Cuando en plena pandemia, Sílvia Pérez Cruz escribía canciones para regalar a amigos, no sabía que lo que realmente estaba haciendo era crear una obra monumental de 21 canciones, con 90 músicos implicados y un coro de más de 30 personas, que vendría a ser, al mismo tiempo, autobiografía, testamento vital y evangelio de una resurrección de la propia creadora. Tuvo conciencia de que aquellas composiciones brotaban de su interior para conformar un disco en Uruguay, tras una jornada disoluta de canto, bebida y comida junto a la argentina Liliana Herrero y la mexicana Natalia Lafourcade. Aquel día, en el que pasó de todo, fue un día en el que pasó una vida. Allí, Toda la vida, un día, su más reciente trabajo, tomó forma en su cabeza. Fue entonces también cuando decidió dedicarles a ambas cantantes sendos temas. A Herrero la obsequió con la canción que da nombre al disco. Eso sí, la cantautora catalana, una de las voces de jazz más apabullantes de Europa, pensó que el presente debía ser contenido y por eso escribió un estribillo basado en una sola nota.
Esa única nota, emitida por el violonchelo de Marta Roma, es la que ha sonado este martes en el Kursaal, en el concierto inaugural del 59.º Jazzaldia. El recital de Pérez Cruz, con las entradas agotadas desde hace tiempo, supone la sexta participación de la cantante en el festival. Una de las más recordadas fue, precisamente, en el periodo de desconfinamiento, cuando hizo que el cronómetro que limita la duración de los conciertos saltase por los aires.
La actuación de esta noche, de cualquier modo, no le ha ido a la zaga en cuanto a calidad y actitud. Y eso que el concepto que vertebra el disco, cinco movimientos musicales para cada fase de una vida, es a todas luces exigente. La presentación, una suerte de recopilación de los mejores temas versionados del propio álbum, ha hecho algo más accesible el espectáculo, aunque no ha dejado de tener en todo momento un punto de difícil acomodo. Eso sí, el virtuosismo de Pérez Cruz, que es capaz de hacer creer que cambiar de un rango vocal a otro es cosa fácil, hace que la exigencia parezca menor. En esto también ha ayudado el combo que la acompañaba –Carlos Monfort (violín y percusión), Roma (violonchelo y trompeta) y Bori Albero (contrabajo)–, especialmente Monfort, que demuestra una experta capacidad con los instrumentos hasta el punto de poder convertir un violín en un banjo durante la interpretación de "Mechita".
Al igual que el disco, el concierto se estructura en cinco movimientos que, además de desplegar diferentes paisajes y atmósferas, se marcan mediante el uso de la iluminación. Las canciones referidas a la infancia se iluminan en amarillo –son recogidas y amables–, las de la adolescencia en azul –con reverberaciones, humo, bucles, aire a rave, con la artista tocando un saxo y con un repaso a poetas como Pessoa–, las de la madurez en verde –metálicas y desinhibidas–, las de la vejez y la muerte en blanco y negro –caóticas– y, por último, las del renacimiento en rojo –cargadas de, en este caso metafórica, luz–. Al igual que las etapas de la vida son difusas –de hecho, al inicio, tras un pregrabado Ell no vol que el món s'acabi ha fraseado Salir distinto del segundo movimiento–, también lo son en un recital que se ha prolongado durante 100 minutos y que ha acabado, después de las emocionales Tots els finals del món y Nombrar es imposible, con un bis del tema Mañana, con letra de Ana María Moix, en el que Pérez Cruz ha dirigido al público, al que ha requerido irrintzis, gritos rancheros y cualquier otro tipo de grito con el que el respetable se sienta libre. Hasta aullidos ha habido.