El pintor Hilario Bravo (Cáceres, 1955), que residió en su juventud en la ciudad de Donostia y compartió andanzas y proyectos artísticos en la Asociación Artística de Gipuzkoa junto a Manuel José García, Adrián Ferreño, Malules Fernández y Javier San Martín, vuelve a exponer en la Sala Okendo una interesante muestra antológica de su obra bajo el sugerente título Diario de un chamán.

Adscrito desde sus inicios en la década de los 70 al arte conceptual y al de acción, ha desarrollado todo su proceso en estos parámetros, en una fidelidad coherente y poco frecuente en muchos artistas que se iniciaron en estas tendencias. Algo de chamán y de invocador de cielo y tierra posee toda su obra, que se mueve en territorios cercanos a los cielos, las nubes, el agua y también a la tierra, los árboles, las semillas, y los submundos y cosmovisiones que las acompañan.

Desde sus primeras obras datadas en los 70 se muestra ya fiel al arte pobre y al concepto, utilizando papeles de arroz con pequeñas incisiones para ir añadiendo y completando su obra a modo de collage con celofanes, plásticos y pequeñas anotaciones de números y letras que confieren a su obra un cierto carácter hermético y conceptual, sólo abierto a espíritus transparentes y ansiosos de conocimiento.

Desde su Pentagrama (1973) y su Dolmen (1988), pasando por su Camposanto (1987), y su montaje conceptual con ramas, hay siempre una preocupación por los materiales pobres y una relación con la naturaleza que le abren a ritos y costumbres ancestrales que él descubrió en su estancia en Berlín (1983) becado por la Diputación de Gipuzkoa.

En diez grandes telas (2000) Bravo describe y anota su particular discurso sobre el arte y la naturaleza, sirviéndose de signos, letras y anotaciones de carácter críptico y que poseen relaciones paradigmáticas con obras de Kandinsky y de Hernández Pijuán, conceptual catalán.

Los últimos años (2018), el artista viene trabajando sobre diversos aspectos celestes, Haiku. Humo blanco, Recinto cantábrico o Tormenta, en los que incorpora telas, plásticos, papeles, tejidos y óleo reducidos a sus mínimos significantes, y en los que logra grandes espacios de austeridad y resilencia. Hay como un despojamiento de todo y como una invocación a los espíritus celestes y a las fuerzas demiúrgicas de la naturaleza.

En esta misma línea se mueven sus objetos Escalera, Escalera inversa y Axis mundi (2018) en las que ramas, plumas y cintas de colores se convierten en símbolos ascensionales presentes en las culturas primitivas de todos los pueblos. Persistencia en sus principios y coherencia en toda su obra.