Los pamploneses El Columpio Asesino anunciaron a comienzos de este año su disolución. Tras más de dos décadas, los hermanos Arizaleta, Iñigo Sola, Daniel Ulecia y Cristina Martínez ponen el punto y final a su trayectoria en común con una gira de despedida que llega este sábado a la capital guipuzcoana.

¿Con ganas de la gira o da pena porque es el final?

Aunque es una decisión que teníamos tomada hace bastante tiempo, nunca te viene bien. Es algo que llevas haciendo toda la vida y lo has dado todo por ello. Por un lado, es ha llegado el momento y lo asumes como tal, pero, por otro, te da mucha tristeza. La vida es así y hay que aprender a empezar, a acabar y a lo que llega en cada momento.

¿Cuesta saber cuándo terminar?

Nosotros nos reunimos un día, lo planteamos y nos pareció bien a todos. Pensamos que era un momento excelente para decir adiós y dedicarnos a otras cosas. Estamos contentos porque hemos tenido una carrera en la que hemos hecho lo que hemos querido. Es una satisfacción echar el cerrojo con esta sensación.

Y con el cariño del público, como demuestra que las entradas para el concierto llevan medio año agotadas.

No esperábamos que nada más publicar el comunicado en el que decíamos que nos separábamos no esperábamos la gente nos respondiese con tanto cariño. Tenemos prácticamente toda la gira vendida. Es un apoyo increíble y, por eso, también estamos muy emocionados. 

A lo largo de estos meses, ¿les ha tocado hacer mucho el ejercicio de mirar para atrás?

Lo hacemos cuando hablamos con vosotros, los periodistas (risas). Si te pones a pensar son muchos años desde que comenzó la banda. El otro día recordábamos cómo hicimos el reparto de los instrumentos preguntándonos qué quería tocar cada uno. Estamos echando la vista atrás y disfrutando un poco como el abuelo Cebolleta, pero nos enfocamos en el presente.

Han huido constantemente de las etiquetas, del punk y el rock de los inicios a las propuestas más electrónicas. Imagino que habrá sido un trabajo inconsciente.

Cuando empezamos, la principal premisa era hacer lo que sentías y lo que te salía. Antes del 2000 ya estábamos mezclando electrónica con punk y guitarras, que es algo que ahora hace todo el mundo. Fíjate en Rosalía o C. Tangana, que te tocan una pieza tradicional con una base electrónica de reguetón. En los 90 esto era una locura. Se empezaban con las fusiones, pero nosotros íbamos más allá con txalaparta, guitarras, electrónica, sonidos punkis... Esa misma premisa la ha tenido la banda en todo este tiempo. No hemos tenido problemas por experimentar y buscar sonidos y fórmulas y, de alguna manera, cuando llegas a un punto en el que lo has hecho todo, la decisión de dejar la banda es también por ese agotamiento de la búsqueda. 

En esos comienzos se notaba que eran herederos del rock radical vasco y, de alguna manera, lo han llevado a una versión 2.0.

Sí. Siendo de Lodosa, de la Ribera, el rock radical era nuestro caldo de cultivo. Es lo que vivimos en la adolescencia. Por eso hacer ahora un tema con Fermín Muguruza ha sido como hacerlo con nuestro Bowie (risas). En aquel entonces se hacía la música punk, pero combinarlo con otras cosas, que es lo que no hacía la gente, fue muy divertido. 

Ahora, en cambio, han cambiado las reglas de juego y se han convertido ustedes en referencia para las nuevas generaciones.

Eso es algo muy bonito. Que tus compañeros reconozcan que te admiran y que eres una referencia quiere decir que ha merecido la pena todo el trabajo, el esfuerzo y la exigencia que nos hemos autoimpuesto. Se te ponen los pelos de punta cuando oyes a alguien decir eso. 

En su carrera el disco ‘Diamantes’, en especial, y el tema ‘Toro’, en particular, marcaron un antes y un después. ¿Cómo lo recuerda?

Toro fue increíble porque es el antihit. No tiene ningún elemento que pueda entrar en lo que se considera un hit, pero fue un pelotazo tal que todavía está corneando. Nos posicionó e hizo que nuestra música se elevara un poco más a todos los públicos. Siempre hemos sido más de underground, en lo que se consideraba como música indie de los 90, que luego derivó por otro lado. Toro es un orgullo y un tema que nos ha abierto las puertas a latinoamérica y a un montón de público. Ya no es nuestra, es de la gente.

Al hilo de eso, vivieron de primera mano la transformación de la industria y la explosión de los festivales. 

La industria ha cambiado muchísimo en todos estos años y el negocio no tiene nada que ver a cómo empezamos. Es otro mundo. Los festivales nos vinieron de maravilla porque, aunque somos carne de sala, donde realmente nos lo pasamos bomba y estamos con nuestro público, nos han dado mucho trabajo y han hecho que podamos estar todos estos años viviendo de la música, que no es nada fácil. Ahora, todo ha explotado y con los problemas de las grandes multinacionales que son como el monstruo que se come todo, para los músicos los festivales son importantes para facturar, como dice Shakira (risas).

Ese cambio en la industria, ¿podría estar también entre las razones de abandonar?

No, porque al final lo que hemos tenido que hacer es adaptarnos a lo que venía. En lo musical y en lo artístico siempre hemos sido fieles a nosotros mismos. En eso no hemos cambiado. Si lo hemos hecho ha sido para buscar algo que nos satisfacía. Si un día nos salía una canción casi mainstream, automáticamente decíamos fuera, a la papelera. Que no suene bien (risas). Ese nivel de exigencia ha estado siempre y no ha cambiado nunca, solo lo de alrededor.

Por lo tanto, ¿cierran la etapa sin que se haya quedado nada en el tintero?

Estamos muy llenos y hemos hecho lo que hemos querido, realmente. Nos gustaría cerrar una gira por Sudamérica y despedirnos por todo lo alto. Y como capricho, tocar en Nueva York (risas), y hacer un concierto en Berlín. Sería la pera limonera.