na estudiada y exquisita muestra de Álvaro Matximbarrena (Donostia, 1958) vuelve a conectar a este autor con su ciudad, tras catorce años sin exponer en ella. Y lo hace en galería Altxerri con una cuidada selección de obra de carácter neosuprematista sobre madera, con una gama reducida de colores, ocres, grises, blancos y negros, y algunos rojos, que bordean, ciñen, o se mueven en la superficie del marco establecido, jugando con efectos ópticos de ruptura del mismo, hasta crear artefactos en tres dimensiones que rompen el espacio galerístico, enriqueciendo así el espacio visual del conjunto de su obra.

Álvaro siempre se ha movido en esa honda silenciosa minimalista, en LA que con muy pocos medios, formas y colores, y hasta con la desnudez y austeridad de los propios soportes sobre los que realiza su obra, logra una pintura sensible, inteligente, silente, audaz y mínima.

Malevich, Mondrian, y hasta el propio Amable Arias en alguna de sus obras, le sirven para hacer lecturas inteligentes de sus obras, y devolverlas replanteándolas con líneas tenues, o, muy marcadas, de juegos audaces planimétricos, de espacios que hacen fijar nuestros ojos, de una manera clara y contundente sobre ellos.

Su juego con formas elementales de líneas rectas, con pequeñas deformaciones o rupturas, o con juegos ópticos cercanos a las teorías gestálticas, suponen un tour de forcé tanto para el autor como para su pintura.

Su obra se mueve en una intersección de fuerzas que van del suprematismo, el constructivismo y el minimalismo, hasta lograr una depuración y síntesis de todos ellos, al mismo tiempo que juega con los bordes y límites de la pintura, el diseño y la arquitectura.

No es extraño, por tanto, que tras tantos años de experiencia límite en el campo de la pintura, su obra esté tan poco aceptada y reconocida en el campo de las colecciones públicas tanto del País Vasco como del Estado.