Dirección: Delphine Lehericey. Guion: Joanne Giger y Roland Buti. Intérpretes: Luc Bruchez, Clémence Poésy, Laetitia Casta y Fred Hotier. País: Suiza. 2019. Duración: 88 minutos.

a solidez de El horizonte devuelve la satisfacción de enfrentarse a textos bien escritos. De hecho, importa relativamente lo que cuenta, el shock emocional que sufre un joven adolescente cuando, a punto de descubrir su sexualidad, debe asumir que su madre mantiene relaciones lésbicas con una amiga con la que se intercambia libros. Con ser poliédrico su argumento, el filme se impone por la solvencia de su directora, Delphine Lehercey. En ella y en la eficacia de todos sus ingredientes, extraordinariamente conjugados, se agranda este horizonte de múltiples microrrelatos. Desde su guion hasta la ajustada interpretación de todos sus intérpretes, da igual que sean adolescentes por hacerse, como Luc Bruchez, que "estrellas" sin romperse, como Laetitia Casta, nada falta ni nada sobra al segundo largometraje de ficción de una realizadora que comenzó haciendo cine documental.

De hecho, pese a que el relato ha sido inventado, los perfiles del conflicto y la mirada de la narradora saben de la pulsión de quien se expone sin pretextos. Ambientada en los años 70, en el contexto del estreno de Tiburón, en el verano del 76, El horizonte parece verse desde la retina, perpleja al principio, irritada después, de Gus, un chaval de trece años que, sin saberlo, está diciendo adiós a su infancia para sufrir una conmoción interior.

Como tantas y tan buenas películas del cine francés en torno a la adolescencia, de Assayas a Malle, de Truffaut a Rohmer, en el centro de este Horizonte, en la zona más candente, se vislumbra la identificación de su narradora con la madre de Gus. Su matrimonio le aporta lo preciso para estar contenta pero no le llega para hacerla feliz. La situación de la granja, una ola de calor que seca los campos de maíz y que aniquila los pollos de su corral, no contribuye a vislumbrar un futuro esperanzador. Su hija mayor empieza a despegarse del nido y su niño ha crecido, aunque ella no quiera verlo. En medio de ese verano de calor y tiburones, esa madre a la que Laetitia Casta le confiere una sensualidad doméstica, encuentra el amor en una amiga ante el desconcierto del hijo y la angustia del marido. Los personajes son (re)tratados con ecuanimidad. Es el espectador quién debe interrogarse a sí mismo por la distancia entre aquel verano del 76 y el que todavía no ha llegado. ¿Dónde estamos?