Coincide la inauguración del Zinemaldia, el acto –virtual– de entrega del Premio Donostia a Hayao Miyazaki, el sensei o maestro del cine de animación, y la proyección de El chico y la garza (2023) con el anuncio de que su Studio Ghibli, que desde 1985 se ha mantenido independiente, ha sido adquirido por la cadena Nippon TV con el objetivo de que el sello sobreviva a sus creadores, cuestión que sobrevuela desde el fallecimiento del director Isao Takahata en 2018.
Takahata, responsable de indiscutibles obras como La tumba de las luciérnagas (1988), y Miyazaki se conocieron a finales de los 60, cuando ambos trabajaban para el estudio Toei. Forjaron su amistad en la lucha sindical, aunque al final acabaron abandonando la empresa debido a su descontento con la manera de desarrollar la animación. El dúo creativo buscaba elevar el anime a la excelencia y demostrar que se podía hacer cine de calidad animado si se disponía de tiempo y dinero.
Tras abandonar Toei, Miyazaki dirigió su primer largo, El castillo de Cagliostro (1979), basado en la serie Lupin III, que arranca con una huida a toda velocidad en un Fiat 500 que ha pasado a la historia del cine. Ya en esta ópera prima se destila la fijación de su director por la cultura, la literatura y la arquitectura centroeuropea, que acaba mezclando con elementos como el sintoísmo o la historia nipona. Su segundo trabajo, Nausicaä del Valle del Viento (1983), basado en un cómic propio, supuso un acercamiento a lo que luego sería Ghibli, que Takahata y él fundaron dos años después.
El castillo en el cielo (1986) fue la primera película que Miyazaki firmó como Ghibli, a la que le seguiría Mi vecino Totoro (1988), en la que afloran los elementos recurrentes en sus obra: protagonistas femeninas, la ausencia de uno o dos de los progenitores y el paso a la madurez. Algunos de ellos se encuentran en su siguiente filme, Niki, la aprendiz de bruja (1989), mientras que con Porco Rosso (1992) desarrolla su afición por los aviones –que sublimará en El viento se levanta (2013)–, al tiempo que establece paralelismos con los cuentos infantiles occidentales y su tradición. Porco Rosso es La bella y la bestia; La princesa Mononoke (1997) es El libro de la selva y Ponyo en el acantilado es su versión de La sirenita, mientras que su obra más célebre, la oscarizada El viaje de Chihiro, es un trasunto de Alicia en el país de las maravillas.