Dicen que durante la tarde-noche de este martes en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia se pudo escuchar el repique de unos latidos. El suceso coincidió con el final del concierto que la Euskadiko Orkestra ofreció muy cerca de allí, a pocas calles de distancia, en el auditorio de la Filarmónica de la capital polaca. Se trató de la puesta de gala del conjunto, el primero de los cuatro conciertos que ofrecerá hasta este viernes en el país que vio nacer a compositores como Frédéric Chopin, de madre polaca y padre francés. Este mismo pianista falleció en París en 1849, pero no quiso que sus restos descansasen en un solo lugar. Es por ello que, en un intento de cumplir con su matria y su patria, estipuló que su corazón fuese enviado a la Varsovia que lo alumbró. Allí se guarda, en el interior de una columna de la citada iglesia de la Santa Cruz, en el primer alto que hicieron los músicos de la sinfónica al llegar a la ciudad el pasado lunes al mediodía. El violinista polaco Antoni Kosc fue la cabeza visible de una procesión -y, probablemente, una consagración y una bendición- involuntaria que llevó a varios de los instrumentistas hasta el corazón de Varsovia y del país que, en este caso, tiñe la metáfora de literalidad.

Latió el corazón de Chopin en la ciudad como lo hicieron los corazones de los 1.072 espectadores -entre ellos, la consejera de Sanidad del Gobierno Vasco, Gotzone Sagardui, y el consejero delegado de Viralgen y Tambor de Oro, Javier García- que abarrotaron anoche la Filharmonia Narodowa, en una sesión en la que la Euskadiko Orkestra, vestida de clásico negro, colgó el cartel del No hay entradas, dentro de su primera participación en el Festival de Semana Santa Beethoven, fundado por Krzystof Penderecki y uno de los más prestigiosos de Polonia.

Uno de los que consiguió que todos los corazones bombeasen al mismo ritmo fue, sin duda, Anthony Lafarague. Con su solo de caja de tambor abrió solemne el Boléro, de Maurice Ravel. Porque en la ciudad de Chopin no hubo Chopin, a pesar de que el propio batuta del concierto, Robert Treviño, en un encuentro con la prensa previo al concierto, no pudo evitar nombrar al autor de El Vals del minuto. Quién podría olvidarse de él, tratándose de uno de los principales emblemas, no solo de Polonia, sino de la música del siglo XIX. No hubo Chopin, tampoco hubo Beethoven, ni siquiera Penderecki, fallecido hace tres años, aunque su recuerdo, de alguna manera, también flotó en el ambiente. Treviño, desde el podium agradeció la invitación a Elzbieta Penderecka, viuda del compositor y actual gestora del festival, que, visiblemente emocionada, asistió al concierto desde la balconada del primer piso.

Lo que sí hubo fue tesón, altura y vítores que, acompañados de la algazara del respetable, respondieron a un repertorio ejecutado con más que solvencia. Los músicos de la Euskadiko Orkestra llevaron a cabo con precisión un programa que les representa con acierto, una buena carta de presentación para seguir escalando entre las formaciones de talla internacional. A la percusión de Lafarague, constante durante toda la pieza, se le fueron sumando el resto de instrumentos. Desde la flauta travesera hasta los pizzicatos de las cuerdas. Capa a capa, sección a sección, el Boléro fue in crescendo hasta el consabido final explosivo con timbales y gong incluido. La primera parte del programa, iniciada con Pavane pour une infante défunte y terminada con el Boléro, ambas del músico de Iparralde, concluyó con un sonoro y entusiasta aplauso que se prolongó durante cinco minutos; algo que volvió a repetirse con cada pieza que con tino culminó la orquesta.

La sutileza de Ravel sirvió de aperitivo al plató principal de este menú, la Quinta Sinfonía de Mahler, que requirió del especial talento del joven Bernabé García Morente. El solo de este trompetista sirvió de arranque de una composición realmente “exigente” y “muy dinámica”, que durante más de una hora exprimió las energías, la destreza y la capacidad de todos y cada uno de los miembros de la Euskadiko Orkestra. No en vano, tal y como recordó Treviño, que es experto en este autor bohemio que durante los últimos años ha introducido profusamente entre las filas del conjunto vasco, esta partitura alcanza todos los rangos de notas posibles, además de exigir de un gran número de instrumentistas sobre la tarima. En concreto, son 98 los músicos que giran por Polonia con este repertorio que hizo las delicias de unos asistentes vestidos para la ocasión y que, en contra de lo que hoy en día se ve en los conciertos, renunciaron a verlo desde la óptica de un móvil. La Quinta hizo que un público, ya absolutamente entregado, ofreciese un nuevo ritmo al corazón musical de la jornada, el de las sonrisas de satisfacción y los bravos de un respetable en píe que pedía más y más con sus palmadas. Treviño, dirigiéndose al patio de butacas y antes de ofrecer dos propinas, destacó la importancia de la “colaboración” y del intercambio entre culturas en una Europa cada vez más oscura. El comentario suscitó la complicidad de los allí presentes.

Haciendo gala de lo dicho, la Euskadiko Orkestra llevó hasta las frías tierras polacas el calor de las Diez melodías vascas, de Jesús Guridi. Concretamente, la sexta, Amorosa, causando asombro y curiosidad en una audiencia que se interesó por ella. Para poner el broche a una jornada que, según reconocieron los organizadores del Festival Beethoven, había sido largamente ansiada, la sinfónica regaló a los asistentes la interpretación del intermedio de La boda de Luis Alonso, del sevillano Gerónimo Giménez, una alegre y divertida partitura de aire castellano con pandereta y castañuelas, una suerte de patio de juegos para la sección de percusión -con intercambio de instrumentos incluido- que a todos los allí presentes alegró el corazón.

La gira, hasta el viernes

Las enormes dimensiones del trailer refrigerado que ha viajado hasta Polonia portando los instrumentos de la Euskadiko Orkestra es proporcional a la magnitud de la Quinta Sinfonía de Mahler. Una vez hubo terminado el concierto en Varsovia, los instrumentos salieron rumbo a Worclaw. Los músicos viajarán hoy hasta esta ciudad con la que Donostia compartió Capitalidad Europea en 2016 y que cuenta con un auditorio parejo al del Kursaal, de 1.800 localidades. El jueves será el turno de Cracovia. No obstante, los músicos del conjunto arden en deseos de que llegue el viernes para actuar en la imponente sala de conciertos de la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional Polaca, en Katowice, un espacio que no deja a nadie indiferente.