La vida del pintor, escritor, poeta y hasta creador sonoro Amable Arias no fue nada sencilla. Con 9 años un vagón le aplastó contra un muro dejándole una cojera que le acompañaría el resto de su vida y a los 14 dejó junto a su madre su pueblo natal, Bembibre (León), para huir de su padre, un maltratador, y afincarse en Donostia, donde viviría hasta su prematura muerte en 1984 con 56 años. Entre medias, Arias, que no fue escolarizado ni tuvo formación artística, descubrió la pintura y se convirtió en uno de los fundadores del Grupo Gaur junto a, entre otros, José Antonio Sistiaga, Eduardo Chillida, Néstor Basterretxea y Jorge Oteiza. No obstante, su obra nunca tuvo el mismo respaldo institucional que la del resto de sus compañeros, lo que le llevó a pasar más de una penuria económica.

Casi cuatro décadas después de su muerte, Maru Rizo, la que fuese musa y pareja sentimental del artista durante sus catorce últimos años de vida, trata de conservar y divulgar su legado desde su estudio en el barrio donostiarra de Egia. Es allí, donde la semana pasada materializó la donación de varias acuarelas y dibujos de la época del artista como trabajador en el Teatro Principal al Museo San Telmo, donde recibe a NOTICIAS DE GIPUZKOA para charlar sobre la vida y el legado del considerado como pintor maldito de una generación que cambió el arte vasco.

Desde la muerte de Amable Arias se ha convertido en la salvaguarda de su obra.

-Sí, nos dedicamos a su divulgación. Cuando un artista muere y deja obra, esa obra va a parar muchas veces a la familia y esta no siempre se ha metido en ese mundo y no entiende de arte. Mi caso, en cambio, ha sido un poco especial. A mí nunca me atrajo tener niños, ni tan siquiera me casé con Amable. Soy poco de obligaciones y basta que una cosa sea de obligación para que no me guste. Le conocí en el 70, cuando yo tenía unos 24 o 25 años, y casi de inmediato empezamos a estar mucho tiempo juntos. Era la persona con la que más a gusto estaba. Al final, estuvimos catorce años juntos.

Por lo tanto, conoció primero al Amable Arias persona y luego al artista.

-Exactamente. La persona y lo que esa persona hacía, lo que le importaba en la vida, qué concepto tenía del arte... A mí el arte siempre me había gustado mucho, no solo la pintura, también el cine. Era de las asiduas del festival. Una de las primeras cosas que hicimos juntos Amable y yo fue, de hecho, ir a ver películas allí. Ambos compartíamos las mismas inquietudes culturales, aunque él bajo un punto de vista de autor y yo más cómplice. Siento que he sido una compañera de artista especial. Le incitaba a que hiciera todas las cosas que le pudieran parecer experimentales, que hiciera lo más atrevido y más raro que pasara por su cabeza. Me solía decir: "Si ves alguna vez algo que piensas que no vale para ser pintado, eso es lo que me interesa". Yo le fui trayendo objetos que se han convertido en sus obras más espléndidas como un libro de mil hojas de papel de arroz que iban a tirar del banco y que dibujó por completo o un rollo de 95 metros de papel semibrillante que le entusiasmó.

Le llevaba ese material directamente a su estudio, ¿no?

-Él tenía el estudio en la Parte Vieja. Este -el de Egia- no lo llegó a conocer. Lo he ido comprando yo a base de créditos y de mi jubilación. Él nunca pudo comprarse uno. Cuando le conocí trabajaba en el de la Parte Vieja que era pequeñito pequeñito, aunque de allí también salieron algunos cuadros grandes. Estaba encima de la sociedad gastronómica Aizepe, en una de las casas más antiguas de Donostia, que incluso resistió a la quema del 31 de agosto.

¿Fue su primer estudio?

-No, lo alquiló en el 69, un año antes de conocernos. Antes había estado en otro de la plaza Zaragoza, que se lo había dejado Leandro Martín Santos, hermano del escritor Luis Martín Santos, por muy poco precio. Conmigo solo tuvo el de la Parte Vieja.

Se conocieron en Donostia, pero él vino aquí con catorce años de Bembibre, después de un accidente de tren que le obligaría a llevar muletas de por vida.

-Aquí vivió siempre en la misma casa de la calle Ategorrieta. Al padre felizmente lo echaron porque era muy malo. Parecía un personaje de Dostoievski. Se quedó con su madre y poco a poco fue mejorando de su accidente y saliendo solo. Su madre se preocupó más por su salud que por darle una educación. Aún así, las primeras pinturas que hizo ya eran muy buenas. Lo único que estudió fue acuarela con Ascensio Martiarena. De esa época conservo algunos trabajos en los que se puede leer su letra calificándolos con "bien" o "muy bonito este azul". Amable se tomó el aprendizaje siempre muy en serio. No fue hasta cuando comenzó a trabajar en el Teatro Principal cuando no se dio cuenta de que en realidad no sabía nada. No tenía ortografía y se inventaba modismos y abreviaturas que solo decía él. Lo más difícil con su legado ha sido transcribir todo lo que había dejado escrito porque casi no se entiende.

¿Y cómo pasó de trabajar en el teatro a la conversación con José Antonio Sistiaga para fundar el Grupo Gaur?

-Él mismo sentía una ansia feroz por saber, así que se le ocurrió ir a la biblioteca municipal toda las mañanas antes de entrar en el teatro. Allí no sabía qué pedir para estudiar, así que le dijo al de información que le diese los libros en los que se viese el aspecto físico del escritor. Según la expresión de su cara, pensaba qué le podía interesar o no. Así es como fue haciéndose un intelectual y conoció al resto de miembros del grupo Gaur.

Varios de ellos le apoyaron cuando una de sus primeras exposiciones en los bajos del Ayuntamiento causó un gran revuelo en 1963.

-El alcalde (Nicolás Lasarte) le llegó a decir que mientras él estuviera ahí nadie iba a volver a hacer una cosa así. Con el tiempo, Amable contaba que la censura le cortó una de sus arterias. Yo, por otro lado, aunque no lo justifico, entiendo la reacción en aquel tiempo. Amable se saltaba las cosas que la gente hacía y no ficcionaba como los demás. Como te he dicho, era muy inculto, pero era enormemente inteligente. Con esa mezcla solo te puede dar una persona muy especial.

Tengo entendido que incluso llegaron a quemar parte de un cuadro en el que salía una mujer desnuda.

-¡Es que era muy rompedor! Ten en cuenta que en aquellos tiempos no había desnudos ni nada. Es un cuadro muy grande que todavía conservo. Era una chica francesa y Amable lo cuenta en el libro Sherezades, en el que habla de las mujeres de su vida. Es un libro muy interesante para conocerle, lo que pasa es que ha desaparecido. Hace dos años que vimos que se vendía uno en Alemania y a los pocos días ya no estaba disponible. Yo conservo tres o cuatro ejemplares, pero los demás tienen que buscarse la vida para tenerlo.

¿Busca obras suyas que puedan estar perdidas?

-Me llegan, no las busco. De vez en cuando me escriben para decirme algo. Yo más que una musa me he sentido una cómplice de su trabajo. He cogido muchísimas cistitis de posar desnuda para él, así que me conozco casi toda su obra. Siempre que alguien dice que tiene algo de Amable pido que me manden una fotografía. Tengo catalogada toda su obra, hasta los dibujos más pequeños, y puedo saber si es suyo o no.

¿Cuánto material suyo puede haber reunido?

-Numero hasta el más mínimo dibujito, así que no se puede saber. Le doy a todo una numeración más de hecho que de obra. Hasta ahora nadie me ha dicho que tiene un Amable que no lo es. Sus obras no se parecen a ningunas otras, así que es fácil conocerle. Lo último que me ha pasado es que en París, entre el legado del que fuera amante de Yves Saint Laurent, Pierre Bergé, habían subastado una obra de Amable. He querido seguir la pista, pero no te dicen nada. A lo mejor algún día a través de un museo lo podemos ver.

¿Las instituciones públicas se han interesado en algún momento en ayudarla en esta labor?

-Yo no tengo ninguna subvención. Otros las tienen a porrillo. Amable siempre fue muy marginado por las instituciones públicas, mucho más que los demás del Grupo Gaur. A ellos les compraba el Ayuntamiento, la Kutxa o quien fuera y eso le amargaba. Hasta que no estuvo conmigo y compartimos gastos, económicamente estuvo muy mal. Amable era muy duro con el poder y no le he visto nunca hacerle la pelota a nadie, pero lo dolía que a los demás les comprasen y a él no. Yo siempre le decía que lo que él tenía que pensar era que era un artista y que eso no le tenía que preocupar. Teníamos para vivir aceptablemente, pues listo. Lo importante es que hiciera su obra. Pero no le convencía del todo (risas).

¿Cómo mantiene económicamente toda la labor de conservación y divulgación que realiza?

-Estoy jubilada, por lo que tengo una pensión. No soy gastadora y me visto de segunda mano desde hace años. Soy una persona muy de izquierdas, por lo que a mí me importan otras cosas. Las dificultades de la gente me son muy cercanas. Yo no estoy de acuerdo en todo con nadie, pero si estoy en el 80 o 90% es normal que le vote.

¿Cree que Amable Arias, tal y como se le ha catalogado, fue un pintor maldito?

-Sí, lo era. Pero visto desde hoy tiene un lado positivo y es que hizo una obra que no está mediatizada por las ventas. Él pudo hacer lo que querían su cerebro y sus manos y, ahora que el mundo ha cambiado, se le entiende mucho más. Todos los artistas que tuvieron más fama que Amable están atascados en el sentido de poder dar a conocer su obra y, en cambio, yo ahora mismo tengo seis proposiciones de exposiciones. Hay un interés grande por él.