El arquitecto Luis Alberdi inició en 1978 una investigación en torno a los caseríos de Gipuzkoa por puro hobby. Más de cuatro décadas después, recoge todo lo que ha conseguido documentar en este tiempo en el libro Arquitectura del caserío en Gipuzkoa, un estudio sobre la evolución de la arquitectura de estas infraestructuras desde el siglo XIII y que sirve, además, como llamada de atención. “No está todo protegido”, avisa.

Alberdi comenzó a ilustrar diferentes caseríos a finales de los años 70. “Cogía la bicicleta y me desplazaba hasta ellos para dibujarlos”, recuerda sobre un interés que, poco a poco, fue ampliándolo al investigar sobre ellos en los diferentes archivos del territorio. “Lo hacía sin ningún tipo de intención más que la de conocer el patrimonio que tenemos. Según iba consiguiendo más datos, iban desapareciendo más caseríos. Eso fue lo que me llevó a querer mostrarlos”, apunta.

Caserío Zuloaga de Lizartza. Reedificado en 1677, es un ejemplo de los caseríos barrocos con soportes en forma de horquilla invertida. Luis Alberdi

El resultado final es un libro que abarca seis siglos, desde el XIII hasta el XX, aunque las primeras viviendas que se analizan no tendrían “la terminación que le damos hoy en día a un caserío”. “Antes del siglo XV apenas hay datos. Sabemos que existían solares con sus nombres, pero el modelo de uso no está claro que sea el de una construcción con una planta baja en la que estaba el ganado y una o más plantas elevadas que sirven como vivienda”, comenta.

Por lo tanto, los caseríos más antiguos datados hasta el momento se corresponden a las casas-lagar construidas a comienzos del siglo XV, sobre las que, además, se basarían la mayor parte de las infraestructuras que se construirían hasta el siglo XX. “Por aquella época ya existían todas las técnicas, tanto de carpintería como de cantería, que se utilizarían con el paso de los años. Con el tiempo, fueron surgiendo nuevas piezas y otras evolucionaron, pero su construcción no cambió drásticamente. Las técnicas no evolucionaron, solamente fueron llevándose a la sencillez y a la economía de medios, pero llama la atención que las mismas estructuras ya estaban en el siglo XV”, señala el arquitecto.

Las edificaciones más complejas, por lo tanto, son las más antiguas, lo que, según opinión de Alberdi, indicaría que antes de este periodo también habría habido unas construcciones similares que servirían como referencia. No obstante, por el momento no se han encontrado documentos que lo acrediten.

Caserío Etxeaundi de Lizartza. Reedificado en 1611, es un ejemplo de caserío de la primera mitad del siglo XVII, donde adquiere gran protagonismo el entramado con relleno de argamasa o ladrillo. Luis Alberdi

“Comparados con el resto de Europa, el patrimonio que tenemos es inmenso y lo estamos perdiendo”, asegura el investigador, quien ha clasificado los diferentes caseríos del territorio por tipologías y ha elaborado un marco general sobre su origen y evolución histórica con el objetivo de “sintetizar y hacerlo más sencillo”.

Recuperar la terminología

La publicación analiza, además, otra de las “obsesiones” de Alberdi: la terminología. “Todos los términos que utilizamos son foráneos, muchos de ellos procedentes de las construcciones de Asturias, y no tienen nada que ver con nosotros”, explica el arquitecto, quien ha rebuscado y analizado en los documentos todos los términos en euskera que han desaparecido.

“Cuando daba con una palabra que desconocía se abría un rayo de luz. Dar con su significado no ha sido nada fácil, pero a base de investigar en trazado una serie de hipótesis sobre lo que podrían significar”, apunta sobre un trabajo que ha sido integrado en el libro a modo de glosario final.

Caserío Aldaiazpikoa de Bergara. Dibujo sobre el posible estado que tendría el caserío tras las obras realizadas en 1753. Luis Alberdi

Ante la falta de estudios al respecto, Alberdi ha tenido como base la documentación recogida en los archivos históricos de Gipuzkoa. “El libro va dirigido a técnicos que trabajan con los caseríos, pero también al resto del público y enseñarles el patrimonio que estamos perdiendo”, indica el autor, quien asegura que gran parte de estas edificaciones se encuentran en peligro. “Los propios dueños de los caseríos no les dan el valor que se merecen porque creen que son casas viejas. Los dibujos sirven también como llamada de atención a las instituciones que se piensan que todo está protegido y no lo está”, agrega.

Alberdi, por último, pone en valor “el conjunto” de todos los caseríos de Gipuzkoa, más allá de los más antiguos, considerados habitualmente como los de mayor importancia. “Es verdad que son de madera y son los más complejos técnica y estilísticamente, pero personalmente les doy a todos el mismo valor”, concluye.