Vuelve a Donostia con nuevo disco tras siete años y con una pandemia entre medias.

-Es volver a hacer planes en un contexto en el que se nos había arrebatado esa posibilidad. Todo lo que ha ocurrido en este tiempo me ha llevado a agarrar la guitarra y a tocar canciones como terapia. Eso ha dado lugar a un disco que tenemos muchas ganas de poder presentar en teatros.

De no haberse producido el confinamiento, ¿este disco habría salido a la luz?

-Habría sido diferente. Y eso que no es un disco que hable explícitamente de la pandemia, aunque sobrevuela en él. Se ve claramente en la necesidad de levantar la mirada o en la propia formulación del título en futuro, Seremos. No me veía capaz de escribir canciones que hablasen del aplauso en los balcones, de los sanitarios jugándose el tipo o de ese miedo tan atroz por coger la enfermedad, pero sí quería contar esas historias que se habían quedado congeladas. Esto me ha servido para deconstruirme y para revisar mis propias contradicciones. Intentar entender lo que soy rehuyendo de la nostalgia.

¿Estamos en un momento en el que no van a parar de salir trabajos reflexivos como consecuencia de lo que vivimos el pasado año?

-Con el paso del tiempo, cuando se revise la obra artística de este momento, veremos que, de alguna manera, estamos sobrepasados por un trauma del que no somos del todo conscientes. A pesar de que parece que se impone el olvido y tratamos de dejar atrás cuanto antes todo esto, hay una huella que ha quedado en nosotros. No en vano, muchos jóvenes están diagnosticados con ansiedad o depresión. La OMS nos avisa de que hay que estar atentos a la salud mental como consecuencia de lo que nos ha tocado vivir. Y eso se va a ver en nuestras canciones, en nuestras inquietudes y en nuestra necesidad de establecer vínculos. Hasta en la necesidad de escapar. Al mismo tiempo que hay un fenómeno en la música que nos invita a la reflexión, hay otro que nos invita a evadirnos y no pensar en ello.

Ha mencionado su afán por deconstruirse y arranca el disco con la frase 'No soy el cantautor que vino a ordenarte la vida'.

-La mejor forma de reivindicarse a uno mismo es no tomarse muy en serio. Es algo que te lo da la edad y que está en el disco. Hay una canción que se llama Cállate y baila en la que una chica le dice al cantautor que se calle de una vez y otra, Derramando nuestros sueños, en la que la misma chica le dice Sois cursis hasta en las dedicatorias. He tratado de revelarme contra ese cliché y entender que el cantautor es al final un ser asustado y lleno de contradicciones.

Imagino que no será nada fácil cambiar la imagen del cantautor que todos tenemos ya asociada.

-Los prejuicios son muy difíciles de cambiar y por ello el planeta va como va. Es algo que nos quita capacidad de aprendizaje y de sorprendernos. En cualquier caso, yo deconstruyo la imagen de cantautor pero también reivindico un espacio para la tristeza. Es una forma de redimirme. El cantautor no tiene por qué estar siempre triste, no tiene por qué tomarse todo en serio, pero, ojo, sí que tiene que conectar con la realidad.

Al hilo de ello, también ha tratado de no romantizar el odio tras una ruptura, lo que muchas veces se convierte en una canción de amor.

-O se convierte en algo tóxico. Hay canciones de amor que suenan a chantaje sentimental. El músico tiene un problema con la renuncia y la pérdida y, por ello, construye muchas canciones bajo la idea de no perder. Pero el desamor nos saca lo mejor de nosotros y también lo peor. Nos miserabiliza y de esa miseria muchas veces surgen canciones, por lo que no está de más ser consciente de eso y entender que es saludable aprender a soltar y despedirse.

También dedica dos canciones del disco a las mujeres.

-Soy una persona muy obsesionada con el relato y me he dado cuenta que uno no está ni tiene por qué estar en el centro del relato. Creo que el relato de las generaciones más jóvenes lo están escribiendo las mujeres. Y, en ese sentido, Cuando llegaron ellas habla de su futuro, que es el de mi hija. Por otro lado, una de las cosas que puso en evidencia la pandemia fueron los déficits del sistema como el tema de los cuidados. Quienes se hace cargo de ellos son ellas por lo que cuando escribí La primera que despierta no quería romantizar el sacrificio, sino señalar la deuda que tenemos con ellas y lo mal repartido que está ese trabajo.

Hablando de relatos, en 'Fahrenheit 451' hace mención a la posverdad y a cómo las redes los han cambiado todo.

-Cómo se encapsula el mensaje, cómo se llega a la mentira, cómo las dinámicas de las redes sociales pasan a las conversaciones reales, la cultura del zasca... es algo que me preocupa. Las lógicas de las redes, de alguna manera, impulsan este tipo de conductas en las que la verdad es algo accesorio. Esto nos lleva a que nos rodeemos de gente que dice lo que queremos oir generando comunidades cada vez más cerradas en contra de lo que nos venía a decir la utopía soñada de Internet.

En cuanto a sonoridad, acompaña este tema con una cumbia. ¿Por qué?

-Es algo que ya hice en el disco anterior, La llamada, porque me gusta mucho elegir ritmos tradicionales y populares para hacer canciones con componente de denuncia. Ese contraste me divierte como reto. La llamada tenía una base rítmica de regetón y Rebelión en Hamelin un son tradicional cubano. Ahora me apetecía una cumbia. Son ritmos propios de la radiofórmula a los que les doy un contenido diferente. Se trata de contradecir el tópico del cantautor que coge la guitarrita para hacer la canción protesta.

¿Ello puede deberse también a que cada vez hay menos diferenciación entre músicos y estilos?

-Creo que sí. Reivindicar el cánon también me parece bonito, porque es algo que practico, pero es cierto que los límites son difusos y el mestizaje está a la orden del día.

Y, en ese contexto, ¿cómo ve la llegada de nuevos estilos que son ya el pan de cada día como el trap?

-Creo que, como en todos los géneros, habrá todo tipo de ofertas. Habrá cosas interesantes y cosas que no lo son. Dentro del trap, hay una cultura que invita a la evasión que en un contexto pandémico como este produce una experiencia diferente que la del cantautor. Hay un cierto tipo de música que te invita a entender el mundo en el que vives y otro que te invita a escapar de ese mundo, y me parece que las dos propuestas son válidas y necesarias. Todos tenemos momentos en los que necesitamos reflexionar y otros en los que necesitamos escapar.