Alef o aleph es la primera letra del alfabeto persa y, por supuesto, remite al famoso relato de José Luis Borges. La artista Kimia Kamvari (Colonia, 1986) considera que dicho concepto, que es capaz de aglutinar “todo”, es el que mejor resume la propuesta expositiva que ha presentado este viernes en San Telmo. Alef, que es como ha titulado la instalación situada en la sala Laboratorio del centro, es un ejercicio en el que ha mezclado fotografía y dibujo para hablar de la oscuridad, la sombra y el caos como impulsores de dualidades como la noche y el día o la vida y la muerte. En ese planteamiento dicotómico se ha sumergido Kamvari al proponer un réquiem sobre la tierra herida y sedienta a causa de la actividad del hombre y al tiempo que defiende una contraparte metafórica encarnada en la figura del sauce llorón, un árbol penitente, un ser que siempre aparenta estar de "luto".

Alef es la tercera exposición que surge del programa Artea abian, que el museo donostiarra desarrolla junto a Kutxa Fundazioa y que tiene como objetivo fomentar la creación contemporánea a través del impulso a artistas con una carrera en fase de desarrollo. De esta manera, Kamvari, licenciada en Pintura por la Universidad de Arte y Arquitectura de Teherán y máster en Investigación y Creación en Arte en la UPV/EHU, ha tomado el relevo de Nagore Amenabarro y Oier Iruretagoiena, dos artistas que gracias a este programa pudieron llevar a cabo una primera exposición individual en un espacio institucional o museístico.

La muestra se abre con una selección de 73 fotografías en blanco y negro que recogen otras tantas dolinas retratas en la meseta iraní. Gorka Estrada

Artea abian nos ha permitido trabajar en mejores condiciones”, ha confesado la artista en la rueda de prensa que ha tenido lugar este viernes en el museo. La muestra se abre con una selección de 73 fotografías en blanco y negro que recogen otras tantas dolinas –socavones– que Kamvari capturó en la meseta iraní. Comenzó a plasmar estos paisajes en 2019, gracias a una beca del Gobierno Vasco, y lo hizo de una manera particular, con una cámara estenopeica, un tipo de máquina que fotografía en gran formato y que no utiliza espejo. Es como una cámara oscura en la que se introduce un negativo con material fotosensible que reacciona con la luz que le entra por una pequeña abertura. Por su parte, convirtieron el jeep que utilizaban para desplazarse por la meseta iraní en una sala de revelado. Esto, sumado al hecho de que buscaban los socavones provocados por la sequedad de la tierra a ciegas –no conocían su paradero–, otorgó cierta complejidad al trabajo de campo. La manera de fotografiar las dolinas, cavidades oscuras, mediante un sistema que se basa en eso mismo, en un orificio que captura la luz mediante la oscuridad, es la manera con la de Kamvari ha decidido unir contenido y continente. Cada fotografía incluye las coordenadas geográficas del socavón correspondiente y su posición con respecto al norte se marca mediante el color dorado en una de las cuatro caras del marco de la imagen.

La segunda parte de la instalación se enfoca en la figura del sauce llorón, como elemento que surge de la tierra. En esta ocasión Kamvari, mantiene el hilo conductor de la oscuridad y se decanta por la pintura a carboncillo. Al igual que la relación entre la cámara y el socavón, en esta ocasión la relación se establece mediante el material orgánico. No en vano, la madera extraída del sauce es una de las utilizadas para crear la pintura de carboncillo. Además de una quincena de representaciones pictóricas de este árbol, la artista ha depositado 80 kilos de carboncillo en polvo de madera de sauce en el suelo de la sala.

Kamvari ha dibujado el sauce que se encuentra en la Universidad Tecnológica de Sharif en Teherán con el único lápiz que pertenece a la colección de San Telmo. Gorka Estrada

El lápiz de San Telmo

Alef es también la primera letra de la palabra Azadi, que forma parte del lema Zan, Zendegi, Azadi, proclama que se traduce como Mujer, Vida y Libertad, que en las últimas semanas se ha enarbolado en las protestas de las últimas semanas en Irán, a consecuencia de la muerte de Mahsa Amini, una mujer de origen kurdo detenida en septiembre de este año y torturada hasta la muerte por no llevar correctamente puesto el hiyab.

Kamvari ha dibujado el sauce que se encuentra en la Universidad Tecnológica de Sharif en Teherán –donde se iniciaron las protestas– y para hacerlo ha usado, no un carboncillo cualquiera, sino el único lápiz que pertenece a la colección permanente del Museo San Telmo, un lapicero gastado de carpintero de apenas tres centímetros que fue donado a la institución en la década de los 90 como parte del contenido de un caserío de Beasain. El azar ha hecho que a la hora de fijar el dibujo en el papel con polvo de hueso el color negro propio de este carboncillo se haya vuelto lila, muy apropiado para estas reivindicaciones. “No puede ser cosa de la reacción química, tiene que ser cosa del lápiz”, ha asegurado.