Diez esculturas de Eduardo Chillida, creadas en la década de 1980 y procedentes del fondo de la Fundación Telefónica, prometen al visitante habitual de Chillida Leku encontrar un caserío-museo “totalmente nuevo”. Así lo ha asegurado su directora, Mireia Massagué, en la rueda de prensa que ha tenido lugar este martes en el caserío Zabalaga con motivo de la inauguración de la exposición “central” que vertebrará los fastos por el centenario del nacimiento del escultor donostiarra. Eduardo Chillida con la Colección Telefónica no sólo celebra dicha efeméride, también el primer siglo de la creación de la compañía de teléfonos. Luis Prendes, director general de la Fundación Telefónica, ha recordado que el escultor del vacío fue durante muchos años patrono de la Fundación de Arte y Tecnología que sirvió de “semilla” para la institución que ahora dirige.

Telefónica cuenta con dieciséis esculturas de Chillida, de las que diez han “vuelto a casa” para esta exposición –en total, atesora 41 trabajos del artista en distintas disciplinas–. “Todas están agradecidas de estar aquí”, ha asegurado Prendes, que garantiza que esas diez suponen “lo mejor” de este fondo que suma más de 1.000 piezas.

Chillida y Telefónica no sólo coinciden por cumplir un siglo. “Mi padre no creía en las casualidades”, ha afirmado Luis Chillida, hijo del escultor y presidente de la Fundación Chillida-Belzunce. Fue en los 80 cuando el donostiarra vivió una serie de cambios vitales que condicionarían su obra posterior. Y fue también en esa década cuando la empresa de telefonía comenzó a adquirir obra de creadores como Picasso, Juan Gris, Tàpies, Luis Fernández y, por supuesto, del responsable de El peine del viento.

Tras la muerte del galerista y representante Aimé Maeght en 1981, Chillida se lanzó a volar solo. Un año después compró el caserío Zabalaga, que más tarde se convertiría en el actual museo Chillida Leku. Fue también en aquella época en la que retomó su interés por la arquitectura, estudios que en su juventud cambió por los de Bellas Artes, debido al excesivo geometrismo docente. Luis Chillida ha contado cómo su padre solía decir que siempre giraba de forma concéntrica sobre las mismas cuestiones pero que, cada vez que volvía al mismo punto, lo hacía desde una altura distinta lograda mediante el conocimiento y la experimentación. Es por ello, que la aportación de Telefónica sobre aquella época de “madurez artística” se centra en los aspectos “constructivos” de la escultura del autor.

Los 80: diez esculturas de Telefónica

En una visita atropellada para la prensa, interrumpida por el dispositivo de seguridad preparado para el recorrido inaugural que ha protagonizado Felipe II, los periodistas han podido pasear entre esculturas de hierro, madera, tierra chamota, alabastro y acero cortén. 

Durante los 80, el donostiarra pasó de ser un “escultor-herrero a un escultor-arquitecto”. La transformación de uno en otro hizo que sus obras también mutasen, convirtiendo el vacío en un espacio que podía ser habitado “mediante la conciencia, las sensaciones e, incluso, físicamente”.

Entre las “casas-esculturas” edificadas por Chillida, se exhiben la dedicada a Hokusai (1981), maestro de la pintura japonesa del siglo XVIII. Se trata de una pieza de gran volumetría, que recoge el espíritu de su obra más conocida en occidente: La gran ola de Kanagawa.

La 'Mesa de Omar Khayaam III' preside la planta baja del caserío Zabalaga, en Chillida Leku. Ruben Plaza

A su lado, se encuentra el Elogio del Vacío II (1983), levantado sobre una peana de hierro, representa una casa inclinada, y también La casa de Goethe, en este caso del fondo de Chillida Leku, que tuvo una versión en grandes dimensiones construida en hormigón armado en Frankfurt, que dialoga con la monumental Gure Aitaren Etxea (1987) instalada junto a la casa de juntas de Gernika. Estas están acompañadas por la Casa de Juan Sebastián Bach (1981), “con formas muy redondeadas y envolventes”. La relación entre la casa y el territorio, por su parte, se sublima a través de Down Town II (1986) y las dos piezas de la serie Topos (1984 y 1985), también forjadas en hierro y que conjugan verticalidad con horizontalidad. Este último rasgo es el que destaca en la Mesa de Omar Khayamm III (1983), que preside la planta baja del caserío Zabalaga, a diferencia del resto de obras que se encuentran en el primer piso.

La aportación de Telefónica a esta exposición, en la que dialogan las formas circulares con las cúbicas, continúa con Iru Burni II (1981), una “poderosa” pieza formada por tres estelas “desafiantes”. El alabastro “más luminoso y translúcido” es el que se encuentra en el Homenaje al mar III (1984).

Los 90 y los 2000

La muestra se completa con otras piezas como Lurras o Gravitaciones creadas en los 90 y los 2000 que, a diferencia de las anteriormente citadas, proceden del propio fondo del museo y han sido previamente expuestas.