En la última conversación que mantuve con Mª Paz Jiménez (Valladolid, 1909-Donostia, 1975) para el semanario Zeruko Argia, poco antes de morir, se mostraba como una mujer inquieta, vital, trascendente, y siempre buscadora de nuevos espacios para el diálogo y la introspección tanto personal como social. Y es que Mª Paz, a pesar de su fuerte aspecto físico, era una mujer sensible, dotada de profundas fuerzas espirituales que le llevaban a percibir lo real como mágico, lo superficial como trascendente, y lo dramático de la vida como misterio que nos abre hacia lo infinito.

Algo de todo eso percibí en aquella entrevista que dio tanto que hablar en su momento, y sobre todo en su colección de lienzos que me mostró en diversas habitaciones de su casa de Amara.

Pues bien, 15 obras de aquellas pinturas, se muestran ahora en la galería Ekain, pinturas de su última etapa (1960-74), sobre lienzo y tabla, y que ofrecen espacios de la mejor abstracción lírica surgida en el País Vasco durante esas décadas. Preocupaciones que se advierten en esos plegamientos, alabeos, y entrecruzamientos de planos, que se producen en torno a una apertura, ojo en profundidad, y espacio subyacente que nos lleva a otros mundos.

Suaves y aterciopelados rosas, deliciosos verdes y azules, rojos intensos, ocres y matizados marrones que pueblan espacios silentes, mágicos, llenos de misterio y de preguntas filosóficas. ¿Qué hay más allá de la realidad? ¿Qué hay más allá de la vida? Sólo sufrimiento y dolor, como las quemazones y hendiduras con soplete sobre el soporte material que ella misma realizaba en sus últimas obras.

Intuí por sus miradas que Mª Paz era una gran creyente de la vida, del amor, y de la belleza plástica, una mujer cuya vida la veía ella misma como trascendente, misteriosa, y entre dramática y lírica.

Su abstracción espacial y lírica pasó antes por una matérica, antes por una gestual, y en sus comienzos, por un surrealismo blanco, y una mirada naif, respirada en el taller de Pablo Zabalo Txiki, madurada en la contemplación de la abstracción gestual en sus viajes a París y su contacto y amistad con la vanguardia del Grupo Gaur, sobre todo con Oteiza.

Su obra se ha entrecruzado en esta muestra con los “collages” de Jokin Iztueta (Anoeta, 1987), que haciendo una lectura correcta y transversal de la obra de Paz, ofrece unos delicados y sutiles papeles semitransparentes, cargados de sugerencias y repertorios iconográficos que se mueven en los aromas de Jiménez, y repertorios de Man Ray. Todo un acierto.