Exactamente una década después de estrenar su última película, El viento se levanta (2013), Hayao Miyazaki ha lanzado su más reciente obra, El chico y la garza, que servirá este viernes de inauguración al 71ª edición del Zinemaldia, tras una gala en el que el maestro del cine de animación recibe de forma virtual el Premio Donostia. El nuevo largometraje del japonés, el duodécimo de su filmografía, presenta, sin ambages, la mejor animación de su carrera –con un valor extra al tratarse de animación tradicional, sin uso de 3D–, aunque argumentalmente le vuelve a pesar su forma de desarrollar los proyectos, sin un guion cerrado y sólo con storyboards orientativos. Esto hace, como ya le ocurrió, por ejemplo, en El castillo ambulante (2004) o en Ponyo en el acantilado (2008), que el argumento se mueva de un lado a otro, añadiendo capas que no terminan de compactarse de una manera coherente al cierre del telón. 

El proyecto, que desde que se anunció ha estado rodeado del máximo secretismo –de hecho, tras su estreno en Japón apenas habían trascendido fotogramas, ni materiales, ni información sobre su argumento–, se basa, testimonialmente, en la novela ¿Cómo vives?, de Genzaburo Yoshino, un coming-on-age publicado a principios del siglo XX, en el que un joven recibe enseñanzas vitales de su tío. Decimos testimonial porque, más allá del hecho concreto de que el propio libro de Yoshino aparece como elemento de la propia película, apenas tiene relevancia, más allá, quizás, del propio espíritu de la novela que invita a crecer a su protagonista como un hombre recto.

Una vez más, Miyazaki abraza el paso a la madurez como eje vertebrador de una de sus películas, aunque lo hace desde un punto de vista más adulto y oscuro. No en vano, por primera vez en su carrera ha abordado la temática del duelo y de cómo se debe seguir viviendo después del fallecimiento de una persona cercana. De hecho, en el pase que ha tenido lugar este viernes por la mañana para prensa y público general, se han visto sí, niños vestidos como Totoro, aunque otros acompañados por sus padres han tenido que abandonar la sala entre sollozos debido a lo perturbador de algunas de las monstruosas imágenes.

Al igual que en El viento se levanta, el cineasta traslada la historia a los años de la Segunda Guerra Mundial. Tras el deceso de su madre a causa de un incendio en Tokio, un joven, Mahito, y su padre se trasladan al Japón rural dado que su progenitor ha vuelto a casarse, en este caso, con la hermana de la fallecida. Miyazaki vuelve a teñir sus películas de autobiografía: fue su propia madre la que le regaló ¿Cómo vives?, al igual que al protagonista, mientras que su padre y su tío trabajaban en la industria aeronáutica durante la guerra, algo que coincide también con la vida de Mahito.

En su afán por sincretizar la cultura japonesa con la literatura occidental y después de refritar grandes clásicos infantiles, Miyazaki apuesta en este caso por hacer suya la tradición de Blancanieves y los siete enanitos, trasformando a esos siete en ancianitas que sirven de contrapunto cómico, junto a la garza real, que da título a la cinta, que puede transformarse en un ser humano y que ejemplifica aquello en lo que Mahito no debe convertirse: un hombre mentiroso y vil.

Tras el primer acto en el que se asientan los personajes en el nuevo entorno rural, y bajo el influjo de la garza, el protagonista acaba introduciéndose en un entorno fantástico de pelícanos y periquitos gigantescos que recuerda al otro mundo de Viaje a Agartha (2011), algo curioso, por otro lado, dado que este último largometraje de Makoto Shinkai recuerda mucho al cine de Miyazaki. Es, casi, como si el veterano cineasta hubiese querido devolvérsela de alguna manera, antes de girar sobre sí mismo y mirar a sus trabajos previos. No faltan guiños a la ya citada El castillo ambulante con ese meteorito, esas puertas multidimensionales, ese fuego capaz de arrasar con todo y con ese anciano responsable de un castillo cambiante y en crisis, mientras que la propia aventura de Mahito más allá del espacio y el tiempo en busca de la maternidad perdida evoca, irremediablemente, a su celebrada El viaje de Chihiro (2001). Tras un cuarto de siglo anunciando su retirada, Miyazaki anunció recientemente que seguirá dirigiendo hasta su último aliento. Esperemos que sea para seguir por este camino.