicio de su más larga relación con el periodista carioca Luiz Martins, la pintora captó el desarrollismo de la ciudad de São Paulo, que entre 1920 y 1960 creció exponencialmente alimentada por diferentes oleadas de inmigrantes llegados de toda Europa, Asia y Oriente Medio. La creadora brasileña desarrolló un estilo único para su país. Su retrospectiva, Tarsila do Amaral, pintando el Brasil moderno, cuenta con préstamos de varios museos brasileños y de coleccionistas privados.