Dirección: Kelly Reichardt. Guion: Jonathan Raymond y Kelly Reichardt a partir de la novela de Jonathan Raymond. Intérpretes: John Magaro, Orion Lee, Toby Jones, Ewen Bremner, Scott Shepherd, Gary Farmer y Lily Gladstone. País: EEUU. 2019. Duración: 121 minutos.

¿Por qué First Cow despierta tanta pasión crítica? Probablemente porque invita a quien la observa a bucear sin límites con la promesa de que en su interior hallará miles de tesoros. Se diría que esa historia de un cocinero paniaguado y un fugitivo chino con corazón de búho apenas encierra algo. Puede que así sea, pero en esas aguas ligeras se descubre mucho. Por ejemplo el ADN del origen de EEUU. Y es que, tras la aparente serenidad minimalista y por debajo de ese tono “bressoniano” que reinventa gestos, subyace un ambicioso plan. Parece slow cinema pero no lo es. Entre sus primeros planos y los últimos pasan, sin parecerlo, dos siglos. Los baña el mismo río. Ese río que todo lo preside. Su elipsis se persona un poco al estilo del Buñuel de La vía láctea pero, en este caso, sin transgresiones surrealistas. Como Albert Serra y Oliver Laxe, cada uno a su estilo, Reichardt desnuda a la Historia y desmenuza lo real sin los canónicos presupuestos de las convenciones del cine hegemónico. El relato de esta vaca pionera, vaca primigenia, vaca en la que se inscribe (y se ordeña) el nacimiento de la nación de Griffith, se abre con las imágenes de dos esqueletos desenterrados por curiosidad canina bajo la (no) música del azar. Se diría que en su estar, en ese mostrar los restos de lo que fueD ecir humor francés provoca parecida incredulidad a la que, falsamente, se le atribuye a Baroja con respecto a pensamiento navarro. Más en concreto, parece que la frase debía pertenecer a pensamiento carlista que, lógicamente no es lo mismo. No obstante, más allá de Tatí y más aquí de Louis de Funes, el cine francés frecuenta cuanto puede la sonrisa y la risa y siempre habrá quien nos recuerde que la palabra para definir a los actores arranca de la misma raíz que comedia, son comediantes. Eso, comedia, la que inventaron los griegos y según la RAE: “una obra dramática, en especial la que muestra lo ridículo, con elementos que divierten y hacen reír, y con un desenlace feliz”, es lo que nos aguarda en esta reflexión neoludita que mira con lúcida desconfianza este mundo que permanece anclado al móvil. Cualquier texto cinematográfico que invite a participar en él al poeta del desasosiego, Michel Houellebecq, se sabe estrafalario, delirante y seguramente errado. Borrar el historial posee todos esos atributos. Configurada en torno a tres protagonistas y algunos comparsas, como el que representa Houellebecq, un suicida ¿sereno?, la acción avanza como un trenzado que pretende maniatar a ese mundo dependiente de Internet, de Google y Facebook. Son tres víctimas analfabetizadas por un medio creado para alienar a sus discípulos que deben enfrentarse a situaciones absurdas. La escasa valoración de los servicios de una aplicada taxista que no consigue mejorar su puntuación, la extorsión sexual de un progenitor que lucha por proteger a su acosada hija y la fiebre consumista de una ludópata de la oferta barata y el Amazon de turno, forman un muestrario convincente. Probablemente si se contase el argumento, éste provocaría más sonrisas y curiosidad que lo que alcanza a sostener el filme. La culpa la tiene una dirección plana, una interpretación sin carisma y un guión sin tensión ni ritmo. La comedia necesita la pasión arrebatada del ditirambo, la ayuda de la gracia y el apoyo del humor. Gracia, humor y arrebato no hay aquí, salvo que se entienda por ello, la agonía de Houellebecq en un anodino aparcamiento. ? ron dos cuerpos humanos, se convoca la presencia de otros dos esqueletos desenterrados de las calles de Pompeya y utilizados por la cámara de Rossellini para cuestionarse el sentido del amor y su vulnerabilidad. Lo que aquí está en juego es el tiempo de la existencia, algo que aspira a lo eterno, pese a que se adivina siempre extraordinariamente efímero. De este modo, se abre entre First Cow y Viaggio in Italia (Te querré siempre) Roberto Rossellini, 1953, un guiño cómplice. Rossellini desnudaba el crepúsculo de una relación marital para hablar de la pulsión erótica y su supervivencia. Kelly Reichardt se centra en la amistad y su misterioso advenimiento. Nada encierra mejor el sentido del humanismo que esa complicidad afectiva, la necesidad del otro. Para que no haya dudas, First Cow se inicia con una cita de William Blake. “Un pájaro, un nido; una araña, la tela; un hombre, la amistad”. Es un relámpago de sociabilización, la proclamación de lo que confiere la calidad de lo humano. Hablamos de la amistad, de las relaciones que alimentan el motor transformador de la condición humana. De eso trata Kelly Reichardt y al abrir su película con esta cita, alude a lo evidente, a la huella del poeta y artista Blake. A los lúcidos lamentos que el autor de El fantasma de una pulga nos legó. Pero, y a la vez, Reichardt también alude al personaje que Johnny Depp interpreta en Dead Man, el filme de Jim Jarmusch al que First Cow tanto abraza. Jarmusch le regaló ese nombre y ese nombre y lo que en él se encierra, ejerce la complicidad entre estos dos títulos. En cuanto a First Cow debe ser vista como la culminación del hacer de su realizadora, una estupenda cineasta de mirada paciente y buenos consejos para la que, animales y seres humanos dan sentido a la vida en el mundo. La cámara de Reichardt con frecuencia mira al suelo, siempre respira con calma, parece que el tiempo no cuenta pero es el tiempo el combustible que alimenta este ensayo sobre el afecto y la solidaridad de dos perdedores. Dos pícaros en la corte de James Monroe, él era el presidente en 1820. Suya fue la denominada doctrina Monroe, la de América para los americanos. El sueño de Napoleón se derrumbaba y España ni imaginaba recuperar lo que alguna vez creyó suyo. En ese contexto, Reichardt desgrana la historia de dos amigos en un mundo extraño, donde la vida valía poco, pero poco podía ser todo.