No son el fútbol y la información meteorológica lo que más interesa a la gente, pero sí de lo que más habla en comunidad. Con la competición en marcha todo se agita y quien no va al estadio (16 millones de espectadores por temporada) pone sus ojos en la tele (150 millones), con las cadenas de pago como proveedores y, por qué negarlo, también los canales piratas. La Liga ha cambiado de nombre y tiene como nuevo sponsor a EA Sports, marca global de videojuegos deportivos. Lo relevante es que las retransmisiones han dado una vuelta de tuerca hacia el show exhibicionista. Los clubes han cedido soberanía permitiendo a las cámaras penetrar en los vestuarios e invadir la intimidad personal. Por este striptease España descubre que los futbolistas del Athletic rezan un padrenuestro antes de saltar al campo, una vieja tradición, de estricto ámbito privado, que ha extrañado a los hipócritas. ¿Llegará este asalto a alcanzar la desnudez de los deportistas y al reality? Que alguien le ponga freno, porque cuando se llega demasiado lejos ya no hay regreso. Los partidos tienen más tiempo de juego, mejor diseño gráfico y mayor relación con el espectador. Ya no se solidarizan con Ucrania. Los locutores son mediocres, menos Carlos Martínez, y han fichado a Mateu Leoz, árbitro que vestía de blanco, para comentar los lances dudosos. Lo peor sigue siendo el uso mafioso del VAR, pues basta el retardo de una centésima en detener el vídeo, compuesto de 25 fotogramas por segundo, o el minúsculo desvío de una raya, para alterar el resultado. ¿Cuándo dejarán de censurarnos los audios de las deliberaciones entre el juez de campo y el de pantalla? ¿Quién es el padrino que mueve los hilos? Adiós al fútbol, bienvenidos al espectáculo. Solo faltaba el machito Rubiales para ensuciarlo aún más.