El debut de Rüdiger, Before It’s Vanished (2020), ya mostraba, no solo sugería, el rico y ecléctico mundo interior y musical del batería de Willis Drummond. Su segundo paso, The Dancing King (Usopop/Forbidden Colours), consolida lo apuntado entonces y se muestra, abigarrado, denso, onírico y ecléctico, como uno de los mejores discos vascos de 2023, con un sonido “más inglés que estadounidense”, más electrónico y menos psicodélico y que convierte en propias referencias de Radiohead, McCartney, Robert Wyatt, los Crazy Horse de Neil Young, Aphex Twin, lo orquestal, el jazz y hasta la bossa. “Somos dinosaurios haciéndose un selfi con un cometa acercándose a la tierra”, explica el compositor, batería, guitarrista y cantante, residente en Bera. En febrero tocará en Arrasate (día 22) y en marzo en Azpeitia (3).

Rüdiger no se ha desvanecido. Menos mal.

¡Gracias! Pero el mundo de antes un poco sí, para bien o para mal.

Este segundo paso constata que no era un capricho.

Es un paso adelante, con más seguridad y preparación, aunque me queda mucho. Lo estoy disfrutando desde el primer concierto.

El debut surgió en pandemia. ¿Y este? Ha girado con los Drummond a tope.

Tenía temas ya desde el primer disco, pero no encajaban en él, un disco más minimal, más americano. El actual es más inglés, con referencias a Robert Wyatt, Radiohead o The Beatles. El tiempo lo hemos sacado entre giras con los Drummond y Joseba Irazoki, y los tiempos muertos del estudio Shorebreaker, de mi hermano Johannes, coproductor del disco.

¿Cómo llevó a cabo la grabación, con Johannes e Irazoki?

Irazoki tiene más protagonismo que en el primero, porque también podíamos viajar e ir al estudio para grabar. Era más complicado cruzar la frontera en el anterior. También han grabado Vincent Bestaven y Antoine Philippe muchas partes y me gustaría que la banda tuviera más protagonismo en el futuro. Y he contado con la ayuda de muchos músicos, de Amorante a Joseba B. Lenoir, Fernando Neira, Laura Etchegoyen, el cuarteto Ezekiel, Perrine Feriol, Pierre Loustaunau, el dúo electrónica Egyptology...

Sigue siendo un disco dispar que fluctúa del rock al pop, la electrónica, la psicodelia, el jazz… ¿No se pone límites a la hora de oír y hacer música?

No, siempre he escuchado todo tipo de música desde adolescente. He tenido buenos amigos, especialmente Catherine Luro, que me hizo escuchar música diferente: world, jazz, pop, rock, electrónica, clásico, contemporáneo, folk, experimental… He pasado por muchas fases y hoy en día amo a las bandas que mezclan influencias diversas. No me gusta quien bebe de una única fuente.

Suena menos psicodélico y más electrónico, más Radiohead y Aphex Twin que Flaming Lips y Spiritualized.

Sí, estoy de acuerdo, es más inglés que americano.

Hay también referencias clásicas, de los Pink Floyd más bucólicos a la más experimental de The Beatles. Sobre todo en efectos y el uso del estudio como un instrumento más.

Me encanta el estudio, al igual que el directo, aunque son diferentes. En el estudio se puede mezclar y experimentar con lenguajes de mundos diferentes. Mi hermano me ayudó mucho a encajar sonidos electrónicos y acústicos en una misma mezcla. Y hemos podido llevarlo al directo. Hay sonidos que parecen electrónicos pero son manipulaciones de una grabación acústica; y viceversa, con sintetizadores o sampleados. Y me parece bien que me compares con esos dos artistas, ¡no huyo de estas influencias!

Veo cierto aire brasileño en ‘The Receiver’ y de McCartney pasándose al jazz en ‘Once I Was Away’.

Así es, The Receiver empieza con un aire a bossa/samba y luego se desliza en un puente electrónico ambiental, antes de volver al punto de partida. Y amo a McCartney, es la voz cantada que más he escuchado en mi vida. Me hace sentir en casa, es una sensación bastante rara (risas).

Es un álbum con muchos arreglos y texturas.

El hecho que pasar dos años en el estudio tiene que ver en su densidad, claramente. Pero también hemos pasado tiempo en quitar capas, pensar bien en la arquitectura de la mezcla, elegir los símbolos importantes y construir a su alrededor. Podría haber acabado en algo inaudible sin mi hermano.

Las letras alternan lo personal con lo externo: inmigración, ecología… ¿Escribe de lo que le atañe como ser humano?

He elegido hablar de lo que veo y conozco. Mis letras son terrenales porque soy de campo, siempre he vivido en pueblos y me gusta contar historias con mensajes claros. La forma es pop, pero el contenido es folk, y cada vez que canto revivo el texto. Para que sea emocional, tiene que serlo para mí de antemano. Y lo que veo son los muertos en el río Bidasoa, el capitalismo salvaje que está acabando con el mundo y las personas, el amor, la familia, la muerte de amigos... Las letras son un carné íntimo de mi día a día.

Hace tres años me dijo que estábamos al borde del precipicio.

Y estamos cayendo ya. La guerra en Ucrania, los horrores de Gaza, la crisis económica inacabable y que enriquece a los pocos que están encima de la pirámide, el giro internacional a la ultraderecha, el cambio climático… A veces da vértigo, pero no hay que caer en pánico y seguir el día a día.

El título del disco parece una reafirmación personal.

A veces hay que huir de la realidad y adentrarse en uno mismo y nuestro mundo interior. Ser el dueño del propio baile. l