- Arquitecto, diseñador, pintor, y también escritor. El barcelonés Óscar Tusquets visitó Donostia este pasado viernes, para participar en la Bienal de Arquitectura de Euskadi. Además, ha publicado este año su último libro, Vivir no es tan divertido, y envejecer un coñazo, un pasaje "optimista", según su autor, sobre envejecer y la muerte. NOTICIAS DE GIPUZKOA habla con este artista sobre las ciudades modernas, la pandemia y la necesidad de aceptar que en la vida, los accidentes existen.

Vuelve a Donostia. ¿Qué le parece la ciudad?

-He estado varias veces. Donostia es una ciudad muy bonita, esto no tiene discusión; no soy nada original. Vine de pequeño a jugar un torneo de tenis, así que imagínate, con un grupo de tenistas del Tenis Barcelona. Veníamos a un torneo que había de juveniles. También he sido amigo del arquitecto Luis Peña Ganchegui y he estado aquí con él. Sí, he estado varias veces. Soy muy mayor (ríe).

¿Está enterado de la polémica del edificio del teatro Bellas Artes en Donostia? ¿Qué opinión le merece?

-No me gusta opinar de una cosa de la que no tengo criterio, la verdad. Preferiría no comprometerme.

En un sentido más amplio, ¿Debería tenerse más en cuenta y mantener el valor histórico de la arquitectura contemporánea?

-Hasta hace poco, un edificio de menos de 100 años, prácticamente no tenía protección. Yo creo que esto ha evolucionado bastante positivamente. De tanto en tanto, hay un escándalo; en cada caso, hay que analizarlo muy bien. Además, no sé si reutilizar un edificio significa destrozarlo. A lo mejor, reutilizarlo bien tiene su sentido y su función primigenia la ha perdido. Es un tema muy delicado. Ahora, evidentemente, la antigüedad no es una garantía; eso por descontado. Un edificio de 50 años puede ser absolutamente digno de respetarse. Y le diré más: un buen edificio tiene que permitir otros usos. La arquitectura tiene que ser algo más perdurable y poder readaptarse a los nuevos usos.

¿Están las ciudades de hoy en día diseñadas para sus habitantes o son las personas las que se acaban adaptando a las ciudades?

-Ambas cosas. Yo creo que las ciudades tienen una personalidad que afecta a las personas, pero que, evidentemente, la evolución de las personas afecta a las ciudades. Hay un diálogo entre las dos cosas.

Viene a la Bienal de Arquitectura de Euskadi para hablar de arquitectura y modernidad...

-En realidad, me voy a centrar en un caso muy concreto, que son 30 años de mi trabajo en el Palau de la Música de Barcelona, que es un edificio de 1906, en el cual he hecho de todo: restauración, rehabilitación, ampliación... Y abarca bastante lo que se puede hacer con un edificio antiguo, si su arquitectura te gusta. Creo que un error, a veces, es que los arquitectos trabajan en edificios que no les gustan; y esto me parece bastante grave.

¿Nos ha demostrado la pandemia que la gente no había reparado en exceso en la importancia de sus hogares en el propio bienestar?

-Esto es verdad. He dicho y prácticamente he hecho un libro diciendo, no saldremos solamente más pobres, sino más tontos. Porque he oído muchas tonterías. Esto replanteará todo el urbanismo, replanteará toda la arquitectura. Y no, la buena arquitectura, no. Sí que es verdad que la gente, de pronto, ha visto que vivía en una casa que tenía abandonada y que, a lo mejor, tendría que cambiar el sofá o la tenía que pintar o tenía que cambiar de casa. Lo demuestra, en estos momentos, la cantidad de gente dedicada a rehabilitación de viviendas, que no da abasto, de la cantidad de encargos que tienen. Eso es verdad; la gente ha valorado su casa.

En su último libro, habla precisamente, entre otras cosas, de esta pandemia del coronavirus y critica algunas medidas tomadas por los gobiernos. ¿Ha faltado humildad y transparencia en la gestión?

-Yo digo que mis mejores profesores, a ciertas preguntas, decían ¿sabéis qué? No lo sé. En cambio, los malos, lo sabían todo. Esto nos ha cogido a contratiempo a todos en el mundo, a todos. Y creo que no hubiera estado nada mal que algún político hubiera dicho pues no lo sé. Es algo nuevo y tengo que esperar un poco para tener criterio. Se han dado muchos palos de ciego, que es un término en la lengua castellana que casi no tiene traducción, pero que a mí me parece maravilloso. No me refiero a un político concreto español, hablo del mundo.

¿Ha perdido el ser humano su capacidad crítica? ¿Sabemos distinguir lo real de lo manipulado, incluso de las 'fake news'?

-Lo que sí creo que ha pasado es que, con la caída de las religiones, no se ha aceptado que en la vida hay accidentes; todo tiene que ser culpa de alguien, de un organismo. Si una pareja de norteamericanos hacen camping en un parque nacional y cae un relámpago y los mata, es por culpa de que el Estado los ha dejado acampar habiendo riesgo de tormenta. El accidente existe y muchas veces no es culpa de nadie. Creo que es mucha culpa de la cultura yanki, de las compañías de seguros; como arquitecto, esas cosas las he sufrido y las sufro. Y, por muchas garantías que te tomes, un día puede haber un terremoto. Esas cosas pasan, hay accidentes en la vida.

Otros de los temas que dirime en esta obra es el de envejecer y llegar al final de la vida. ¿Por qué da tanto pánico hablar de la muerte?

-Tengo 80 años y nunca me ha deprimido hablar de la muerte, nunca; me ha gustado hablar de la muerte. En el libro, vamos por la tercera edición. El miércoles me llegaron los ejemplares de la tercera edición, o sea que no creas que ha sido santo oportuno. Al menos, ha habido varios miles de personas que han aceptado leer sobre esto y sin un mensaje pesimista. Creo que es un libro optimista, la verdad. Saber morir bien es, en estos momentos, el proyecto más serio que tengo en mi vida. Morir con dignidad y sin dar la lata a mis seres queridos.

¿Es ese miedo a la muerte el que, en parte, ha bloqueado el debate ante la eutanasia, los meses previos a la aprobación de la ley?

-Yo casi nunca emito opiniones sobre el colectivo. Pero he hecho testamento vital y he defendido todas las iniciativas en favor de la eutanasia, totalmente. He tenido que sacrificar a algunos de mis perros porque estaban sufriendo de una manera terrible y considero que es una crueldad sinsentido hacer sufrir a una persona que no tiene esperanza. En eso, soy muy radical. No sé lo que pasará conmigo, pero he hecho todo lo posible para que, en el momento en que no tenga más esperanzas de continuar pasándolo bien, pueda acabar. Mientras me encuentre así y pueda seguir trabajando y hablando con usted y yendo a Donostia a dar una conferencia, pues fantástico.

¿Qué es lo que Óscar Tusquets valora y ama de la vida?

-Mi libro acababa con la vida y muerte de Juan Belmonte; me parecía que era un caso paradigmático de un grandísimo torero, que hubo un momento que pensó no quiero acabar en una UVI, con todo tubos y se suicidó en pleno dominio de sus facultades mentales. Mi editora, Silvia Sesé, que es la directora de Anagrama, me dijo Óscar, no puedes acabar con un mensaje tan triste. ¿Por qué no explicas por qué vale la pena vivir aún? Entonces, hice un post scriptum, en el que dije que navegar a vela es de las cosas que me gusta más en la vida. El mar, navegar a vela, sentir la fuerza del viento en las olas. Y también tomar un buen vino, y tomar un Joselito, y escuchar una música emocionante. Son las cosas por las que vale la pena continuar viviendo. Hice bien en hacer caso a mi editora, porque a todo el mundo le gustó este final.