Lo que tienen los productos de laboratorio es que es fácil prever lo que van a ofrecer y, precisamente, por eso mismo, los productos de laboratorio funcionan y son eficaces, como lo ha sido Village People en la tarde-noche de este viernes, en el concierto de inauguración en la playa de la Zurriola del 58º Jazzaldia.

Una verbena bailonga de música disco, muy divertida aunque con algo de relleno, que ha tenido más de guion, de escaleta y de coreografía que de calidad musical. En definitiva, ha consistido en el repaso de los principales hits que rubricaron entre 1977 y 1980, salpimentado con alguna que otra versión -All night thing, de Invisible man's band- y cosido entre canción y canción con provocativos concursos de baile entre los miembros más físicamente esculpidos e interpelaciones a un público que en todo momento parecía mostrarse cómplice con la propuesta del grupo.

El nativo americano, el vaquero, el motero, el obrero de la construcción, el militar y él, Víctor Willis, el policía, único miembro original del conjunto, han salido uno a uno al Escenario Keler, con el acompañamiento rítmico de una banda que, durante los dos primeros temas ha sufrido por problemas técnicos que han empobrecido el sonido.

Enfrente, la Zurriola llena y con algún que otra cuadrilla caracterizada como los personajes de Village People, que representan los extremos más estereotipados de la comunidad gay del neoyorquino Greenwich Village de los 70. El policía en el centro del escenario y unos metros por delante del resto del elenco, que ha actuado a la vez de cuerpo de baile y de coristas, algunos más comprometidos que otros.

Los Village People en el Jazzaldi Ruben Plaza

"¿Queréis pasarlo bien?", ha preguntado Willis al comenzar una actuación que no ha llegado a la hora y media y en la que han cantado una docena de canciones, las mismas con las que siguen, 50 años después, girando por el mundo.

Fire Island ha sido el primer tema que ha cantado Willis que, con 72 años, apenas se ha movido por el escenario y que ha presentado una voz justita. De hecho, sin llegar a la hora del concierto, antes de Go west, el líder se ha retirado para descansar, mientras el militar presentaba a cada uno de los personajes.

A su retorno, ha sido el policía quien ha hecho ante el público de cicerone de la banda de músicos profesionales que les acompañaban y que mediante solos de cada instrumento han llevado el concierto, más bien espectáculo, a lugares, incluso, cercanos al rock.

La elección de un tema como Fire Island para empezar no ha sido baladí, dado que pertenece al primer EP de Village People, aquel con el que lograron un inesperado éxito y que incluyó otros tres temas que interpelaban directamente a la comunidad LGTBI+ estadounidense. Dos de esos temas, San Francisco y Hollywood, que Willis ha fundido en un medley, han sido muy bien acogidos por un respetable que ha seguido el ritmo mediante palmadas y que se ha sumado a los coros imbuidos por el espíritu de esa estrofa que dice "Everybody is a star in Hollywood".

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Los Village People en la Zurriola Ruben Plaza

Interpelando primero a las mujeres presentes y después a los "machos" del lugar, Willis ha cantado en los primeros compases del show uno de los temas más esperados, Macho man, probablemente, para dejar claro desde un inicio de dónde a dónde iba a viajar esta verbena. También extraídas de su segundo disco Macho man (1978), le han seguido Hot cop, Key West y I am what I am, "una canción para respetarnos", ha asegurado Willis.

Con Go west, ya en la recta final del show, el público ha vuelto a soltar cuerda, antes de estallar con In the navy. "¿Hay nuevos reclutas para la Marina?", ha preguntado Willis. Y por la reacción de la Zurriola, vaya si los había.

Village People se ha despedido del Jazzaldia con otro de sus himnos, YMCA, que se ha iniciado con el vaquero explicando al público cómo habia que imitar con el cuerpo las siglas de esta organización de jóvenes católicos estadounidense que llegó a denunciar al grupo. Esta canción, siempre moviéndose en la ambivalencia de sus letras, logró sortear la demanda, como ha sorteado el tiempo, los públicos, las generaciones y, seguro, hasta algún escéptico donostiarra, porque hoy lo musical no era lo más importante, sino pasárselo bien.