Iker García Barrenetxea (Donostia, 1979) ha vuelto a Loiola. En 2019 dirigió en este barrio donostiarra el proyecto de un mural comunitario. Cinco años después ha encontrado en este enclave de la capital un espacio que reúne las características que necesita para seguir pintando y creando. Ese local es La Droguería, un proyecto que comparte con Allan Daastrup, calígrafo danés que habita en este lugar desde hace cinco años. La práctica artística de cada uno les convierte en los perfectos compañeros de local. “Somos complementarios”, explica García Barrenetxea en una conversación con este periódico, en relación a la jornada inaugural que protagonizó este sábado.

La Droguería se encuentra en el número 35 de la calle Sierra de Aralar. Cuenta con dos alturas y con un ventanal por el que entra luz natural y que servirá para dar color al barrio. Los que paseen por delante se encontrarán a García Barrenetxea trabajando en sus lienzos. No en vano, el artista ha imaginado el espacio como un taller a la vista de todo el mundo que va más allá de una galería expositiva donde, simplemente, vender obra propia. “Después de meses buscando un espacio adecuado, ha llegado la hora de volver a crear”, cuenta, al tiempo que añade que Loiola es el lugar ideal para la empresa que tiene por delante: es un entorno que le permite mantener la “calma” necesaria para poder abordar una labor creativa.

El pintor busca integrarse en la realidad del barrio. Es por ello que, cuando pergeñó el evento inaugural, además de a amigos y clientes, hizo extensiva la invitación a los loiolatarras. Confiesa que, pese al poco tiempo que lleva en el barrio, ha comenzado a sentir ya el “calorcito” de sus conciudadanos. Algunos de ellos se acercaron este sábado a la casa de cultura, a apenas 100 metros del taller que comparten García Barrenetxea y Daastrup, para asistir a la estreno oficial de la nueva etapa del artista. Un dj y un picoteo amenizaron una jornada en la que el artista exhibió en una pantalla una videocreación digital que se reproducía en bucle y también medio centenar de trabajos de todas sus épocas, incluyendo algunos que ya habían encontrado destino en colecciones particulares.

García Barrenetxea muestra una lámina de la serie limitada de la obra 'Balls Pond Road'. Iker Azurmendi

Para la ocasión, el artista había solicitado a algunos de sus clientes que le cediesen obras previas para poder “presentarse” de nuevo ante el público donostiarra. Asimismo, exhibió reproducciones numeradas “de alta calidad” que creó durante los casi 20 años en los que vivió en Londres. 

La conversación para esta entrevista transcurre en La Droguería, antes de que el artista hubiese cerrado la selección final que se expuso en la casa de cultura. Rodeado de sus trabajos, enseña un ejemplo de esas reproducciones es pequeñísima tirada. Se trata una de las cinco copias limitadas que hizo de un óleo bautizado como la calle londinense que representa, Balls Pond Road. La primera de ellas, de hecho, fue adquirida por Gordailua hace dos años, entre una selección de obras de distintas periodos del donostiarra.

Desde una esquina, un inqusitorial Donald Trump observa la escena. Con una mueca, que atraviesa su colorido rostro con aire de pop art, parece desaprobar la conversación. En su frente, una posible advertencia para el periodista: Fake news. Es así como se llama la obra, creada con técnicas digitales, otro de los modos de hacer de este artista que también ha transitado por los caminos de la pintura directa sobre objetos como prendas o tablas de surf, como la que se apoya contra una de las paredes blancas de La Droguería, una colaboración que hizo con la marca Ilussions Surfboards. Desde la esquina contraria, en cambio, otros dibujos de medio y pequeño formato, en blanco y negro –abarca una parte “muy importante” de su trayectoria– y con trazos de gran delicadeza confirman la gran versatilidad de su autor. Aún así, insiste, lo que ahora parece “una pequeña galería de arte” será su espacio de trabajo y sólo atenderá a clientes con cita previa.

De casa a Londres y vuelta a casa

La afición por el arte, cuenta García Barrenetxea, le viene de casa. De hecho, comparte profesión con algunos de sus antecesores. Su abuelo paterno fue el fotógrafo y pintor navarro Marcelino García Asiain, hijo de otro fotógrafo y pintor, Marcelino García Martínez. Por parte materna, su abuelo Joxe Mari Barrenetxea, un hombre “con gran sensibilidad para las artes”, fue un grabador y trabajó para Patricio Echeverria. Su madre, confiesa, fue una de las principales instigadoras para que transitase por el camino del arte y de la pintura, cuenta este donostiarra licenciado en Bellas Artes. “Desde pequeño dibujaba y no resultó extraño que optase por ello”, cuenta.

El alma de Donald Trump capturada en una de las obras del artista. Iker Azurmendi

Una vez acabada su formación, a principios de este siglo, optó por probar suerte en un mercado como el londinense. Pasó 17 años en la capital de Reino Unido, una experiencia que califica de “muy completa” y en la que tuvo contacto con multitud de artistas. Fue allí donde en 2010 inauguró una galería de arte, The Vyner Studio, en East London. Se trató de un artist run space, es decir, “un espacio llevado por un artista” en el que, además de obra propia, acogió piezas de un centenar de otros creadores que pasaron por allí durante los cinco años en las que la galería permaneció abierta: “Mi filosofía era que el estudio era un local abierto para crear y para exponer. Me gustaba que se transformase huyendo del concepto tan habitual de la semana blanca. Levantaba paredes, luego las cambiaba... Contaba con ese espíritu de adaptarse a los distintos proyectos que acogiese”.

No obstante, aquel proyecto acabó y una propuesta de arte y diseño de una empresa donostiarra hizo que el artista se replantease su retorno. Era la época, además, en la que el brexit iba tomando forma. En 2017, García Barrenetxea cogió sus caballetes y sus óleos y decidió volver a casa. “Londres y Donostia no tienen nada que ver”, ríe el pintor, que asegura que nunca romperá el vínculo con una capital culturalmente tan “refrescante” como la londinense. De hecho, uno de esos vínculos sigue siendo profesional: una galería del Reino Unido cuenta en su colección con obra del artista donostiarra.

De cualquier modo, el pintor tiene claro que Donostia es “su campamento base”, el enclave desde el que se moverá en función a cada momento. Hace año y medio, por ejemplo, viajó al sur de Dinamarca para participar durante mes y medio en una residencia artística. Con posterioridad a esto, a su vez, expuso en París en una feria de arte. “Ahora lo que me toca es crear nueva obra y, para ello, Loiola me sirve mucho. Tiene esa tranquilidad y ese ritmo propio de un pequeño municipio”, subraya.

La nueva etapa en Loiola

Ahora que ya ha pasado la jornada inaugural y ha transformado el espacio de La Droguería en función a sus necesidades, toca ponerse manos a la obra. Tras su reciente experiencia en Dinamarca, en la que García Barrenetxea trabajó en una instalación para la que hizo una serie de pinturas abstractas con especial interés en el color. Esa es una vía en la que quiere seguir profundizando, abordando formatos que vayan del mediano al grande y, como hace habitualmente, se plantea pintar en series