El trompetista italiano Enrico Rava ha sido el tercer músico de esta edición en recibir el Premio honorífico Donostiako Jazzaldia. Con 84 años de edad, ha subido esta noche al escenario de la plaza de la Trinidad, sin miedo a la lluvia, acompañado por cuatro jóvenes promesas del jazz de su país. Se trata de un conjunto al que ha bautizado como una de sus composiciones más míticas The Fearless Five. "Me rejuvenecen", confesó el músico hace unos días en una entrevista concedida a este periódico.

En una relación simbiótica basada en el rol de maestro y alumno -algunos de los componentes de este quinteto sin miedo participación en las masterclasses que Rava ofrece anualmente en Siena-, el músico, que para la ocasión se ha calzado un fliscorno -instrumento del siglo XIX más fácil de manipular, algo más agudo y más flexible que la trompeta-, ha actuado, sí, de protagonista de la jornada desde el centro del escenario,pero favoreciendo espacio, visibilidad y paisajes musicales de sus parteneires, a los que ha dejado oportunidad de lucimiento desde el minuto cero. A diferencia del concierto que ofreció el domingo el pianista Abdullah Ibrahim, que pareció refugiarse y hasta esconder su presencia en el talento de sus acompañantes, Rava ha dejado hacer a su crew, pero siempre apuntando y dirigiendo como quien da indicaciones desde una tarima.

En ocasiones se ha abstraído, cerrando los ojos y sintiendo las improvisaciones de sus compañeros, en especial la del trombonista Mateo Paggi, que ha ofrecido un par de sólos de excepción en la segunda parte del concierto, cuando el quinteto ha parecido meter la quinta marcha, quizá para intentar hacer más llevadero el la tremenda tromba de agua que caído durante unos 20 minutos. Ha sido el swing entre Rava y Paggi, que en ocasiones parecían fundir sus espíritus en uno, uno de los elementos más característicos del recital, junto a los ritmos sugerentes y rasgados ofrecidos por las baquetas y las escobillas de la percusionista Erica Polidori. "Sigue", le ha indicado Rava con la mano, para que la baterista redundase en uno de sus solos, al que el maestro ha acabado entrando con todo. Al igual que ha hecho en la Trinidad, al entrar con estilo, carisma y conocimiento.