a escultora y grabadora Cristina Iglesias (Donostia, 1964), inauguró en junio, en la Casa del Faro de la isla de Santa Clara de Donostia, su última obra, Hondalea/Profundidad abisal, un proyecto regalado a su ciudad natal y gestado a lo largo de los últimos cinco años, con quince toneladas de bronce, cinco metros de profundidad y 20 metros cúbicos de agua, con un coste de cuatro millones y medio de euros.

Es ciertamente su obra más escultórica y tridimensional de cuantas conocemos, junto con sus piezas Celdas y corredores, pues su obra, a lo largo de su extenso recorrido, ha sido más bidimensional y simbólica, instalándose y apropiándose de espacios arquitectónicos previos a su propia obra. Hondalea resulta visual y acústicamente hermosa y mágica.

En esta, como en otras obras, véase las de la Fundación Kutxa, Museo Bellas Artes de Bilbao y en las numerosas Fuentes y estanques de agua de Toledo, Santander y Londres, parte siempre la autora de un dibujo previo que luego, con la ayuda de la industria y la tecnología, se instala y se acomoda a un espacio arquitectónico público, dando la sensación tridimensional escultórica. Esto no es ni bueno ni malo en sí, más teniendo en cuenta las coordenadas artísticas actuales, transgéneros, interdisciplinariedad y falta de límites; simplemente es una constatación de su lenguaje. En esta dirección y de manera rica y sugerente se mueven los grabados sobre cobre y papel expuestos en el Museo San Telmo, ricos en texturas, procedimientos y resultados.

Los aspectos medioambientales y ecológicos, de carácter simbólico y significativo, ciertamente enriquecen y aportan una mayor profundidad a su obra. En este paradigma resultan excelentes y visualmente sugerentes su entronque e implemento con la orografía de la costa cantábrica, así como la acústica y aportación del sonido del agua, y la luz perlina en la que se ha bañado la sala a través del alabastro, además del viaje preparatorio de acceso a la misma, y el lugar alejado/cercano a su ubicación en la isla de Santa Clara.

Su obra se instala por derecho propio, y con los atributos plenos de un nuevo Art Decó, entre dos grandes escultores del siglo XX, Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, y viene a enriquecer el Patrimonio Histórico Artístico del siglo XXI. Esperemos que los aspectos tecnológicos de la obra posean la sostenibilidad adecuada para gozo y regocijo de autóctonos y extranjeros.