Dirección y guion: Fernando León de Aranoa. Intérpretes: Javier Bardem, Manolo Solo, Almudena Amor, Óscar de la Fuente y Sonia Almarcha. País: España. 2021. Duración: 120 minutos.

l parecer la recomendación de no echar queso parmesano en un plato de pescado carece de base científica. Y si se apura, tal vez ni siquiera posea una coartada histórica. Todo lo más, por encontrar razones al dicho, se sugiere que en el pasado, la presencia de un queso fuerte en pescados de dudosa frescura, disimulaba sus condiciones a cambio de garantizar digestiones atormentadas.

Siempre es posible forzar cualquier maridaje culinario, pero la prudencia aconseja huir de esos peligrosos artificios promovidos para engañar. Esa misma prudencia necesitan Aranoa y Bardem. Ambos se comportan como el pescado y el parmesano, una explosiva combinación que termina por indigestar y/o que arruina y malogra las virtudes que acompaña(ro)n a cada uno de ellos. Su última película juntos ofrece un buen ejemplo de los riesgos fatales de esa amistad letal. Es decir, "El buen patrón" aporta la posibilidad de intoxicarse con Bardem y de atragantarse con Aranoa. Ahora bien, esto depende de estómagos. Si el suyo es de hierro, hasta podrá creer que ha disfrutado de una buena película.

Sin embargo, no lo es. Entre otras cosas porque en la mezcla entre el director y el actor, sobra autocomplacencia y falta humor, por más que ambos crean que está haciendo gracia. El veredicto del jurado del último Zinemaldia, arrebatado de reivindicaciones feministas, no cometió ningún error por dejar fuera del palmarés la interpretación de Bardem. Eso sí lo vieron con lucidez. Entre otras cosas porque el personaje de Bardem rezuma machismo de puticlub de polígono y misoginia de cama de carretera.

Aranoa, arrastrado por el magnetismo de Bardem, convierte a su patrón canalla, en la caricatura de un empresario voraz. Al final de todo, ese depredador sexual alimentado por un sentimiento cínico cuya esencia supura mala baba, se redime a través de un guion de sólida carpintería crítica carente de pólvora. En el guión de Aranoa, sus metáforas confunden ingenio con mordacidad. Ajustar una balanza con la calza de una bala para restituir el equilibrio, encierra una feliz alegoría, pero se ve desactivada porque el tono interior del relato se desequilibra.

No deja de ser paradójico que en esta crónica del mundo laboral carpetovetónico, con cierto olor a naftalina, Aranoa abra su incursión con una homilía de púlpito y sal gorda. En ella, el papel reservado para Bardem, evidencia histrionismo y carece de precisión y sutileza.

El culto a Bardem se refuerza en cada segundo de las dos horas que dura la aventura de este patrón sin bridas ni riendas. Todo gira en torno a él, de tal manera que el guion parece haber perdido la partitura de los demás intérpretes. Bardem se convierte en el líder de una banda que no le puede dar réplica. Así que El buen patrón se emborracha de y con un Bardem que, en vez de desaparecer en los abismos de su personaje, nunca abandona la pantalla. Lo que Aranoa filma es a Bardem caricaturizado como un supuesto canalla al frente de un paisaje lleno de comparsas tan indignos como él, y ese es otro problema. Aranoa carece del bisturí de Azcona y está lejos de poder mover ese cine coral que consagró a Berlanga. Este baile de patéticas y tristes figuras en un país triste y patético, pierde su interés porque al final apenas dice nada.

Para contrarrestar las malas críticas que "El buen patrón" ha comenzado a cosechar, afirmaba Bardem que el odio al cine español comenzó con los Goya de la guerra. Pero dice mal. O se engaña o nos engaña. No hay odio al cine español, al contrario. Tan solo permanece la convicción de que una cosa fue el cine de Bardem, Fernán Gómez y Berlanga y otra cosa es la españolada, ese género ínfimo y perverso que sobraba antes y que sobra ahora. El buen patrón se mueve entre ambas. Parece cuestión de equilibrio, pero no lo es.